09/09/2018, 14.27
VATICANO
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Papa: vencer el miedo que nos empuja a marginar al enfermo, al que sufre, al inválido

“Es el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para volvernos capaces de vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Él se hizo hombre para que el hombre, convertido en sordo y mudo a raíz del pecado, pueda escuchar la voz de Dios”. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Abrirse “a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y están necesitados de ayuda, rehuyendo del egoísmo y de la cerrazón del corazón”, y venciendo “el miedo, que nos empuja a marginar al enfermo, al que sufre, al inválido”. Es lo que muestra el Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) que narra el episodio de la curación milagrosa de un sordomudo, obrada por Jesús.

En el episodio, resaltó el Papa Francisco en el Ángelus de hoy, se muestra a Jesús realizando varios gestos sobre él: “Lo lleva a un lugar apartado, lejos de la multitud. En esta ocasión, como en otras, Jesús actúa siempre con discreción. No quiere impresionar a la gente, no va detrás de la popularidad o del éxito, sino que sólo desea hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el bien debe hacerse sin clamores y sin ostentación, sin tocar la trompeta. Debe ser hecho en silencio. Cuando se encontró en un lugar apartado, Jesús puso sus dedos en las orejas del sordomudo y le tocó la lengua con saliva. Este gesto nos remonta a la Encarnación. El Hijo de Dios es un hombre que está plenamente integrado en la realidad humana, por tanto, puede comprender la condición penosa de otro hombre, e interviene con un gesto en el cual está implicada su propia humanidad. Al mismo tiempo, Jesús quiere dar a entender que el milagro se produce en virtud de su unión con el Padre: por eso, alzó la mirada al cielo. Luego emitió un suspiro y pronunció la palabra resolutoria: «Efata», que significa “Ábrete”. Y enseguida, el hombre fue curado: se le abrieron sus oídos, se le soltó la lengua. La sanación fue para él una «apertura» hacia los demás y al mundo”.

“Este relato –siguió diciendo Francisco, dirigiéndose a las 30.000 personas presentes en plaza San Pedro- subraya la exigencia de una doble curación. Ante todo, la curación de la enfermedad y del sufrimiento físico, para restituir la salud al cuerpo, incluso cuando esta finalidad no sea completamente alcanzable en el horizonte terrenal, a pesar de los esfuerzos de la ciencia y de la medicina. Pero hay una segunda sanación, quizás más difícil, que es la sanación del miedo, de nuestro miedo, que nos empuja a marginar al enfermo, al que sufre, al inválido. Y hay muchos modos de marginar, incluso con una falsa piedad o con la eliminación del problema; permanecemos sordos y mudos ante el dolor de las personas signadas por enfermedades, angustias y dificultades. Con demasiada frecuencia, el enfermo, el que sufre, se convierte en un problema, mientras que debería ser la ocasión para manifestar la solicitud y la solidaridad hacia los más débiles por parte de una sociedad”.

“Jesús nos ha revelado el secreto de un milagro que también podemos repetir nosotros, al volvernos protagonistas del «Efata», de esa palabra,  ‘Ábrete’ con la cual Él ha restaurado la palabra y la audición a un sordomudo. Se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y necesitan ayuda, rehuyendo del egoísmo y de la cerrazón del corazón. Es justamente el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para volvernos capaces de vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Él se hizo hombre, para que el hombre, convertido en sordo y mudo a raíz del pecado, pueda escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que le habla a su corazón, y así aprenda a hablar, a su vez, el idioma del amor, traduciéndolo en gestos de generosidad y de entrega de sí”.  

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