17/05/2018, 16.31
VATICANO
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Que la economía no sea lucrar a cualquier costo, sino velar por el bien común

Así lo afirma el documento ‘Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero’, un documento de la Congregación para la doctrina de la fe y del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Resulta fácil ver que fenómenos como los “derivados”,  las “titulizaciones”, los “credit default swap” (permutas de incumplimiento crediticio) o las finanzas offshore son contrarios a la ética. Pero la crisis mundial generada por las hipotecas de alto riesgo, las llamadas subprime en el verano de 2007, y los daños provocados tanto a personas como a comunidades y Estados por un manejo de la economía que apunta exclusivamente al lucro tornan evidente que la economía, al igual que cualquier otra esfera de lo humano «tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona” y, al mismo tiempo, que “ya ha pasado a ser innegable que las carencias éticas exacerban las imperfecciones de los mecanismos del mercado”.

Es de esta constatación, de donde parte el documento “Oeconomicae et pecuniariae quaestiones’. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero” de la Congregación para la doctrina de la fe y del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral, publicado hoy.  “El objetivo de estas Consideraciones –explicó en la presentación, Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, S.I., prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe- es afirmar con claridad, que en el origen de la difusión de prácticas financieras deshonestas y predatorias, rige ante todo una miopía antropológica y una progresiva crisis de lo humano, de las cuales esto no es sino el resultado. En la actualidad, el hombre, no sabiendo ya quién es, ni para qué está en el mundo, tampoco sabe cómo obrar bien, con lo cual termina a merced de sus conveniencias del momento y de los intereses que dominan el mercado”.

El documento afirma, en síntesis que “al final, el egoísmo termina no siendo un beneficio” y que es necesario repensar “aquellos criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo” elaborando “nuevas formas de economía y finanzas, cuyas prácticas y normas se orienten al progreso del bien común y sean respetuosas de la dignidad humana”.

A tal propósito, y puesto que estamos frente  al “creciente y penetrante poder de agentes importantes y grandes redes económicas y financieras, a los actores políticos, a menudo desorientados e impotentes a causa de la supranacionalidad de tales agentes y de la volatilidad del capital manejado por estos, les cuesta responder a su vocación original como servidores del bien común, y pueden incluso convertirse en siervos de intereses extraños a ese bien”. Esto hace que “hoy más que nunca, sea urgente una alianza renovada entre los agentes económicos y políticos en la promoción de todo aquello que es necesario para el completo desarrollo de cada persona humana y de toda la sociedad, conjugando al mismo tiempo las exigencias de la solidaridad y la subsidiariedad (n. 12)”.

Manteniéndose en el seno del mundo económico, el documento luego resalta que ahora ya se ha pasado a una situación en la que “el rendimiento del capital asecha de cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo, confinado a menudo al margen de los principales intereses del sistema económico. En consecuencia, el trabajo mismo, con su dignidad, no sólo se convierte en una realidad cada vez más en peligro, sino que pierde también su condición de “bien” para el hombre, convirtiéndose en un simple medio de intercambio dentro de relaciones sociales asimétricas (n. 15)”.

La relación “asimétrica”, entonces, favorece la intención especulativa, que “hoy, especialmente en el campo económico financiero, amenaza con suplantar a todos los otros objetivos principales en los que se concreta la libertad humana. Este hecho está deteriorando el inmenso patrimonio de valores que hace de nuestra sociedad civil un lugar de coexistencia pacífica, de encuentro, de solidaridad, de reciprocidad regeneradora y de responsabilidad por el bien común. En este contexto, palabras como “eficiencia”, “competencia”, “liderazgo”, “mérito” tienden a ocupar todo el espacio de nuestra cultura civil, asumiendo un significado que acaba empobreciendo la calidad de los intercambios, reducidos a meros coeficientes numéricos. Esto requiere, ante todo, que se emprenda una reconquista de lo humano (n. 17)”. “En este sentido, por ejemplo, son muy positivas y deben ser alentadas realidades como el crédito cooperativo, el microcrédito, así como el crédito público al servicio de las familias, las empresas, las comunidades locales y el crédito para la ayuda a los países en desarrollo (n. 16)”.

Además, la experiencia de las últimas décadas, “ha demostrado con evidencia, por un lado, lo ingenua que es la confianza en una autosuficiencia distributiva de los mercados, independiente de toda ética y, por otro lado, la impelente necesidad de una adecuada regulación, que conjugue al mismo tiempo libertad y tutela de todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y correcta interacción, especialmente de los más vulnerables (n. 21)”.

