El enfrentamiento entre Arabia Saudita y Qatar sirve de reactivo para verificar el clima de tensión vigente en el Oriente Medio. Y entre sunitas y chiitas, por el primado en el islam. La política agresiva de Riad es sostenida por Trump por razones económicas. Bruselas, incapaz de favorecer el reconocimiento del pluralismo político, social y religioso.
Milán (AsiaNews) - El presidente turco Recep Tayyip Erdogan arremetió contra el aislamiento impuesto a Qatar por parte de un grupo de naciones árabes; una demostración de fuerza decidida por la dirigencia del reino, en el marco de la controversia que desde hace días llevan adelante Riad y Doha a raíz del (presunto) apoyo que esta última brindaría a movimientos terroristas, y de los lazos que mantiene con Irán. El líder de Ankara se refirió a la situación describiéndola como “inhumana y contraria a los valores islámicos”.
La semana pasada, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto, siguiendo la indicación de Arabia Saudita, cortaron vínculos de toda índole, tanto comerciales como diplomáticos, con Qatar. Para Erdogan, esta decisión equivale a una “condena a muerte”.
De aquí la decisión de Ankara, a la que se plegaron Omán y Marruecos, de enviar artículos alimentarios a Qatar, tal como hizo Irán días atrás, además de la apertura del espacio aéreo de la República islámica a los aviones del emirato. Al enviar ayuda, Marruecos ha aclarado, sin embargo, que tiene intenciones de permanecer “neutral” en el marco de la disputa. En estas horas intervino también el ministro de Relaciones Exteriores de Qatar, Mohammed bin Abdulrahman Al-Thani, que se refirió a la decisión tomada por Riad y sus aliados, calificándola de “injusta” e “ilegal”.
Pero esta crisis medio-oriental no sería tan dramática si Europa y los Estados Unidos hubiesen jugado un rol más preciso en lo que respecta al diálogo y a la búsqueda del respeto de los derechos humanos. A continuación, brindamos el análisis del Prof. Luca Galantini.
El feroz enfrentamiento político-diplomático en acto desde hace una semana en el Oriente Medio, entre Arabia Saudita, sus aliados –los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Egipto, Yemen y Maldivas- y Qatar, es el tornasol que permite verificar el peligroso clima de ajuste de cuentas, a nivel internacional, que rige en el mundo sunita, y entre el mundo sunita y el chiita, por la supremacía en la región y en las relaciones de fuerza en el seno del islam.
La gran fragilidad de las relaciones internacionales en este área del mundo, que es determinante para la paz y la seguridad del planeta, refleja la lógica de “machtpolitik” [privilegiar una política de fuerza y de apelar al recurso de los instrumentos militares, ndr] que caracteriza en una medida relevante las estrategias de los gobiernos de las principales potencias sunitas de la región, con Arabia Saudita a la cabeza.
La decisión de aislar a Qatar a nivel diplomático, con la acusación, bastante poco probada, de sostener, financiar y abrazar el terrorismo islámico; el faraónico acuerdo decenal por un valor de aproximadamente 400 millardos de dólares estipulado recientemente entre el presidente de los EEUU Donald Trump y el rey saudita Salman, orientado a la adquisición de equipamiento militar estadounidense de alto potencial tecnológico; la demonización del Irán chiita, considerado –sin elementos probatorios concretos- como único artífice y responsable del terrorismo de matriz islámica en el Oriente Medio y en Occidente. Todos estos elementos muestran la obstinada voluntad de los sauditas de asumir de un modo unilateral el liderazgo político, económico y militar del Oriente Medio, marginando tanto a aquellos países sunitas como Qatar - que no comparten esta estrategia y tratan de crear redes de colaboración con las distintas facciones del área- como a las mismas poblaciones chiitas residentes en los países sunitas, que de esta manera, ven en Irán un punto de referencia en lo que respecta a su identidad religiosa, y de tutela política central.
El atentado terrorista perpetrado en Teherán, que fue reivindicado por el frente sunita del Estado islámico, es una razonable prueba de ello.
Está el riesgo de que se produzcan graves repercusiones a nivel global, porque viene a crearse una verdadera y auténtica “geografía internacional del enfrentamiento” en el Oriente Medio, en el cual convergen una infinidad de intereses de carácter político, económico, ideológico, religioso y étnico: Rusia, el Irán chiita, Qatar, e incluso la misma Turquía, cercana a los Hermanos Musulmanes. Estas realidades temen mucho la acción agresiva de Arabia Saudita, sostenida de manera desenvuelta por la administración Trump por meras razones económicas y de interés nacional. El mismo frente anti-iraní, sostenido por la acción conjunta Trump-Arabia Saudita, no favorece el diálogo y la cooperación recíproca entre los países del área medio-oriental.
Los cargos de acusación que se le imputan al emir del Qatar, Tamim al-Thani – el apoyo brindado a movimientos políticos fundamentalistas y radicales como la Hermandad Musulmana y Hamas, incluso a través de la poderosa red televisiva al-Jazeera- no pueden hacer olvidar las peligrosas connivencias que, de manera directa o indirecta, la ideología wahabita de Arabia Saudita y sus aliados sunitas mantienen con los movimientos terroristas islámicos del EI y de al Qaeda. Y de esto, las cancillerías internacionales, pero sobre todo las occidentales, están muy al tanto.
Por lo tanto, las inescrupulosas ambiciones políticas de las riquísimas monarquías locales árabes arriesgan desestabilizar la península árabe y la región del Golfo entera, haciendo precipitar los ya de por sí fragilísimos equilibrios del área medio-oriental. A su vez, esta desestabilización permanente corre el riesgo de hacer que se incrementen –y no que disminuyan- las tensiones en torno al Estado islámico, en los territorios ocupados en Siria e Irak, y también [como reflejo] de que aumenten las acciones terroristas en Europa.
