El genocidio de Yemen: después de las bombas, el hambre, la sed y el cólera
de Pierre Balanian

La coalición liderada por Riad bloquea el arribo del combustible, necesario para hacer funcionar los pozos. Hay más de un millón de personas sin agua en Taiz,  Saada, Hodeida, Saná y Al Bayda. Según UNICEF, hay 1,7 millones de niños que sufren malnutrición aguda”; debido a las privaciones, 150.000 niños están en riesgo de morir en las próximas semanas, El silencio y la negligencia de la comunidad internacional. La amenaza de atacar las naves que transportan el petróleo crudo. Ayer, Arabia Saudita ha permitido la reapertura del aeropuerto de Saná y del puerto de Hudayda, pero sólo y exclusivamente para las ayudas humanitarias. Una medida que resulta insuficiente. 


Saná (AsiaNews) -  La Arabia Feliz, cuna de la nación árabe, muere lentamente con el pasar de los días, bajo una lluvia indiscriminada de hierro y fuego de la aviación saudita y por el bloqueo total de todos los pasos aeroportuarios, navales y terrestres. La coalición liderada por Riad ha bloqueado el arribo de combustible, necesario para hacer funcionar los pozos hídricos. La Cruz Roja internacional hace un llamamiento: en ciudades como Taiz, Saada y Hodeida hay un millón de personas privadas de agua salubre, y también falta agua potable en Saná y el Al Bayda. Las Naciones Unidas siguen refiriéndose a la situación que rige en Yemen como la “mayor crisis humanitaria del mundo”. Pero Yemen, sobre todo la población civil yemenita y los más débiles entre ella –mujeres, niños, ancianos y enfermos- permanecen aislados del resto del mundo, ignorados, abandonados.  

En el país no se permite ingresar nada, excepto el hambre, la muerte, la destrucción, y ahora, la sed. Lo que está sucediendo ya no es más una guerra, ni una invasión de parte de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes y tampoco una guerra islámico-confesional, como quiere hacer creer la prensa FILO-saudita. Lo que aquí sucede se manifiesta como un exterminio de un pueblo entero. Aliados de los autores de este genocidio son las epidemias propagadas luego de la guerra, como el cólera, cuya difusión es “la peor que se haya registrado en los tiempos modernos” y que amenaza a más de un millón de personas. Pero según Alexander Faite, responsable de la delegación de la Cruz Roja en el atormentado país, además del hambre y el cólera, la amenaza proviene de la indiferencia mundial, del silencio, que en estos casos, voluntaria o involuntariamente, se transforma en complicidad.

 

A pesar de llegar con cuentagotas, a causa de una ausencia mediática significativa, las noticias catastróficas comienzan a suscitar horror, incluso en la opinión pública estadounidense, como es el caso del famoso analista Roy Paul, del Instituto por la Paz y la Prosperidad, que ayer ha escrito: “Se nos dice que la política exterior de los Estados Unidos debiera reflejar los valores americanos. Entonces, ¿cómo es posible que Washington apoye a Arabia Saudita –un estado tiránico con uno de los peores registros en materia de violación de los derechos humanos en el mundo- al cometer aquello, que más allá de toda medida, constituye un genocidio en relación al pueblo del Yemen?”.

Paul agrego críticas al involucramiento de los EEUU, diciendo que en Yemen “estamos combatiendo codo a codo con Al Qaeda” contra los Houthis. Esto es confirmado por varias noticias que han circulado ayer, según las cuales en Yemen, contra los Houthis también combaten los milicianos de Daesh que huyeron de Siria e Irak.

La cantidad de casos de violaciones a los derechos humanos registrados en Yemen por las ONG es alucinante. Según SAM, la Organización por los Derechos y las Libertades, con sede en Ginebra, “sólo en el mes pasado, se registraron 716 casos de violaciones a los derechos humanos, contra civiles”.

Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y sus aliados iniciaron una guerra contra Yemen en marzo de 2015, cuando el rico vecino saudita invadió el país para expulsar a los rebeldes Houthis e imponer nuevamente, mediante el uso de la fuerza, el gobierno derrocado del presidente pro-saudita Abou Rabbu Mansour Hadi.

La coalición creada por Arabia Saudita – compuesta también por cantidad de mercenarios profesionales no-árabes, de los cuales muchos provienen de Sudáfrica- recibe armas y apoyo logístico de los Estados Unidos, y ha cerrado el aeropuerto de la capital, Saná, en el mes de agosto de 2016, en plena violación de los acuerdos de Michigan y de las leyes que regulan la aviación civil, aislando al país.

A principios de este mes, y tras el arribo de un misil balístico yemenita a Riad, la “coalición” ha decidido imponer un bloqueo total, tanto terrestre como marítimo, usando como arma de guerra la carencia de medicamentos y equipamiento médico (sobre todo para diálisis), de combustible (con la llegada del frío), de comida y agua. Desde entonces, las Naciones Unidas han hecho sonar la alarma: si el embargo contra Yemen no es levantado, el mundo asistirá a unos de los peores desastres que se hayan conocido jamás en décadas. Arabia Saudita continúa justificando su accionar con el arribo de un misil a Riad –frente a los miles de misiles, bombardeos y bombas lanzadas diariamente por las fuerzas sauditas- y sigue haciendo oídos sordos ante los reclamos de la ONU. Y en lugar de hacer que se abra el aeropuerto, la semana pasada procedió a bombardear la torre de control del aeropuerto de Saná, destruyendo el equipamiento para la gestión de la navegación aérea.

Las estadísticas que conciernen a los niños son terribles. Según UNICEF, “hoy en día, en Yemen, hay 1,7 millones de niños que sufren malnutrición aguda”; 150.000 niños arriesgan morir en las próximas semanas debido a las privaciones; las escuelas están cerradas y la instrucción ha quedado paralizada en casi todas las provincias yemenitas; cientos de escuelas han quedado destruidas. Según datos de la ONU, ha habido 38 ataques perpetrados por Arabia Saudita contra escuelas y hospitales, y la guerra ha causado hasta ahora 10.000 muertos, más del 50% de las víctimas son mujeres y niños; los heridos graves llegan a 48.000.

Siempre según datos aportados por la ONU, 20,7 millones de yemenitas necesitan ayudas humanitarias esenciales “para evitar una de las peores catástrofes creadas por el hombre contra el hombre”. Son cuando menos 3,3 millones los desplazados internos, cuya supervivencia depende de las ayudas internacionales, tras que sus casas quedaran destruidas y fueran internados en campos de refugiados.

Annaya Jaber, una poetisa árabe, refiriéndose al “mutismo del mundo frente a la tragedia yemenita” ha imputado la causa de semejante silencio al hecho de que “los pobres no merecen que se alce la voz por ellos”, para no molestar a los países ricos de la región.

La última arma de defensa de los yemenitas es la amenaza de atacar el nervio vital de los países ricos: de no levantarse el bloqueo, “no vacilaremos –dijeron- en bombardear las naves de carga [que transportan el petróleo] crudo, y que transitan por el Golfo Pérsico”. Esta amenaza ha tenido cierto efecto: anoche, Arabia Saudita, cediendo a las presiones, finalmente ha anunciado que procederá a “autorizar la apertura del puerto de Hudayda y del aeropuerto de Saná, pero sólo y exclusivamente para las ayudas humanitarias internacionales”, y no para vuelos civiles. Khaled Al Shayef, director del aeropuerto de Saná, ha referido que abrir el aeropuerto exclusivamente para ayudas humanitarias y no para “el traslado de enfermos de gravedad y de heridos que necesitan atención médica en el exterior” es casi inútil y resulta “insuficiente”.