La necesidad de una forma de control supranacional, por otro lado, “se hace aún más necesaria ya sea por la constatación de que entre los principales motivos de la reciente crisis económica se hallan también conductas inmorales de representantes de mundo financiero, ya sea por el hecho de que la dimensión supranacional del sistema económico permite burlar fácilmente las reglas establecidas por los distintos países (n. 21)”.

Se precisan una “completa transparencia” y “la mayor cantidad de información posible, para que cada sujeto pueda tutelar en plena y consciente libertad sus intereses” frente a “comportamientos moralmente criticables en la gestión del ahorro por parte de los asesores financieros”. Ejemplos de ellos son “los excesivos movimientos del portafolio de títulos, con el propósito principal de incrementar los ingresos generados por las comisiones del intermediario; la desaparición de la imparcialidad debida en la oferta de instrumentos de ahorro, con la complicidad de algunos bancos, allí donde los productos de otros sujetos se ajustarían mejores a las necesidades del cliente; la falta de diligencia adecuada o incluso negligencia dolosa por parte de los consultores respecto a la protección de los intereses de portafolio de sus clientes; la concesión de préstamos por parte de un intermediario bancario, subordinada a la simultánea subscripción de otros productos financieros quizás no favorables al cliente (n. 22)”.

Todo ello es fruto de un enfoque en el cual “el mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera, ignorando las simultáneas necesidades del bien común”. Frente a ello, “es urgente una autocrítica sincera a este respecto, así como una inversión de tendencia, favoreciendo en cambio una cultura empresarial y financiera que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el bien común (n. 23)”. “Una propuesta interesante para moverse en esa dirección y que habría que experimentar, sería establecer Comités éticos, dentro de los bancos, para apoyar a los Consejos de Administración. Todo ello para ayudar a los bancos, no sólo a preservar sus balances de las consecuencias de sufrimientos y pérdidas y a mantener una coherencia efectiva entre la misión fiduciaria y la praxis financiera, sino también a apoyar adecuadamente la economía real (n. 24)”.

Siguiendo dicha lógica, “cada título de crédito debe corresponder a un valor orientativamente real y no sólo presumible y difícilmente cotejable. En tal sentido, es cada vez más urgente una regulación y evaluación pública super partes del comportamiento de las agencias de rating del crédito (n. 25)”.

De ello se desprende el juicio crítico, desde el punto de vista ético, de instrumentos financieros como los “derivados”, las “titulizaciones”, y los “credit default swap” por la “aleatoriedad repentina que puede sobrevenir en el caso de estos productos”. En lo que respecta a las finanzas offshore, ámbito por el cual no sólo pasan inmensos flujos económicos, sino que además se ha convertido en lugar habitual para el reciclaje de dinero “sucio”, vale decir, fruto de entradas ilícitas, el documento afirma que “dada la falta de transparencia de esos sistemas es difícil determinar con precisión la cantidad de capital que pasa a través de ellos; sin embargo, se ha calculado que bastaría un impuesto mínimo sobre las transacciones offshore para resolver gran parte del problema del hambre en el mundo: ¿por qué no hacerlo con valentía? (n. 31)”.

Pero junto a las iniciativas públicas, como pueden ser el control estatal sobre dichos comportamientos, el documento también sugiere prestar atención a los individuos. “Por lo tanto, es importante un ejercicio crítico y responsable del consumo y del ahorro”. Y esto debe ser tenido en cuenta a la hora de evaluar en qué se habrá de gastar, que es una forma de elección “Es una opción que a menudo realizamos de manera inconsciente, comprando bienes cuya producción se realiza, por ejemplo, a través de cadenas productivas donde es normal la violación de los más elementales derechos humanos o gracias a empresas cuya ética, de hecho, no conoce otros intereses sino los de la ganancia de sus accionistas a cualquier costo.”. “Es necesario seleccionar aquellos bienes de consumo detrás de los cuales hay un proceso éticamente digno, ya que incluso a través del gesto, aparentemente banal, del consumo expresamos con los hechos una ética, y estamos llamados a tomar partido ante lo que beneficia o daña al hombre concreto. Alguien ha hablado, en este sentido, de “votar con la cartera”: se trata, en efecto, de votar diariamente en el mercado a favor de lo que ayuda al verdadero bienestar de todos nosotros y rechazar lo que lo perjudica (n. 33)”. (FP)

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