Papa: Que a nadie le falte nunca la ternura y la consolación de Dios
En la fiesta de la Beata Virgen de Guadalupe, Francisco reflexiona sobre la misericordia: “El amor es misericordioso y es el atributo más sorprendente de Dios, la síntesis en la cual se condensa el mensaje evangélico, la fe de la Iglesia”. Y anuncia el próximo viaje en febrero a México.

Ciudad del Vaticano (Asianews)- La ternura y la consolación de Dios, “no le falte nunca a ninguno”. “Dios nos ama de un amor gratuito, sin límites, sin esperarse nada en cambio… A Dios no lo gusta el pelagianismo ni el agnosticismo”. Lo dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en la basílica de san Pedro por la fiesta de la Beata Virgen de Guadalupe, patrona de América Latina. Al final de la cual anunció, para el próximo febrero que hará una visita a México “para rezarle en su santuario”.

Dios, dice Francisco, “nos ama tanto que se alegra y se complace junto a nosotros. Nos ama de un amor gratuito, sin límites, sin esperarse nada en cambio. No le gusta el pelagianismo…Este amor misericordioso es el atributo más sorprendentemente de Dios, la síntesis en la cual está condensado el mensaje evangélico, la fe de la Iglesia”.

La palabra “misericordia”, explica aún, “está compuesta por dos palabras distintas: miseria y corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Es un amor que “siente” nuestra indigencia como si fuese propia, con la finalidad de librarse. “En esto está el amor: no fuimos nosotros a amar a Dios, sino que Él  el que nos amó y mandó a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” (Jn 4,9-10)”.

El Verbo “se hizo carne…a Dios no le gusta el agnosticismo…Con la intención de  compartir todas nuestras fragilidades. Con la intención de experimentar nuestra condición humana, hasta hacerse cargo con la Cruz de todo el dolor de la existencia humana. La profundidad de su compasión y de su misericordia es así: una fusión para hacerse compañía y ponerse al servicio de la humanidad herida. Ningún pecado puede cancelar su cercanía misericordiosa, ni impedirle poner en acto su gracia de compartir, bajo la condición de que nosotros la pidamos”.

Es más, agrega Francisco, “el pecado mismo hace resplandecer con mayor fuerza el amor de Dios Padre que, para rescatar al esclavo, sacrificó a su mismo Hijo. Esta misericordia de Dios nos alcanza con el don del Espíritu santo, que en el Bautismo hace posible, crea y alimenta la nueva vida de sus discípulos. En lo que se refiere a los pecados del mundo puedan ser grandes o graves, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra, hace posible el milagro de una vida más humana, llena de alegría y de esperanza. Gritemos también nosotros con alegría. ¡El Señor es mi Dios y Salvador!”.

El Señor está cercano, nos dice el apóstol Pablo. “nada nos debe angustiar. “Y no  solamente”. También con su mamá. Ella decía. ¿Por qué tienes miedo? ¿No estoy yo aquí? Y, ¿no soy tu madre? La más grande misericordia reside, en su estar en medio de nosotros, en su estar en su presencia y compañía. Camina al lado nuestro, nos muestra el camino del amor,  nos levanta cuando caemos, nos sostiene en nuestras fatigas, nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra existencia. Nos abre los ojos para hacernos ver nuestras miserias y las del mundo, pero al mismo tiempo nos llena de esperanza. “Es la paz de Dios […] custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús”. (Fil 4,7).

Esta es la fuente de nuestra vida serena y feliz; “No hay nadie que pueda privarse de esta paz y felicidad, no obstante los sufrimientos y las pruebas de la vida. El señor es alérgico a las cosas rígidas…. Cultivemos esta experiencia de misericordia, de paz y de esperanza, en el camino del Adviento que estamos recorriendo y a la luz del Año Jubilar. Anunciar la Buena Noticia a los pobres, como Juan Bautista, realizando obras de misericordia, es un buen modo de esperar la venida de Jesús en la Navidad. Debemos imitarlo, Él que dio todo y se dio todo. Esta es su misericordia, sin pedir nada en cambio”.

En María, Dios goza y se complace en modo particular. Que “la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios” (Bula “Misericordia vultus”, 24). A ella concluye el Papa, “pedimos con este Año Jubilar sea una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, de las familias y de las naciones. Que continúe en decirnos: Yo estoy aquí, tu madre, madre de misericordia. Que nosotros nos convirtamos en misericordiosos y que las comunidades cristianas sepan ser oasis y fuente de misericordia, testigos de una caridad que no admitan exclusiones. Para pedir esto, de manera fuerte, iré a venerarla a su santuario en el próximo mes de febrero. Así podré rezar por esto y por toda América. Nosotros la suplicamos para que guíe los pasos de su pueblo americano, pueblo peregrino que busca a la Madre de la misericordia y solo le pido una cosa: que nos muestre a su Hijo Jesús”.