Papa: que la vida consagrada sea profecía, proximidad y esperanza

En un discurso improvisado, dirigido a los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada, Francisco condenó “el terrorismo de las habladurías”, dijo que la obediencia fuerte no es “disciplina”, sino que es “donación del corazón”, como la que hizo Jesús, recomendó no pensar en el dinero, que no da la verdadera esperanza, buscar la respuesta “sólo” en el Señor, y rezar por el don de nuevas vocaciones, pero evitando la “inseminación artificial”, es decir, el acoger vocaciones sin la debida “seriedad”.


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Vivir la profecía, la proximidad y la esperanza para renovar cada día el ‘sí’ con el cual cada consagrado ha respondido a la llamada que Jesús ha dirigido a cada uno de ellos, personalmente. Las tres ‘palabras’, profecía, proximidad y esperanza, fueron el centro del discurso que Francisco dirigió hoy a cinco mil consagrados que fueron recibidos en el Aula Pablo VI, en ocasión del Jubileo, de la 20ma Jornada dedicada a ellos, y de la clausura del Año de la Vida Consagrada. 

 

Un discurso improvisado por completo, porque, dijo Francisco, “he preparado un discurso para esta ocasión sobre los temas de la vida consagrada y sobre tres pilares; existen otros, pero tres son importantes para la vida consagrada. El primero es la profecía, el otro es la proximidad y el tercero es la esperanza. Profecía, proximidad y esperanza. He entregado al Cardenal Prefecto el texto porque es un poco aburrido leerlo y prefiero hablar con ustedes de aquello que me sale del corazón. ¿De acuerdo?”. Una propuesta que fue recibida con un aplauso sumamente cálido.

 

En este discurso improvisado del Papa, al especificar las tres “palabras”, condenó  el “terrorismo de las habladurías”, al que definió como “una bomba”, dijo que la obediencia fuerte no es la del tipo “militar”, no es “disciplina”, sino que es “donación del corazón”, como la de Jesús, recomendó no pensar en el dinero, que no da verdadera esperanza, y volver a poner la esperanza “sólo” en el Señor; rezar por el don de nuevas vocaciones, porque las comunidades envejecen –tantos monaterios son “llevados adelante por 4 o 5 hermanas viejecitas” – pero evitando al mismo tiempo la “inseminación artificial”, es decir, evitando acoger vocaciones sin la debida “seriedad”.

 

“Religiosos y religiosas –dijo- es decir, hombres y mujeres consagrados al servicio del Señor que ejercitan en la Iglesia este camino de una pobreza fuerte, de un amor casto que los lleva a una paternidad y a una maternidad espiritual para toda la Iglesia, una obediencia… Pero, en esta obediencia nos falta siempre algo, porque la perfecta obediencia es la del Hijo de Dios – ¡eh! – que se ha anonadado, se ha hecho hombre por obediencia hasta la muerte de Cruz. Pero hay entre ustedes hombres y mujeres que viven una obediencia fuerte, una obediencia – no militar, no, no eso; eso es disciplina, eso es otra cosa – ¿De donación del corazón? Y esto es profecía. “¿Pero tú, no tienes ganas de hacer otra cosa? Sí, pero… según las reglas debo hacer esto, esto, esto. Y según las disposiciones esto, esto, esto. ¿Y si no veo claro algo? Hablo con el superior, con la superiora… Per, después del dialogo obedezco”. Esta es la profecía contra la semilla de la anarquía que siembra el diablo. ¿Tú que haces? “Yo hago lo que me gusta”. La anarquía de la voluntad es hija del demonio, no es hija de Dios. El Hijo de Dios no ha sido anárquico, no ha llamado a los suyos para hacer una fuerza de resistencia contra sus enemigos;”.

 

“La profecía –dijo luego- es decirle a la gente que existe un camino de felicidad, de grandeza, un camino que llena de alegría, que es el camino de Jesús. Es el camino de estar cerca de Jesús. Es un don, es un carisma la profecía, y es algo que se debe pedir al Espíritu Santo: que yo también sepa decir esa palabra, en el momento justo; que yo haga eso en el momento justo, que mi vida entera sea una profecía; hombres y mujeres profetas. Y esto es muy importante. Pero, hagamos como todo el mundo, ¿no? La profecía es decir que existe algo verdadero, más bello, más grande, más bueno a lo cual todos estamos llamados.”.

