04/08/2017, 11.19
CHINA - VATICANO
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Para los católicos chinos: Rezar con San Ignacio (2)

de Ottavio De Bertolis

La habitación, la posición, el silencio, el pedido al Espíritu, la contemplación. Pasos simples y concretos de cómo meditar el Evangelio. Pensado para prestar un servicio a la formación espiritual de los católicos chinos, pero también de los que todo el mundo.  

Roma (AsiaNews) – Presentamos aquí la segunda parte del libro sobre la Hora Santa; una introducción al método de oración de San Ignacio de Loyola. Los recursos sugeridos, simples, son en realidad de gran riqueza, a la vez que eficaces herramientas de la tradición eclesial: una ayuda fraterna para la formación de obispos, sacerdotes y laicos en China, para responder a cuanto fue  requerido por ellos mismos.

 

Rezar con San Ignacio

Puesto que este librito tiene un objetivo eminentemente práctico, tras haber hecho preliminarmente algunas consideraciones generales referidas a la práctica de la Hora Santa, quisiéramos brindar ante todo un esquema general para la oración, adaptando los Ejercicios Espirituales de San Ignacio a nuestro objetivo. Si bien ya nos hemos referido al modo en que podemos acercarnos a la oración en esta hora, aquí quisiéramos desarrollar más detalladamente algunos puntos, que luego el individuo deberá, por así decirlo, moldear sobre sí mismo. Todo es útil, nada resulta indispensable, y cada uno hará como sienta, en la libertad del Espíritu. En efecto, y son palabras de San Ignacio, no es el mucho saber lo que sacia y llena el alma, como las largas digresiones y consideraciones, por ejemplo, sobre un texto bíblico, sino el sentir y gustar íntimamente. En síntesis: no es necesario saber o decir muchas cosas, sino que bastan unas pocas, incluso una o dos, pero lo esencial es que entren en nuestro corazón para pacificarlo, llenarlo, transformarlo.

Por último, luego de brindar un esquema general, adaptable a cualquier pasaje de la Escritura, presentaremos algunos esbozos de oración, conectados de alguna manera con los diversos tiempos litúrgicos.

 

El esquema

San Ignacio nos enseña a comenzar con una oración preparatoria: entro en la habitación o en el lugar de oración y me detengo. En la posición que adopte, que no es necesariamente la más cómoda, sino aquella que me ayude a estar quieto, comienzo a entrar en presencia del Señor, considerando qué quiero decir y por qué estoy allí. Invoco al Espíritu Santo y le pido que movilice mi corazón y mi intelecto, que me recuerde las palabras de Jesús, que me enseñe a rezar; puedo ofrecer este tiempo en reparación por mis pecados, fijándome de alguna manera el propósito de ofrecer mi amor al Señor, de velar y rezar con Él; puedo recordar a las personas o a las categorías de personas por las cuales quiero rezar.

Y entonces recorro la historia que quiero contemplar, de modo veloz y sucinto. Aquí puede ser un punto de la Pasión en cualquiera de los Evangelios: se puede hacer una semana una perícopa, a la semana siguiente la que sigue, como se prefiera; que no sea ni demasiado larga ni demasiado breve, especialmente al inicio. Una vez leída la historia, trato de imaginarme la escena, como tratando de entrar en ella: me represento los lugares, las personas presentes, el desarrollo temporal de lo que se narra; entro yo mismo en el lugar que contemplo, y me hago uno de los presentes.  Luego observo a las personas, escucho lo que dicen, contemplo lo que hacen, y trato de obtener algún fruto de ello: digo «algún», no todos los frutos posibles. Estaré atento a entrar en los detalles, no esforzándome, sino dejando simplemente que éstos me hablen y me digan algo. Llegados aquí estamos en el corazón mismo de la oración ignaciana, que se caracteriza por esta capacidad de descender a la profundidad, y esto siempre se da a través de una contemplación que no es apresurada y superficial, sino sosegada y atenta. Es importante hacer pausas, tomarse el tiempo necesario: no hay nadie que nos corra por detrás, y podemos estar allí con Jesús, suavemente, delante de Él.  

Por último, el coloquio: hablo con Jesús, o con su santa Madre, o con el Padre Eterno, según cómo me sienta movido a hacerlo en lo íntimo. Este tiempo debiera ser lo suficientemente largo, una especie de combustible que enciende nuestro motor interior, el fuego del Espíritu Santo. Y así, al término del diálogo, salgo de la oración suavemente, regresando a mis ocupaciones habituales, rezando el Padrenuestro u otra oración, lentamente, siempre sin prisa.  Me levantaré nuevamente, daré las gracias por los dones recibidos, me persignaré haciendo la señal de la santa cruz y saldré de allí.  

Éste es el esquema fundamental, el cual cada uno aprenderá a habitar y a vivir según su propia personalidad. Por comodidad, a continuación propongo algunos ejemplos de este modo de rezar, que a su vez han sido adaptados para acercarnos a nuestra hora santa según cuanto nos sugiere el tiempo litúrgico: todas las prácticas piadosas debieran encuadrarse, de alguna manera, en la liturgia, tender a ella y hallar en ella su punto de partida y su fuerza. En efecto, la devoción privada no puede y no debe separarse del correr del curso de la oración pública, y la liturgia es fuente y culmen de la oración personal, es decir, que a ella conduce y de ella resurge. Estos dos polos se iluminan y exaltan recíprocamente, y entre ellos dos, en una postergación continua, consiste toda nuestra vida de oración. 

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