Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "El futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, "porque de ellos es el Reino de los cielos"". Es la "petición" de avanzada del papa Francisco durante la misa que presidió en la Basílica de San Pedro en la celebración de hoy de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América", cuya devoción se extiende desde Alaska hasta la Patagonia". Y la ceremonia fue transmitida por la televisión en toda América Latina.
Celebración en español y algún significado especial para el primer Papa latinoamericano,
acompañado por el canto de la "Misa Criolla" del compositor argentino
Ariel Ramírez - dirigida por su hijo Facundo -. acompañado por instrumentos, por
la disposición, de himnos, que son de Argentina y otros países latinoamericanos.
La "gran misionera que llevó el Evangelio a nuestra América" - apareció
en 1531 a un indio, proclamado santo por el Papa Juan Pablo II - "La Santa Madre de
Dios no sólo visitó a estos pueblos sino que quiso quedarse con ellos. Dejó
estampada misteriosamente su sagrada imagen en la "tilma" de su
mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose así en símbolo
de la alianza de María con estos pueblos, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose
en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa
es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el
bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en
la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos de los pueblos que
se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por
la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza
a veces contra toda esperanza".
"Por eso, nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios, según su estilo, "ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón". En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y el modo de actuar de su Hijo en la historia de la salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas".
"El "Magnificat" nos introduce en las "bienaventuranzas", síntesis primordial del mensaje evangélico. A su luz, nos sentimos movidos a pedir que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, "porque de ellos es el Reino de los cielos". Y hacemos esta petición porque América Latina es el "¡continente de la esperanza"!, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva".
"Pongamos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el único Señor, el "libertador" de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida más humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos». Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana -a la Madre de Dios, a la Reina, a la Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó San Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con los que se dirigen a Ella en la piedad popular-, que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, y especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, en los que sufren y en los humildes de corazón. Que así sea. ¡Amén!".