18/09/2017, 15.31
CAMBOYA
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Un primer bocado de Asia para un joven misionero

de Marcelo Farias Dos Santos

El padre Marcelo, brasileño, 33 años, destinado a la misión en Japón, participó en un curso de formación en Phnom Penh. Del Asia estudiada en los libros, al Asia vivida en la realidad. El testimonio de la Iglesia camboyana, pequeña semilla en el gran campo del mundo budista. La importancia de ser “instrumentos del amor de Dios”.      

Phnom Penh (AsiaNews) – Se acaba de concluir el curso de formación para misioneros que han entrado a formar parte del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) entre 2009 y 2015, un grupo internacional que representa el hoy y el mañana de nuestro instituto.

He tenido la suerte de participar de esta experiencia y agradezco al Señor por ello, en particular por dos motivos: el primero es haberme reencontrado con antiguos compañeros, amigos que hace mucho que no veía y que ahora anuncian el Evangelio en muchas partes del mundo, cada uno en su propia misión. El segundo motivo es haber conocido la misión en Camboya, un país con una cultura fascinante, en el cual una comunidad cristiana joven y vivaz ofrece a todos un testimonio de alegría.  

Desarrollando mi ministerio en Italia, entre la animación misionera y el estudio, después de siete años, este año nuestros superiores han decidido destinarme a Japón. Asia siempre ha sido mi sueño, y este destino me hace pensar que quizás era también el sueño de Dios para mi vida. Sin embargo, debo admitir que lo que yo conocía de este gran continente no iba más allá de la lectura de muchos libros y artículos, la visión de algunos documentales y el testimonio de varios amigos que testimonian su fe en Jesús en varios países del continente asiático. Pero ahora, algo ha cambiado.

Estos 10 días de formación en Camboya han sido para mí como el primer bocadillo del gran continente asiático. No puedo negar que el impacto es fuerte: la cultura, la lengua, el clima y la sociedad son muy distintos de cualquier otra realidad que yo haya conocido en Occidente, pero se trata de una diversidad que, en lugar de asustar, fascina, seduce. No puedo decir que conozca Camboya –se necesitaría más tiempo para ello- pero sin lugar a dudas, algunas experiencias que tuve aquí me han conmovido profundamente y me han hecho reflexionar.

Por ejemplo, el hecho de que las personas -a pesar de que en nuestro grupo éramos todos extranjeros- no tenían miedo de nosotros; es más, fuimos recibidos con alegría, nos hicieron sentir como en casa. Qué hermoso sería poder hallar semejante acogida en cualquier lugar del mundo, si en todo el mundo todos pudieran sentirse como en casa… ya nadie se sentiría extranjero, sino que todos seríamos ciudadanos del mundo, en camino hacia nuestra verdadera patria: el cielo.

También la vida de la Iglesia camboyana me ha hecho reflexionar mucho: es una Iglesia pequeña,  una minoría en medio de un océano de personas que pertenecen a otras religiones, en particular al budismo, y que no conocen a Jesús. Que el cristianismo es una minoría en Asia es algo que yo ya sabía, pero una cosa es haberlo leído en los libros, y otra es verlo con mis propios ojos: paseamos por el país, visitamos varios lugares y conocimos a muchas personas, hicimos kilómetros y kilómetros en automóvil, y nunca una cruz, nunca una iglesia o una imagen de la Virgen ante la cual decir un Ave María. En Camboya, la Iglesia de Jesús es realmente levadura en la masa, un granito de mostaza en medio del campo: una presencia pequeña, casi invisible, pero fiel y vivaz.  

Con los misioneros que participaron en el curso, pudimos conocer a una persona muy especial: Ming Prakoth, la hermana de Mons. Joseph Chmar Salas, primer y único obispo camboyano (de quien está en curso la causa de beatificación) muerto por las penurias sufridas, a tan sólo 39 años de edad, en septiembre de 1977, durante el genocidio perpetrado por el régimen de los Jemeres Rojos. Su relato nos conmovió a todos profundamente, sobre todo porque carecía de cualquier forma de odio o rencor: a pesar de las atrocidades vividas, sus palabras transmitían esperanza y alegría.

El testimonio de estas personas ha renovado en mí la pasión por la misión, y espero poder ser, para el pueblo japonés, lo que ellos son para sus compatriotas, es decir, maravillosos instrumentos del amor de Dios.

¡Gracias Camboya! Ha sido una experiencia bella de verdad. Asia es un desafío que recibo con alegría. En pocas horas tomaré el avión que me llevará a Italia; el domingo, en Milán, recibiré el crucifijo de la partida y el mandato misionero para Japón. Me voy de Asia, pero pronto volveré a Asia, pronto, muy pronto. 

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