El golpe fallido y el poder de Erdogan: el inicio de una tragedia
de NAT da Polis

Nuevas manifestaciones en apoyo a Erdogan en Estambul y en Ankara. El magro intento de derrocar el régimen no era apoyado por el Estado Mayor. Se incrementan los arrestos y también la posibilidad de introducir la pena de muerte. La democracia turca, amenazada por el secularismo kemalista y por el islamismo fundamentalista.


Estambul (AsiaNews) – Miles de turcos tomaron nuevamente las calles anoche, para protestar contra el intento de golpe, que por algunas horas hizo vacilar al poder del presidente Recep Tayyip Erdogan. Una multitud reunida, que incluyó a mujeres e incluso, haciendo flamear banderas turcas y retratos de Erdogan, se instaló en la plaza Taskim de Estambul y en la plaza Kizilay de Ankara.  

A partir del día siguiente al golpe fallido, se instauró un fuerte control: al menos 800 miembros de las fuerzas especiales han sido desplegados para garantizar la seguridad de Estambul. En tanto, el saldo en los enfrentamientos con los militares rebeldes ascendió a 290 muertos. Ayer, el ministro de Justicia, Bekir Bozdag, reveló que al menos 6.000 personas fueron llevadas a prisión por estar vinculadas con el intento de golpe de Estado. Erdogan se ha mostrado favorable a la reintroducción de la pena de muerte en el país.

 La crónica cuenta que el viernes 15 de julio, un día después de la nefasta noche de Niza, alrededor de las 22 (hora local), los canales privados del país transmitieron en directo el movimiento de tropas del ejército turco que procedieron a bloquear los dos puentes del Bósforo. Carros armados y soldados se posicionaron en algunos puntos de la ciudad, mientras el tráfico de la metrópolis de 20 millones de habitantes continuaba fluyendo. Desde la capital, Ankara, llegaron noticias confusas acerca de tiroteos y explosiones; noticias sobre la ocupación de la TV pública TRT y del Estado Mayor del Ejército turco. Todo eso ocurría mientras el presidente turco se hallaba de vacaciones en Antalya, tras el restablecimiento de relaciones con los rusos y con Israel, en lo que muchos analistas definen como “el habitual camaleón”, algo que ya se ha tornado bastante usual en la historia moderna de la política turca.

Las noticias confusas continuaron, primero, con la difusión de un comité no muy bien definido. El mismo proclamaba que el ejército turco asumía el poder a fin de restaurar los procesos democráticos en Turquía, pisoteados por su presidente Erdogan, quien desde hace tiempo se ha autoproclamado una suerte de Rey Sol del Oriente, junto a su brazo ejecutivo, el partido AKP, fundado por él mismo sobre valores islámicos y apoyado por el 50% de la población. Al menos un 40% de la misma está vinculada a los valores musulmanes tradicionales.

 

Los “nuevos jenízaros”

El golpe fue conducido por 1600 oficiales turcos, en su mayor parte coroneles, además de algunos generales, todos ellos acusado por Erdogan de formar parte del movimiento Hizmet –del imán Fethullah Gülen, considerado su enemigo número uno por el mismo presidente turco, pese a haber sido su padre espiritual. Gülen se encuentra refugiado en Pennsylvania desde el año 1999, siendo perseguido por generales turcos.  Hay quien ha definido a los militares rebeldes como los “nuevos jenízaros”, que se han rebelado contra el “excesivo poder del sultán”.

Fuentes diplomáticas refieren que gran parte de ellos, junto a un grandísimo número de magistrados, estaban por ser removidos en las promociones que el gobierno iba a efectuar próximamente. Luego del golpe frustrado, las purgas se adelantaron. La crónica narra que después de las primeras horas de confusión, Erdogan, incitó a las multitudes –a través de mensajes difundidos a través de las redes sociales-  y dio órdenes a los imanes para que dispusieran en el campo a sus sostenedores, a quienes algunas cancillerías diplomáticas definen como “los talibanes de Erdogan”: el vice jefe de la MIT, la inteligencia turca, conducida por el fidelísimo Hakan Fidan (quien también estaba de vacaciones) anunció que el intento de golpe había sido aniquilado.

En relación a esto, ha de ser revelado que el poderosísimo MIT, que en el pasado estuvo al servicio del poder kemalista de los generales, desde el 2010 responde directamente a Erdogan y a sus proyectos.

Ya es cosa verificada que los golpistas que tomaron la iniciativa de derrocar a Erdogan no han tenido el consenso –ni siquiera tácito, como en los tres golpes militares anteriores de la historia republicana turca (1960, 1971, 1980) – de las Fuerzas armadas en su totalidad, ni de una parte consistente de ellas, como los militares. También debe ser recordado que las fuerzas policiales, difundidas capilarmente en el territorio turco, están muy sujetas al poder de Erdogan.

Otro error cometido por lo militares rebeldes –demostrando su total desconocimiento acerca del control de los medios – es que ellos pensaban que la ocupación de las televisión estatal TRT sería suficiente pata controlar la información. En cambio, Erdgan –que siempre ha acusado a Internet y a las redes sociales de ser corruptores de almas, y a menudo ha aplicado la censura sobre dichas herramientas- fue un hábil usuario, enviando mensajes a los mulá de las mezquitas para hacer que la gente saliera a las calles contra los golpistas, a fin de defenderlo a él y al parlamento, legítimamente electos.

