Via Crucis: los prófugos de Mosul más allá de la emergencia
de Bernardo Cervellera
Son al menos medio millón las personas que se refugiaron en Kusrditán para escapar del Isis. El el Shlama Mall en Erbil: 350 personas viven en el esqueleto de un edificio en construcción, con las ropas tendidas y frazadas que hacen de paredes. La ordenación sacerdotal de un joven, también él prófugo demuestra que con la fuga, hay algo que no fue destruido: la fe, las tradiciones, el sacerdocio.

Erbil (AsiaNews)- Una visita que es una especie de Via Crucis. Es esta la imagen que me viene a la mente mientras el avión aterriza a las 4 de la mañana en Erbil (Kurdistán), en un silencio casi espectral.

Ya la decisión de ir a Irak parece una elección despreocupada. En realidad el Kurdistán, en todo Irak es quizás la zona más tranquila, si comparada con la zona dominada por el Ejército islámico (EI), de donde llegan cada vez más noticias siempre más crueles de ejecuciones, o de la zona de Bagdad, donde las sangre chií y la suní son derramadas alternativamente.

La imagen de la Via Crucis nos llega sobre todo porque estamos aquí, dario Salvi y yo, para encontrar a los refugiados de Mosul, de los cuales nos ocupamos de hace meses, y que apoyamos con la campaña "Adopta un cristiano de Mosul". So este ejército de pobres obligados a abandonar sus casas y sus vidas bajo las amenazas de la milicias del Ejército islámico: "O se convierten al islam, o pagan los imouestos de protegidos, o sino escapen. Si se quedan entre nosotros y ustedes está la espada". Con el descubrimiento de las decapitaciones y de la ejecuciones de masa, al menos medio millón de personas escaparon en estos meses, sobre todo en junio (de Mosul y los pueblos cercanos) y en agosto (Qaraqosh y pueblos cercanos).

La cantidad de prófugos- en particular cristianos y yazidíes- se dirigió sobre todo hacia el Kurdistán, donde de hace meses combaten para sobrevivir. Pero es ya tiempo para pensar en el futuro y después de todos estos meses hay quien piensa en el  modo de superar la estrecha emergencia. El p. Douglas, responsable de un campo de prófugos alrededor de su parroquia de Erbil, muy bien puntualiza: "Al principio se pensaba que el ejército iraquí habría retomado la planicie de Nínive muy pronto. Pero esto no sucedió. Luego se esperó que los americanos hubiesen hecho algo para retomar Mosul. Pero en cambio no se hizo nada: los bombardeos frenaron la avanzada pero no obligaron al EI a la retirada".

Ahora la palabra de orden es mirar más allá de la emergencia, al después, en cómo vivir por al menos 2 o 3 años fuera de la propia vida cotidiana y de las certezas que habrá que se habían construido.

No es que la emergencia haya terminado: todavía hoy se necesita organizar la distribución, al menos semanalmente de las cosas esenciales: comidas, remedios y ahora para el invierno frazadas, estufas, y ropa pesada.

Imaginar el futuro no es fácil: en el proyectarlo se insinúa siempre el miedo provado en el pasado. Es evidente que los prófugos sufren de una doble herida: la del futuro que no existe y la de un pasado que sangra.

Después de pocas horas de nuestra llegada, el p. Dinkha, sacerdote ordenado hace 3 meses, pero ya profesor en el seminario, me acompaña para visitar a algunos grupos de prófugos. Con nosotros viene también un seminarista, Martín y llegamos a un edificio-mejor un esqueleto de edificio- donde en vez de ventanas y vidrios se ven telas extendidas y cobijas.

El edificio se llama Shlama Mall. Tenía que haber sido un centro comercial (de propiedad de la diócesis). Con la llegada de los prófugos- casi todos de Qarakosh- el edificio (en práctica sólo los piares y los pisos de cemento) se convirtió en su demora por todos estos meses. Allí se hospedan unas 90 familias, unas 350 personas.

Martí, también es un prófugo de Qaraqosh. También él escapó con los otros seminaristas después que el EI ocupó la ciudad. Él es también un interlocutor privilegiado entre los refugiados y la Iglesia católica, los curas y el obispo. Conoce a todos; se detiene para saludar a los niños, habla con las madres, discute con los papás.

