09/11/2016, 11.35
VATICANO
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Papa: realizar las obras de misericordia “nos hará tanto más bien a nosotros que a los demás”

En la audiencia general, Francisco habla de la visita a los enfermos y encarcelados. “Justamente en la enfermedad se hace experiencia de la más profunda soledad que atraviesa gran parte de la vida”. “Cualquier cosa pueda haber hecho un encarcelado, él siempre sigue siendo amado por Dios. ¿Quién puede entrar en lo íntimo de su conciencia para entender lo que atraviesa? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- El compartir con quien está enfermo o encarcelado es hacerse instrumento de misericordia, tras el ejemplo de Jesús que ha dedicado un lugar especial a los enfermos y a quien experimentó la cárcel.

La visita a los enfermos y a los reclusos fue el tema al cual el Papa Francisco dedicó la catequesis para la audiencia general, una vez más, dedicada a las obras de misericordia. Realizarlas “nos hará mejor a nosotros que a los otros, porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y esta misericordia es un acto para restituir la alegría y la dignidad a quien la ha perdido”.

“La vida de Jesús -dijo a las cuarenta mil personas presentes en la plaza de San Pedro- sobre todo en los tres años de su ministerio público, ha sido un incesante encuentro con las personas. Entre ellas, han tenido un lugar especial los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se hizo cercano a cada uno de ellos y los ha sanado con su presencia y el poder de su fuerza sanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las Obras de misericordia, la de visitar y asistir a las personas enfermas”.

“Junto a esta, también podemos colocar a la de estar cerca de las personas que se encuentran en la cárcel. De hecho, tanto los enfermos como los reclusos viven en una condición que limita su libertad. ¡Y justamente cuando nos falta, nos damos cuenta de cuan preciosa era esta! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene de su encuentro y del sentido nuevo que este encuentro trae a nuestra condición personal”.

Con estas Obras de misericordia el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: compartir. Recordemos esta palabra: compartir. Quien está enfermo, muchas veces se siente solo. No podemos ocultar que, sobre todo en nuestros días, justamente en la enfermedad se tiene la experiencia más profunda de la soledad que atraviesa gran parte de la vida. ¡Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y un poco de compañía es una medicina óptima! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos simples, pero muy importantes para quien se siente abandonado a su suerte ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando esto es hecho en el nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No les impidamos encontrar alivio, y a nosotros ser enriquecidos por la cercanía de quien sufre. Los hospitales son verdaderas “catedrales del dolor”, donde también se hace evidente la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión”.

 “Con el mismo criterio, pienso en quienes están encerrados en la cárcel. Jesús tampoco se ha olvidado de ellos. Poniendo la visita a los encarcelados entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, en primer lugar, a no convertirnos en jueces de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso, en la prisión, está descontando su pena. Pero cualquier cosa haya hecho un recluso, él siempre sigue siendo amado por Dios. ¿Quién puede entrar en lo íntimo de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que él se ha equivocado. Un cristiano está llamado más bien a hacerse cargo, para que quien se ha equivocado comprenda el mal realizado y vuelva sobre sí. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si a esta se agrega el degrado por las condiciones a menudo inhumanas en la cuales estas personas se encuentran viviendo, entonces es realmente el caso para que un cristiano se sienta provocado a hacer de todo para restituir su dignidad”.

“Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que, sobre todo hoy, asume un valor particular para las diversas formas de justicialismo al cual estamos sometidos. Por lo tanto, que nadie acuse a nadie con el dedo. En cambio, que todos nos volvamos instrumentos de misericordia, con actitudes de comunión y de respeto. Pienso a menudo en los reclusos… pienso en ellos a menudo, los llevo en el corazón. Me pregunto qué los ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las diversas formas del mal. Sin embargo, junto a estos pensamientos, siento que todos tienen necesidad de cercanía y de ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. ¡Cuántas lágrimas he visto derramarse sobre las mejillas de prisioneros que quizás, jamás en su vida habían llorado! Y esto sólo porque se sintieron acogidos y amados”.

“Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han tenido la experiencia de la prisión. En los relatos de la Pasión conocemos los sufrimientos a los cuales el Señor ha sido sometido: capturado, arrastrado como un malhechor, ridiculizado, flagelado, coronado con espinas… ¡Él, el único inocente! Y también San Pedro y San Pablo estuvieron en la cárcel (Cfr. Hech 12,5; Fil 1,12-17). El domingo pasado – que ha sido el domingo del Jubileo de los reclusos – en la tarde ha venido a verme un grupo de encarcelados paduanos. Yo les pregunte qué harían al día siguiente, antes de regresar a Padua. Me dijeron: “Iremos a la cárcel Mamertina para compartir la experiencia de San Pablo”. Es bello… escuchar esto me hizo bien. Estos encarcelados querían visitar a Pablo prisionero. Es algo bello. A mí me ha hecho bien. Y también allí, en prisión, ha rezado y evangelizado. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en la cual es relatada la reclusión de Pablo: se sentía sólo y deseaba que alguno de sus amigos lo visitara (Cfr. 2 Tim 4,9-15). Se sentía solo porque la gran mayoría lo había dejado solo… el gran Pablo”.

Estas obras de misericordia, como puede verse, son antiguas, y sin embargo siempre actuales. Jesús ha dejado lo que estaba haciendo para ir a visitar, a visitar, a la suegra de Pedro; una antigua obra de caridad. Jesús lo ha hecho. No caigamos en la indiferencia, sino más bien volvámonos instrumentos de la misericordia de Dios. Todos nosotros podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto nos tanto bien a nosotros como a los demás porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y, esta misericordia es un acto para restituir la alegría y la dignidad a quien la ha perdido. Gracias.

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