 

“Luego la otra palabra es la proximidad, ¿no? Hombres y mujeres consagrados, pero no para alejar a la gente y tener todas las comodidades… No, para acercarme y entender la vida de los cristianos y de los no cristianos, los sufrimientos, los problemas, tantas cosas que solamente se entienden si un hombre y una mujer consagrados se hacen prójimo: en la proximidad. “Pero, Padre, yo soy una religiosa de clausura, ¿Cómo debo hacer? Pero, piensen en Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que con su corazón ardiente era próxima a la gente. Proximidad… Hacerse consagrados no significa subir uno, dos, tres escalones en la sociedad. Es verdad, muchas veces escuchamos a los padres: “Pero, sabe padre, yo tengo una hija religiosa, yo tengo un hijo fraile…” y lo dicen con orgullo: ¡y es verdad! Es una satisfacción para los padres tener hijos consagrados; esto es verdad. Pero para los consagrados no es un estatus de vida que me hace ver a los otros así, ¿eh? La vida consagrada me debe llevar a la cercanía con la gente; cercanía física, espiritual, conocer a la gente.”.

 

“Proximidad: ¿Quién es el primer prójimo de un consagrado o de una consagrada? El hermano o la hermana de la comunidad. Este es su primer prójimo. Es también una proximidad hermosa, buena, con amor. Yo sé que en sus comunidades jamás se murmura, jamás, jamás… Un modo de alejarse de los hermanos y de las hermanas de la comunidad es justamente este: el terrorismo de las habladurías. Escuchen bien, ¿eh? No las habladurías: el terrorismo de las habladurías, porque quien habla mal es un terrorista. Es un terrorista dentro de la propia comunidad, porque lanza -como una bomba- la palabra contra éste, contra aquél, y luego se va tranquilo. ¡Destruye quien hace esto! Quien hace esto destruye como lo hace una bomba y luego él se aleja. Esto, el apóstol Santiago decía que era la virtud tal vez más difícil, la virtud humana y espiritual más difícil de tener, que es la de dominar la lengua. Si me viene decir algo contra un hermano o una hermana, lanzar una bomba de habladurías, muérdete la lengua, ¿eh? ¡Fuerte! Terrorismo en la comunidad, ¡no! “¿Pero padre, si hay algo, un defecto, algo que corregir? – Tú lo dices a la persona: tú tienes esta actitud que me fastidia o que no está bien o que no es conveniente – porque a veces no es prudente – tú lo dices a la persona que lo puede remediar, que puede resolver el problema y a nadie más, ¿entendido? Las habladurías no sirven. ¿Pero en el capítulo? Ahí sí, en público todo lo que sientes que debes decir, porque existe la tentación de no decir las cosas en el capítulo y luego afuera: ¿Has visto a la superiora? ¿Has visto a la abadesa? ¿has visto al superior? ¿Por qué no lo has dicho ahí, en el capítulo? Eh, no tienes el derecho. ¿Es claro esto?

 

¡Son virtudes de proximidad! Y los santos tenían esto: los Santos consagrados tenían esto. Santa Teresa del Niño Jesús jamás, jamás se ha lamentado del trabajo, del fastidio que le daba esa religiosa que debía llevar al comedor, todas las tardes: de la capilla al comedor… ¡Jamás! Porque la pobre religiosa era muy anciana, casi paralitica, caminaba mal, tenía dolores – también yo la entiendo – también un poco neurótica… Jamás, jamás ha ido donde otra religiosa a decir: “¡pero cómo fastidia ésta!”. ¿Qué hacía? La ayudaba a acomodarse, le llevaba la servilleta, le partía el pan y le sonreía. Proximidad se llama esto. ¡Proximidad! Si tu lanzas la bomba de una habladuría en tu comunidad, esto no es proximidad: ¡esto es hacer la guerra! Esto es alejarte, esto es provocar distancias, provocar anarquismos en la comunidad. Y si, en este Año de la Misericordia, cada uno de ustedes lograra no hacerse el terrorista de habladurías, sería un éxito en la iglesia, un ¡suceso de gran santidad! ¡Anímense! La proximidad.”.

