Papa: el silencio durante la misa, para escuchar la voz del Espíritu Santo

En la misa, luego del Acto penitencial, la oración adquiere una forma particular en la oración denominada ‘colecta’. “Con la invitación, «rezamos», el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, a fin de tomar conciencia de que se está en presencia de Dios y hacer surgir, cada uno en su corazón, las intenciones personales con las que participa en la Misa”.  


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – El silencio que la liturgia prevé en algunos momentos de la misa no es ausencia de palabras, sino que “más bien, es disponerse a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”. La “naturaleza del sacro silencio” en el curso de la celebración de la misa, que depende del momento en el que tiene lugar, fue descripta por el Papa Francisco ante las ocho mil personas presentes en el aula Pablo VI, en el Vaticano, para la audiencia general.

Prosiguiendo con el ciclo de catequesis dedicado a la misa, el Papa hoy habló sobre el canto del “Gloria” y  la oración de la colecta, con el silencio que acompaña la misma.

Francisco dijo que el Gloria viene a continuación del acto penitencial, que “nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, en la esperanza de ser perdonados. Es precisamente a partir del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina que toma vida la gratitud expresada en el Gloria, «un himno antiquísimo y venerable con el cual la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero» (Ordenamiento General del Misal Romano, 53). El exordio de este año retoma el canto de los ángeles al nacer Jesús en Belén, alegre anuncio del abrazo entre cielo y tierra”.

“Podemos decir que el Gloria, cantado y recitado los días domingos- excepto en aquellos de Adviento y Cuaresma- así como en las solemnidades y en las fiestas, constituye una apertura de la tierra hacia el cielo, en respuesta al plegarse del cielo sobre la tierra”.

“Luego del Gloria, o bien cuando éste no está, inmediatamente luego del Acto penitencial, la oración toma una forma particular en la oración denominada ‘colecta’, por medio de la cual se expresa el carácter propio de la celebración, que puede variar según los días y los tiempos del año (cfr ibid., 54). Con la invitación «rezamos», el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, a fin de tomar conciencia de que se está en presencia de Dios y hacer surgir, cada uno en su corazón, las intenciones personales con las que participa en la Misa (cfr ibid., 54). El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino que más bien es disponerse a escuchar otras voces: la de nuestro corazón, y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sacro silencio depende del momento en que tiene lugar: «Durante el acto penitencial y después de la invitación a la oración, ayuda al recogimiento; después de la lectura o de la homilía, es un reclamo a meditar brevemente aquello que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y de súplica» (ibid., 45). Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio ayuda para nuestro recogimiento interior y para pensar en por qué estamos allí. He aquí la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor. Quizás venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y queremos decirlo al Señor, invocar su ayuda, pedir que esté cerca de nosotros; tenemos familiares y amigos enfermos o que atraviesan pruebas difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia y del mundo. Para esto sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, haciendo precisamente la ‘colecta’ de las intenciones individuales. A los sacerdotes, les recomiendo vivamente observar este momento de silencio, que sin querer, corremos el riesgo de descuidar”.  

“¿Cuál es el contenido de esta oración? En síntesis, ésta va de la alabanza a la súplica. Generalmente inspirada en pasajes bíblicos, se compone de dos momentos: primero, la invocación del nombre de Dios, desarrollada en la memoria de aquello que Él ha hecho por nosotros; el segundo momento es la súplica, o sea, pedimos su intervención”. “El sacerdote la recita con los brazos extendidos: es la actitud del orante, asumida por los cristianos desde los primeros siglos –como lo testimonian los frescos de las catacumbas romanas- para imitar a Cristo con los brazos extendidos sobre el leño de la cruz. ¡Él es el Orante y la oración, unidos! En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable a Él, es decir, la obediencia filial”.

“En el Rito Romano –concluyó el Papa- las oraciones son concisas pero igualmente ricas en significado. Volver a meditar los textos, incluso fuera de la Misa, puede ayudarnos a comprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia pueda convertirse, para todos nosotros,  en una verdadera escuela de oración”.