Papa: Oremos por el pueblo de Alepo, que paga por la falta de voluntad de paz de los poderosos

En el Ángelus, el Papa Francisco pidió rezar por "las víctimas civiles de la guerra". "Es inaceptable que tanta gente indefensa - incluyendo muchos niños – tengan que pagar el precio del conflicto". "Tantas injusticias, violencia y maldad diaria nacen de la idea de comportarse como dueños de las vidas de los demás".


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – El Papa Francisco ha lanzado una enésima llamada y oración por Siria y en especial para la gente de Alepo. En la ciudad que era el centro económico del país, en estos días hay una reanudación de la lucha por las fuerzas rebeldes a Assad, en un intento por recuperar algunas zonas de la ciudad que en los últimos días habían sido conquistadas por el ejército. Hablando al final del Ángelus, tras señalar que en estos días llegan "informes de víctimas civiles de la guerra", el Papa dijo: "Es inaceptable que tanta gente indefensa - incluyendo muchos niños – tengan que pagar el precio del conflicto, el precio del cierre de corazón y falta de voluntad de paz de los poderosos". Luego, dirigiéndose a los peregrinos presentes, agregó: "Estamos cerca de la oración y la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas sirios, y les confiamos a la protección maternal de la Virgen María. Oremos todos en silencio y luego el Ave María". Y después de breves momentos de silencio, recitó la oración mariana junto con todos.

Anteriormente el Papa había comentado el Evangelio del día (XIX Domingo durante años, C) en relación con las tres parábolas sobre la vigilancia (Lucas12,32-48).

“La primera - explicó - es la parábola de los siervos que esperan en la noche el regreso del señor. “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela” (v. 37): es la bienaventuranza del esperar con fe al Señor, del estar preparados, en actitud de servicio. Él se hace presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será bienaventurado quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: de hecho, el Señor mismo se hará siervo de sus siervos; es una bonita recompensa. En el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábola, ambientada en la noche, Jesús proyecta la vida como una vigilia de espera activa, que precede al día luminoso de la eternidad. Para poder acceder es necesario estar preparados, despiertos y ocupados en el servicio a los otros, en la perspectiva reconfortante que, “allí”, ya no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino Él mismo nos acogerá en su mesa. Pensándolo bien, esto sucede ya hoy cada vez que encontramos al Señor en la oración, o al servir a los pobres, y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos con su Palabra y su Cuerpo”.

La segunda parábola tiene la imagen de la llegada impredecible del ladrón. Este hecho requiere una vigilancia; de hecho, Jesús exhorta: "Prepárense, porque a una hora que no pensáis, vendrá el Hijo del hombre" (v 40).. El discípulo es aquel que espera al Señor y su Reino.

“El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la ida del señor. En el primer cuadro, el administrado sigue fielmente sus tareas y recibe la recompensa. En el segundo cuadro, el administrador abusa de su autoridad y pega a los siervos, por lo que, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación frecuente también en nuestros días: muchas injusticias, violencias y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarnos como señores de la vida de los otros. Y nosotros tenemos un solo señor, aunque no le gusta llamarse señor, le gusta que le llamemos Padre. Nosotros somos siervos, pecadores todos, hijos, pero Él es el único Padre”.

“Jesús hoy nos recuerda que la espera de la bienaventuranza eterna no nos libra del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, precisamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos empuja a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles. La virgen María nos ayude a ser personas y comunidades no aplanadas en el presente, o, peor, nostálgicas del pasado, sino proyectadas hacia el futuro de Dios, hacia el encuentro con Él, nuestra vida y nuestra esperanza”.