En este RisiKo tan complejo y preocupante, las Naciones Unidas y Occidente, dividido entre Estados Unidos y Europa, lamentablemente son los “convidados de piedra”, los grandes ausentes.
En realidad, la administración Trump hoy ha optado claramente por la vía de un pragmático y cínico apoyo al contendiente que, en los papeles, tiene mayores chances de asumir el rol de liderazgo en el tablero medio-oriental, es decir, Arabia Saudita. Con una disponibilidad de infinitos recursos financieros, que pueden forjar ventajosos contratos para las empresas de armamento y para las petroleras estadounidenses, garantizando inversiones a la Casa Blanca y la creación de puestos de trabajo en los Estados Unidos.
Al mismo tiempo, con esta decisión, los Estados Unidos han optado por archivar en un cajón toda atención prestada a las políticas de cooperación y desarrollo inspiradas en los principios de la ONU en lo que concierne a derechos humanos, al desarrollo y la promoción de las libertades fundamentales de la persona, a la promoción de sistemas políticos democráticos y a la participación civil responsable en pos del bien común. Exactamente lo contrario de cuanto caracteriza actualmente a las despóticas monarquías y satrapías árabes. En Riad, Trump, en su discurso pronunciado delante del rey Salman, cínicamente ha elogiado a Arabia Saudita como ejemplo de tolerancia y convivencia para los países vecinos.
Las ineludibles responsabilidades de los Estados Unidos no deben hacer que olvidemos aquellas, no menos graves, de Europa. Si Washington ha demostrado una opinable y peligrosa decisión, privilegiando un joint-venture a largo plazo con el régimen saudita, Bruselas lamentablemente demuestra un estado de total y absoluto letargo en lo que respecta al frente medio-oriental. Todo ello, no obstante y paradójicamente siendo la primera víctima de los actos criminales de terrorismo de matriz islamista, siendo éste más un efecto que una causa del perverso connubio entre religión y política en el Oriente Medio.
La UE siempre se ha jactado de su rol de “civil power”, potencia civil que excluye en las relaciones internacionales la opción del predominio bélico, a favor del primado de los derechos del hombre: sin embargo, los contextos socio-políticos de los países medio-orientales, incluso tras el fracaso de las expectativas subseguidas a caballo de las Revueltas Árabes del 2010-2011 demuestran la carencia de Europa en lo que respecta a la capacidad de proyectar programas estratégicos en grado de favorecer el desarrollo, la paz y la seguridad.
Los denominados “Parámetros de Copenhague”, es decir, los principios jurídicos generales de los acuerdos que enlazan a los países europeos en el seno de la UE y con los Estados que están fuera de la UE, imponen el respeto de la democracia y del “rule of law”, el imperio de la ley, la promoción de los derechos fundamentales de la persona humana. Entonces, ¿por qué la Unión Europea no ha sabido crear un road-map en lo que concierne a la política exterior? ¿Por qué no ha sabido hacer propio el manifiesto de la conferencia de la universidad de al-Azhar del pasado mes de febrero, cuando los representantes religiosos y políticos, los intelectuales de fe islámica y cristiana del mundo árabe, se reunieron para promover la reforma constitucional del Estado en los países, en nombre de los principios de ciudadanía, laicidad y pluralismo religioso?
A decir verdad, hay una total ausencia de acción diplomática de la UE tendiente a la definición de instrumentos multilaterales para la seguridad regional. Las crisis más recientes, desde Libia hasta Siria y pasando por Yemen, han demostrado que la consolidación entre una lógica de enfrentamiento regional y local ha creado una combinación que difícilmente pueda ser gestionada, en la cual los países europeos prefieren perseguir su propio interés nacional, puesto que no son capaces de concebirse ni de actuar como una Unión.
Observemos de qué manera se dividen los estados de la UE, sosteniendo a cada momento una de las facciones o grupos en lucha: en Libia, en Siria, en Irak y en el Kurdistán, Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, los verdaderos donantes-financiadores de la UE siempre están divididos a la hora de optar cuál de las facciones se ha de sostener.
En el caso de Siria, Alemania y Francia aplaudieron la acción militar estadounidense del bombardeo a las fuerzas sirias pero, simultáneamente, operan contra el EI, que es el enemigo número uno del dictador Assad. Así sucede con cuanto respecta a Irán, vemos a la UE dividida entre una fronda filo-estadounidense y una que está a favor del diálogo con la teocracia de Teherán. En Gran Bretaña, The Guardian ha revelado que el gobierno ha bloqueado una investigación ministerial, que sacaba a la luz la profunda connivencia del gobierno saudita en la financiación del movimiento y de los predicadores fundamentalistas wahabitas en las mezquitas esparcidas en territorio inglés.
Por lo tanto, si estamos frente a situaciones de crisis potencialmente explosivas en el Oriente Medio, esto no puede ser imputado exclusivamente al avanzado unilateralismo norteamericano, más allá de la conflictividad interna en el mundo islámico. La palabra clave de la acción de los Estados europeos debiera consistir en la capacidad de favorecer la inclusión de los principales actores regionales, promoviendo el reconocimiento mutuo y una definición de mecanismos de confianza entre los países de la región. Además, Bruselas debiera favorecer el reconocimiento del pluralismo político, social y religioso, como prerrequisito compartido para evitar que se formen “fortalezas” contrapuestas en relaciones aquejadas por una recíproca conflictividad y hostilidad permanentes. Siguiendo el curso de una política del bien común, que valoriza más bien aquello que une en lugar de aquello que divide.