25/06/2018, 17.26
VATICANO
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Papa: toda vida es sagrada, tanto la del niño como la del viejo y la de cada persona explotada

“Cuando dejamos a los niños, entregándolos a la privación;  a los pobres, al hambre; a los perseguidos, a la guerra; a los viejos, al abandono, ¿acaso no hacemos nosotros mismos el trabajo ‘sucio’ de la muerte? En efecto, ¿de dónde proviene el trabajo sucio de la muerte? Viene del pecado”. Pensar en la bioética, “no partiendo de la enfermedad y de la muerte” sino “de la profunda convicción de la irrevocable dignidad de la persona humana”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La vida es sagrada, lo es la del niño por nacer, como lo es la del pobre que lucha en medio de la exclusión, y también lo es la de las víctimas de la trata y de la eutanasia, sea en los ancianos o en cualquier otra forma de descarte. Es cuanto reafirmó el Papa Francisco en el discurso que dirigió a los participantes de la asamblea general de la Pontificia Academia de la vida, al recibirlos por el inicio de su encuentro.

“La vida humana –afirmó- siempre es sagrada, y así lo exige el amor por toda perdona, más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en medio de la miseria, en medio del abandono, la exclusión, la trata de personas, en la eutanasia oculta de los enfermos y ancianos privados de atención médica, en las nuevas formas de esclavitud y en cualquier otra forma de descarte” que exista.

 “La sabiduría debe inspirar nuestra conducta en relación a la ‘ecología humana’, y debe llamar a considerar la calidad ética y espiritual de la vida en todas sus fases. Existe una vida humana concebida, una vida en gestación, una vida que es dada a luz, una vida niña, una vida adolescente, una vida adulta, una vida que ha envejecido y que se consume- y existe la vida eterna.  Existe una vida que es familia y comunidad, una vida que es invocación y esperanza. Como también existe la vida humana frágil y enferma, la vida herida, ofendida, que está abatida, que es marginada, descartada. Es, siempre, una vida humana. Es la vida de las personas humanas, que habitan la tierra creada por Dios y que comparten la casa común a todas las criaturas vivientes. Ciertamente, en los laboratorios de biología se estudia la vida con instrumentos que permiten explorar sus aspectos físicos, químicos y mecánicos Un estudio que es importantísimo e imprescindible, pero que debe estar integrado en una perspectiva más amplia y más profunda, que reclama una atención a la vida justamente humana, que irrumpe en la escena del mundo con el prodigio de la palabra y del pensamientos, de los afectos y del espíritu”.  

“El trabajo ‘bello’ de la vida –siguió diciendo- es la generación de una persona nueva, la educación de sus cualidades espirituales y creativas, la iniciación en el amor de la familia y de la comunidad, el velar por sus vulnerabilidades y sus heridas; así como la iniciación en la vida de hijos de Dios, en Jesucristo”.

“Cuando entregamos a los niños a la privación; a los pobres, al hambre; a los perseguidos, a la guerra; a los viejos, al abandono, ¿acaso no hacemos nosotros mismos, el trabajo ‘sucio’ de la muerte? En efecto, ¿de dónde proviene el trabajo sucio de la muerte? Viene del pecado. El mal trata de persuadirnos de que la muerte es el final de cada cosa, de que hemos venido al mundo por mera casualidad, y que estamos destinados a terminar en la nada.  Excluyendo al otro de nuestro horizonte, la vida se repliega sobre sí misma e ignora el bien de los demás, se es ingenuo, y uno ni siquiera se da cuenta de ello. Sin embargo, mientras tanto, se difunde un virus espiritual sumamente contagioso, que nos condena a convertirnos en hombres-espejo y en mujeres-espejo, que sólo se ven a sí mismos y nada más, excepto eso.  Es como volverse ciegos a la vida, y a su dinámica, en tanto don recibido de otros, y que pide colocarse responsablemente en circulación para los demás”.

“La visión global de la bioética, que ustedes se disponen a difundir en el campo de la ética social y del humanismo planetario, de fuerte inspiración cristiana, se dedicará con mayor seriedad y rigor a desactivar la complicidad con el trabajo sucio de la muerte, sostenido por el pecado”. La bioética global será, por lo tanto, una modalidad específica para desarrollar la perspectiva de la ecología integral, que es propia de la Laudato sí”. “En cambio, moverá -a partir de la profunda convicción de la irrevocable dignidad de la personas humana, así como Dios la ama, dignidad de cada persona, en cada fase y condición de su existencia- hacia la búsqueda de formas de amor y de atención que deben ser prestadas en vista de su vulnerabilidad y en vista de su fragilidad”.  

En la ecología humana, según Francisco, deben contemplarse el cuidado y el respeto por el propio cuerpo. “En efecto, «nuestro cuerpo nos pone en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar al mundo entero como don del Padre y casa común; por el contrario, una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica, a veces sutil, de dominio sobre lo creado”. “Incluso apreciar el propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesario para poder reconocerse a sí mismos en el encuentro con el otro distinto de sí » (Laudato si’, 155)”.

“Por tanto, se precisa encarar un discernimiento profundo de las complejas diferencias fundamentales de la vida humana: del hombre y de la mujer, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, del ámbito social y también de todas las distintas edades de la vida. Así como de todas las condiciones difíciles y de todos los pasajes delicados y peligrosos que exigen una especial sabiduría ética y una valiente resistencia moral: la sexualidad y la generación, la enfermedad y la vejez, la insuficiencia y la discapacidad, la privación y la exclusión, la violencia y la guerra”.

La bioética global, entonces “nos reclama, por tanto, a una sabiduría en un profundo y objetivo discernimiento del valor de la vida personal y comunitaria, que debe ser custodiado y promovido incluso en las condiciones más difíciles”.

“La cultura de la vida, por último, debe dirigir más seriamente la mirada a la “cuestión seria” de su destino último. Se trata de iluminar con mayor claridad aquello que orienta la existencia del hombre hacia un horizonte que lo sobrepasa: cada persona es gratuitamente llamada «a la comunión con Dios en calidad de hijo, y a participar en su misma felicidad. […] La Iglesia nos enseña que la esperanza escatológica no resta importancia a los compromisos terrenos, sino que incluso más, da nuevos motivos para sostener la realización de los mismos » (Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 21). Es necesario interrogarse más a fondo sobre el destino último de la vida, capaz de restituir dignidad y sentido al misterio de sus afectos más profundos y más sagrados. La vida del hombre, bella hasta deleitarnos y frágil hasta la muerte, reclama más allá de sí misma: somos infinitamente más de lo que podemos hacer por nosotros mismos. La vida del hombre, sin embargo, es increíblemente tenaz, y esto es ciertamente así por una misteriosa gracia que le viene de lo alto,  en la audacia de su invocación por una justicia y una victoria definitiva del amor. Y es incluso capaz –esperanza contra toda esperanza- de sacrificarse por ésta, hasta el fin”.

 

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