21/07/2017, 12.48
RUSIA
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Se conmemoró el martirio del zar Nicolás II. Rusia, en busca de un alma

de Vladimir Rozanskij

Al menos 60.000 peregrinos de todo el mundo participaron en la peregrinación y en la divina liturgia en honor de los miembros de la realeza de la casa Romanov, que fueron masacrados por los bolcheviques. El zar fue el último poder sagrado de Europa. El comunismo insertó una nueva sacralidad, la del “Anticristo”. Los rusos ortodoxos exaltan el “martirio pasivo”, una devoción al Cristo sufriente. 

Moscú (AsiaNews) – En el 99no aniversario del asesinato del último zar, de sus familiares y de sus siervos, el 17 de julio pasado se reunieron en Ekaterimburgo, en el lugar donde se llevó a cabo la matanza, decenas de miles de personas en una procesión que partió desde la Iglesia sobre la sangre, rumbo a la Fosa de Ganina (fotos 1 y 2), donde fueron hallados los cuerpos de la realeza masacrados.  

En 1918 los bolcheviques de los Urales, donde se levanta la ciudad construida en honor de la zarina Ekaterina II, trataron de hacer desaparecer para siempre los cuerpos en aquella fosa común. Hoy, sobre el lugar, se erige un complejo monumental, con una iglesia y un monasterio dedicados a los Santos Mártires Imperiales. La definición de “mártir” atribuida a Nicolás II y a sus seres cercanos, corresponde al término ruso strastoterpets, “aquél que ha sufrido la pasión”, un tipo de martirio no necesariamente ligado a la profesión de fe al punto de morir, muy típico de la espiritualidad rusa. De hecho, los primeros santos rusos canonizados alrededor de 1125 fueron dos hermanos, Boris y Gleb, hijos del príncipe-baptizador Vladimir de Kiev, que fueron muertos brutalmente por su hermano Svjatopolk por motivos políticos, y que no obstante supieron dar testimonio de fe y sumisión a la voluntad de Dios en forma suprema. También es famoso el caso de Dmitrij de Uglič, el hijo menor de Iván El Terrible, que fue ahogado en el río por los pretendientes del trono, quizás por el mismo zar Boris Godunov, que era su tutor. Su asesinato marcó el inicio del período más trágico de la historia rusa antes de la revolución bolchevique,  conocido como el “Período Tumultuoso”, a principios del siglo XVII. La principal fiesta nacional rusa de la actualidad recuerda justamente la victoria sobre los invasores polacos del 4 de noviembre de 1612, que puso fin a las convulsiones de aquel periodo.

La familia del último zar también fue hallada digna de semejante honor, por la mansedumbre cristiana con la cual aceptó el sacrificio. Además de los hijos de la pareja imperial, con ellos murieron varios servidores, entre ellos un médico católico y un instructor protestante (v. foto 3).

Esta forma de martirio, a partir de la cual se inspiró el mismo Lev Tolstoj en su religión laica de la no-resistencia al mal (nieprotivlenčestvo), describe en profundidad la dimensión cristiana del alma rusa, su devoción al Cristo Sufriente. En su historia, el pueblo ruso ha vivido muchos periodos de “martirio pasivo”: el “yugo tártaro” que duró más de dos siglos (1240-1480); la tragedia de la época “Tumultuosa”; la invasión napoleónica; hasta llegar a la larga noche del régimen soviético del siglo pasado. La impotencia y la capacidad de soportar, siempre se alimentaron de una fe inquebrantable en el renacimiento, en la victoria de la verdadera fe, como el sol que surge después de un largo invierno helado.

Como hizo el santo Boris antes de su pasión y el mismísimo zar Nicolás, la población quiso celebrar la larga liturgia nocturna del rito bizantino-eslavo, tras emprender un camino procesional guiado por un autorizado miembro del Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, el metropolita Aleksandr de Astaná y del Kazajistán, nación que limita con la región de los Urales en la cual la minoría rusa se aboca a defender su propia cultura y tradiciones de los intentos de nacionalización turcomana. Al término de la procesión, el coro entonó junto a todo el pueblo el antiguo himno zarista “¡Dios, custodia al zar!”. Muchos quisieran restablecer este canto como himno nacional, en lugar del actual himno compuesto en la época soviética, a pesar de que el texto de este último haya sido modificado, y de que actualmente carezca de las loas a la unión soviética de los pueblos.  