Hay quien ha definido a Erdogan como “un yihadista”. En los ambientes diplomáticos se piensa que Turquía ha vivido un golpe a la antigua, aniquilando a los soldados en rebeldía, que fueron masacrados por los pretorianos de Erdogan en vivo y en directo, difundiendo todas las escenas por los canales de televisión privada. Unos de los soldados golpistas incluso fue degollado y decapitado.  

De este intento de golpe frustrado, Erdogan y su poder salen, sin lugar a dudas, fortalecidos. Pero llegado este punto, no son pocos los interrogantes que surgen.   

 

Rumbo al sultanato de Erdogan

Una primera cuestión que se plantea es la sospecha de que este tentativo de golpe haya sido hábilmente provocado por el presidente turco para poder legitimar aún más su poder,  y acelerar los tiempos para obtener la tan deseada reforma constitucional, que lo consagraría como sultán de su imperio neo-otomano, inspirado en algunos valores tradicionales de la Anatolia o Asia Menor islámica. Dicha concepción extrae su fuerza de una nueva clase media anatolia, económicamente emergente (definida como “los tigres anatolios”) y sujeta a los valores de la tradición musulmana, que con el 40% de la población, constituye el núcleo duro del partido AKP, bien ramificado en el tejido social del país.

Para llegar a tal fin, Erdogan precisa obtener la aprobación de dos tercios del actual parlamento  (367 votos, cuando actualmente tiene 315), lo cual implica involucrar necesariamente los votos de la oposición.

Caso contrario, deberá llamarse a elecciones anticipadas, y visto el clima que se ha creado, él ya está convencido de que obtendrá la mayoría absoluta.

Además, todos los sectores de oposición se han expresado en contra del intento de golpe de estado, que apuntaba a desestabilizar el parlamento democráticamente electo.

Durante las fases agitadas del golpe fallido, se han expresado a través de la web el ex presidente Abbdullah Gul  y el ex primer ministro Ahmet Davutoglu, teórico de la corriente neo-otomana, ambos suprimidos del poder por Erdogan. De hecho, este último ha definido como “mártires” a las víctimas de los golpistas, diciendo que “fueron al paraíso por una justa causa”, pero ha callado en lo que respecta a los pobres soldados ignorantes rebeldes, que fueron masacrados por los sostenedores de Erdogan.

 

Negociar con Occidente

A pesar de que el acérrimo amigo/enemigo Fetullah Gulen se ha alineado en contra de los golpistas, al mismo tiempo ha acusado a Erdogan de haberlos maniobrado para su propio uso y consumo, a fin de poder trocar sus ya difíciles relaciones con los aliados occidentales, que lo acusan de estar vinculado con el ISIS..

El segundo interrogante parte justamente de esto.

Son varias las cancillerías que no ocultan su disgusto por el rol que la Turquía de Erdogan continúa teniendo con varios de grupos de Oriente medio (ISIS, Hermanos Musulmanes, etc…) que se encuentran involucrados con algunos extremistas radicales en Europa. Hasta Alemania, que con la representación de Angela Merkel ha sido el único, continuo e histórico aliado de Turquía, comienza a tomar distancia luego de las continuas declaraciones provocativas del presidente turco. Con este intento de golpe frustrado, Erdogan se aprovecha de la ocasión a fin de quedar plasmado, ante los aliados occidentales, como la única fuerza legítimamente electa, y así, poder negociar de nuevo su apoyo político, militar y económico en esta zona de enorme importancia estratégica a nivel global.

 

Los temores del “día después”

Más allá de estas consideraciones, que sólo la investigación histórica futura podrá esclarecer, de estos hechos surge un dato importante: Turquía no es un país normal, y tampoco un país árabe, y deberá recorrerse un largo camino para arribar a una normalidad. Sólo entonces podrá comprenderse –como dice el analista Kerem Oktem – que esta tierra no es turca, sino patria de muchas razas humanas, de variada proveniencia cultural y de diverso espesor histórico.

En efecto, la sociedad turca, desde 1923 -fecha de nacimiento del Estado turco moderno-  ha crecido presa de dos regímenes: el kemalista laico, que es secularista,  y el islámico, en el cual se origina el actual régimen del AKP. Ambos han hecho un uso instrumental de la palabra “turco”. El primero, el kemalista, definía como “turco” a quien era musulmán; en cambio, en el islámico se identifica al musulmán como “turco”.

En la base de todo esto se halla una concepción fascistoide de la sociedad turca. De ese modo, en este país jamás se ha podido desarrollar una sociedad basada en derechos civiles.  Toda vez que  se ha creado un movimiento en defensa de los derechos civiles, el mismo ha sido brutalmente eliminado. Y ello ha ocurrido incluso con el beneplácito de los occidentales, que, celosos de sus intereses políticos y económicos en esta zona, han dejado a la población turca a merced de los dos regímenes.  

Tal como prosigue Kerem Oktem en sus observaciones, en un país que ha crecido en el enfrentamiento de poder entre dos regímenes, no se tiene la posibilidad de crecer civilmente, y toda contraposición política asume el carácter de guerra civil. Por este motivo, concluye, “en Turquía jamás he dejado de tener miedo del día después, un día con consecuencias nefastas y teñido de sangre”.