En el esqueleto del edificio comercial en cada piso hay zonas (tipo habitaciones) donde viven las familias. En la planta baja hay algunos lugares comunes, preparados en la emergencia.

Hay una zona que funciona como lavandería, con largas bañeras de plástico que están contra las paredes de la habitación donde las mujeres lavan sus ropas dentro de unos tachos de plástico. Al lado hay una zona que sirve de cocina, con una serie de hornillos donde las mujeres, a turno, van a cocinar, llevando después las ollas humeantes a la zona para ellos reservada.

Este estilo de vida, un misto entre un kibutz, donde todo está puesto en común y un campamento de beduinos, con paredes hachas de cortinas es cansador. Martín me cuenta: "los niños juegan, pero como están muy cerca de la calle no pueden ir demasiado lejos; en el edificio no hay mucho espacio. Hay algunos que buscan trabajo, pocos lo encontraron. Pero la masa de prófugos es enorme, y no hay trabajo para todos. Los jóvenes que no encuentran trabajo, pasan el tiempo caminando por las calles sin hacer nada".

Para solucionar este vacío, desde la semana próxima algunos docentes- también ellos prófugos- iniciarán una escuela, en el obispado, para enseñar a los niños y a los jóvenes alguna materia y algún elemento técnico que les podrán ser útiles en el futuro para encontrar trabajo.

El esqueleto del edificio y las paredes de cortina están en el centro de fuertes discusiones siempre relacionadas con la transición de la emergencia. Vario prófugos dicen que prefieren estar en este lugar, en este kibutz beduino que ir a vivir a las casas que el ir a vivir en las casas que la diócesis está construyendo para alojarlos. El problema es que la diócesis, en la emergencia, encontró terreno pero lejos de la ciudad: en práctica nuevos aglomerados donde -como dicen los prófugos- no hay medios de transporte, no hay negocios, farmacias, médicos. Para todas estas necesidades debería tomar el autobús o un taxi, perdiendo tiempo y dinero.

En presencia de Martín, surgió una fuerte discusión con algunas personas y hombres. Martín defiende la idea de tener una casa propia y limpia, para iniciar una nueva vida, si bie están lejos; ellos defienden el hecho que algunos, hablando encontrado trabajo en la ciudad no quieren desplazarse muy lejos.

Los más viejos callan y bajan la cabeza. Al final de la discusión comentan en voz baja: no es posibles ser prófugos y tener tantas pretensiones. Los viejos, justamente ellos, ya estuvieron prófugos varias veces en sus vidas.

Vamos a visitar a un grupo de sirios-católicos que hoy se han reunido en la catedral caldea para un evento excepcional: la ordenación sacerdotal de un joven, prófugo de Qarakosh. El joven, Majid Atallah, de 30 años, había estudiado en Roma todos los años de teología. Luego, hace un año volvió a Qarakosh para prepararse para el sacerdocio. En agosto su ciudad fue conquistada  por el EI y también él, con su obispo, debieron huir a Erbil. Si bien viviendo en la miseria de los campos, en el cambio indudable del modo de vivir, el obispo y él decidieron igualmente celebrar la ordenación. Para todos, es como un signo de continuidad entre un antes y un después. Con la ceremonia se afirma que con la fuga, hay algo que no fue destruido: su propia fe, las tradiciones, el sacerdocio.

La iglesia está llena de centenares de personas. Solemnemente preside el obispo refugiado, que celebra en una iglesia no suya; Majid (en la foto) está arrodillado por mucho tiempo delante del altar mientras los fieles cantan las letanías y los himnos para la ocasión. Llama mucho la atención cómo todos los invitados están elegantemente vestidos. Visitando los campos para prófugos notamos que la gente anda mal vestida, con ropas de gimnasia o con ropa muy pobre. Aquí para la ocasión todos están vestidos con ropas elegantes, casi lujosos: las mujeres visten ropas de ceremonia invernales, revestidos con raso obscuro, los hombres con traje y corbata y hasta se ven a jóvenes con smoking con moños rojos.

Mi guía, el p. Dinkha, me hace notar que en la ceremonia está presente el cónsul general de los Emiratos árabes unidos. Me explica que los Emiratos son el único país árabe que está ayudando a los prófugos de Mosul y Qarqosh, sin hacer distinciones entre cristianos, musulmanes o yazidíes. Y el cónsul no falta nunca a ninguna ceremonia solemne de los cristianos.

(Fin de la 1° parte).