El débil y gentil Nicolás II, heredero de las feroces dinastías de los Rjurikidi  y de los Romanov, de Iván El Terrible y de Pedro El Grande, asistió a la ruina de su poder y de su imperio con un sentimiento de ineluctabilidad y palingenesia, abdicando al trono el 15 de marzo de 1917. Él no supo impedir que la revuelta se convirtiera en una catástrofe total; no tuvo la fuerza, y tampoco la visión para sostener un ideal que se perdía en medio de las tragedias de la Primera Guerra Mundial, la guerra que puso fin a todos los imperios, incluso al austríaco y al prusiano, que disolvió la ilusión de una Santa Alianza entre los príncipes que derrotaron a Napoleón. Se había desvanecido el principio mismo de la autocracia, que había sido defendido con todas sus fuerzas por su abuelo, Nicolás I, el “gendarme de Europa”, que incluso llegó a sostener a monarcas que eran adversarios, como el Papa y el Sultán, sólo a fin de no perder la sacralidad del poder. El último zar también fue la última figura de soberano divinizada, siempre que no se considere al lejano dios-emperador del Japón, que a su vez, fue aniquilado por la Segunda Guerra Mundial.

Luego de la abdicación de Nicolás II,  en la escena sólo quedaron los Estados modernos, que fueron gestados por el Iluminismo del setecientos y que actualmente atraviesan una crisis de identidad total. En Rusia, la sacralidad del poder perdida fue sustituida por otra forma de sacralidad, la del Partido ideológico y totalitario, la forma religiosamente “derrocada” del zarismo, concebida por un nuevo Anticristo cuya momia aún hoy reposa, cual moderno Tutankamón, en el Mausoleo del Kremlin. El zarismo desaparece porque hace su arribo el nuevo zar comunista, el nuevo evangelio de Lenin, realizado por su apóstol Stalin, que a su vez buscó convertirse en un dios.

Al conmemorar el martirio de los zares, Rusia intenta recomenzar, partiendo de una raíz que parecía estar ya seca, con una pasión que va mucho más allá de las inciertas figuras de su misma y propia historia.  Y esta raíz es la fe ortodoxa, que los rusos no solamente consideran como un rasgo característico de la cultura nacional, sino como una verdadera y auténtica misión y profecía universal.

Por ende, a la conmemoración asistieron numerosos fieles rusos, provenientes de muchos países, como el Kazajistán, Uzbekistán y otras naciones de todo el mundo, incluso de Nueva Zelanda: ésta ha sido una clamorosa representación del “mundo ruso”, expresión muy en boga hoy, con la cual se quiere recodar a los “Países hermanos” de la ex Unión Soviética, pero también a la diáspora rusa en el mundo entero, y la misión rusa en relación a todos los pueblos. El padre Boris Bojkov, que guió a los peregrinos neozelandeses, ha recordado que él ya había participado en años anteriores, y que tiene la intención de mantener viva la memoria del zar en su iglesia rusa de Wellington. Su presencia en la peregrinación no pasó inadvertida: el padre Boris (v. foto 4) es un hombre grande y corpulento de dos metros de altura, de rasgos claramente asiáticos, nacido en Australia pero de familia ruso-china, y que de alguna manera encarna la enorme complejidad del pueblo ruso y de su historia.

El camino hasta la Fosa de Ganina  se desarrolló a lo largo de 20 kilómetros, con el acompañamiento de vehículos y voluntarios para brindar apoyo a los ancianos y a las personas más débiles. Durante el trayecto, se celebraron los oficios nocturnos, en la típica liturgia rusa que une vísperas con laudes matutinas,  culminando con la Divina Liturgia eucarística (Vsenochnoje Bdenie). Casi 60.000 peregrinos llegaron al lugar del martirio con los primeros rayos del alba, donde los aguardaba el metropolita local  Kirill de Ekaterimburgo y Alta Turquía, que los recibió con estas palabras; “Esta procesión ha conmovido nuestras almas… Difícilmente habrá de hallarse a alguien que pueda permanecer indiferente ante todo esto, que expresa nuestra penitencia y nuestra conversión, en el amor al zar y a nuestra patria”. 

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