 

“Y luego la esperanza. Y les confieso que a mí me cuesta mucho cuando veo cómo disminuyen las vocaciones, cuando recibo a los Obispos y les pregunto: ¿cuántos seminaristas tiene? 4, 5. Cuándo voy a sus comunidades religiosas – masculinas o femeninas – tienen un novicio, una novicia, dos: y la comunidad envejece, envejece, envejece. Cuando hay monasterios, grandes monasterios, y el Cardenal Amigo Vallejo puede contarnos, en España, cuántos hay, que son llevados adelante por 4 o 5  religiosas viejecillas, hasta el final… Y a mí esto me provoca una tentación que va contra la esperanza. “Pero Señor, ¿qué sucede? ¿por qué el vientre de la vida consagrada se volvió tan estéril? Algunas congregaciones hacen el experimento de la inseminación artificial: ¿qué hacen? Reciben: sí, ven, ven, ven… Y luego los problemas que hay ahí adentro… ¡No! Se debe recibir con seriedad! Se debe discernir bien si ésta es una verdadera vocación, y entonces, ayudarla a crecer. Y creo que contra la tentación de perder la esperanza, que nos viene debido a esta esterilidad, debemos rezar más. Y rezar sin cansarnos.

 

A mí me hace tanto bien leer ese pasaje de la Escritura, en la cual Ana – la mamá de Samuel – rezaba y pedía un hijo: y rezaba y movía sus labios y rezaba… – Y el viejo sacerdote que era un poco ciego y que no veía bien, pensaba que estaba ebria. Pero el corazón de esa mujer: “¡Quiero un hijo!”. Yo les pregunto a ustedes: ¿sus corazones, ante esta disminución de las vocaciones, ¿reza con esta intensidad? Nuestra congregación tiene necesidad de hijos, nuestra congregación tiene necesidad de hijas… El Señor, que ha sido tan generoso, no faltará a su promesa.  Pero debemos pedirlo. Debemos tocar la puerta de su corazón. ¡Porque hay un peligro! Y esto es feo, pero debo decirlo. Cuando una congregación religiosa ve que no tiene hijos y sobrinos y comienza a ser más pequeña y más pequeña, se apega al dinero. ¡Y ustedes saben que el dinero es el estiércol del diablo! Cuando no pueden tener la gracia de tener vocaciones e hijos, piensan que el dinero salvará la vida y piensan en la vejez, que no me falte esto, que no falte esto otro… ¡Y así no hay esperanza! La esperanza sólo en el Señor. El dinero no te la dará jamás. Al contrario: ¡te tirará abajo! ¿Entendido?”.

 

“Y les agradezco mucho por todo lo que hacen. Los consagrados – cado uno con su carisma – y quiero subrayar las consagradas, las religiosas: ¿qué sería de la Iglesia si no existieran las religiosas? Esto lo he dicho una vez: cuando tú vas al hospital, a los colegios, a las parroquias, a los barrios, a las misiones, hombres y mujeres que han dado su vida… En el último viaje en África – esto lo he contado, creo, en una audiencia – he encontrado a una religiosa de 83 años, italiana: ella me ha dicho: “desde que tenía, no recuerdo si me ha dicho 23 o 26 años que estoy aquí. Soy enfermera en un hospital – pensemos desde los 26 años hasta los 83 – y he escrito a los míos en Italia que ¡no regresare jamás!”. Cuando tú vas a un cementerio y ves que hay muchos misioneros religiosos muertos y tantas religiosas muertas a 40 años porque se han enfermado, estas fiebres de estos países, han quemado sus vidas… Tú dices: “¡Estos son santos! ¡Estos son semillas!”. Debemos decir al Señor que baje un poco sobre estos cementerios y vea qué cosas han hecho nuestros antepasados y que nos dé más vocaciones, porque tenemos necesidad de ellas”.

 

“Les agradezco mucho por esta visita, agradezco al Cardenal Prefecto, al Mons. Secretario, a los subsecretarios por aquello que han hecho en este Año de la Vida Consagrada. Pero, por favor, no se olviden de la profecía de la obediencia, la cercanía, el prójimo que es más importante, el prójimo más próximo es el hermano y la hermana de la comunidad, y luego la esperanza. Que el Señor haga nacer hijos e hijas en sus congregaciones. Y recen por mí. Gracias”.