El caso Khashoggi: pesar para algunos, júbilo para otros
de Pierre Balanian

Para los sirios, el periodista desaparecido (y quizás decapitado) en el consulado saudita de Estambul apreciaba las decapitaciones de Daesh, dado que era un sostenedor del islam político. Cercano a Arabia Saudita, se habría aproximado a los Hermanos Musulmanes y a Qatar. La amistad entre el trono saudita y los Estados Unidos, en peligro. Mohammed bin Salman llega al final del camino. Ayer, Arabia Saudita finalmente habría admitido –después de dos semanas- que Khashoggi fue asesinado.  


Beirut (AsiaNews) – “Quien a hierro mata, a hierro muere” recuerda Jibril, un cristiano sirio que huyó de Raqqa, al comentar desde Beirut la noticia del asesinato del periodista disidente saudita Jamal Khashoggi. “Rechazo el crimen horrendo cometido contra él, pero su muerte no me entristece. Si es verdad que murió decapitado luego de que le cortaran los dedos, entonces murió exactamente de la misma manera que cientos de víctimas del ISIS en Siria, [grupo al] que Khashoggi sostenía e incluso dirigía por cuenta de su país, de Qatar y de Turquía”.

Esta duras palabras nos empujan a descubrir quién era realmente Jamal Khashoggi, cuyo asesinato ha sido tan deplorado por la prensa y las cancillerías occidentales. Que Khashoggi era favorable a las decapitaciones cometidas por Daesh (EI) en Siria, era algo sabido: él mismo, en Twitter, comentaba noticias de decapitaciones cometidas por Daesh en Siria, escribiendo que se trataba solamente de “una guerra psicológica” y que la Jama, es decir, los grupos armados, “saben bien lo que hacen”.

 

Un sostenedor del islam político

¿Quién era Jamal Khashoggi? ¿Y por qué fue asesinado con la decapitación, usada –según la mentalidad integralista islámica- contra quien es considerado indigno de vivir, por ser infrahumano?

Contrariamente a su lenguaje liberal y a su estilo de vestimenta occidental, lo cierto es que Khashoggi es –o quizás fue- un ferviente defensor del islam político y se mostraba orgulloso de admitir públicamente que su país, “Arabia Saudita es el padre y la madre del islam político”.

Afirmar que Khashoggi fue asesinado por ser un periodista destacado es una simplista reducción de los hechos. Quien se sospecha fue su mandante, Arabia Saudita, es propietaria directa de la mayor parte de la prensa árabe y posee acciones considerables en muchos medios de prensa occidentales. Esto explica el silencio total de la prensa árabe sobre el asunto, con la excepción de las dos únicas redes televisivas no dependientes de Riad:   Al Mayadeen y el catarí  Al Jazeera.

 

Otra reducción es pensar que él perdió la vida por ser opositor al heredero del trono Mohammed bin Salman (Mbs). Las recientes críticas públicas a MbS no eran más que la punta del iceberg de un plan a largo plazo, que apuntaba a arrollar con el futuro entero de la monarquía y de la familia real. Antes de desaparecer de la nada el 2 de octubre pasado, una de las últimas acciones secretas de Khashoggi fue dedicarse a ultimar preparativos para la creación de un “ejército electrónico” de perfiles de internet que invadirían el espacio de la redes sociales con noticias confidenciales y escandalosas sobre la monarquía. Un método que él conocía a la perfección, dado que fue justamente su contribución la que desencadenó las llamadas primaveras árabes.

 

El amigo-enemigo de Riad

Khashoggi fue eliminado porque sabía mucho, y sobre todo, porque había comenzado a revelar tímidamente una pequeña parte de cuanto sabía. Durante años, él fue el hombre de las misiones clandestinas y de los informes espinosos referidos a la intervención saudita en los países de la región: Afganistán, Irak, Siria, Egipto, Libia, Turquía, Palestina e Irán.

Khashoggi sabía todo lo que puede llegar a saberse sobre la génesis y evolución de la infinidad de células del terrorismo islámico: desde los talibanes a Al Qaeda, pasando por el ISIS y llegando incluso a las ramificaciones camaleónicas de Al Nusra y todo lo que se derive de ellas.  

El manejo de estas agendas secretas llevó a Khashoggi a entrar en estrecho contacto con los principales actores de la política internacional: Estados Unidos, Europa e Israel. El otro motivo es que, por tanto, Khashoggi conocía demasiadas personas influyentes, dispuestas a escucharlo y a dar crédito a sus palabras.

El tercer motivo –que resulta inaceptable para Riad- es el evidente pasaje del periodista al campo de los Hermanos Musulmanes, optando por el bando de Qatar y Turquía.

En efecto, la eliminación habría sido en Estambul, en un país como Turquía, la fortaleza de los Hermanos Musulmanes, sometido a los altibajos de la bolsa, dirigidos por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que diariamente se dedican a socavar el cambio de la lira turca con respecto al dólar (llegando a afectarlo en un punto, o punto y medio) condicionando drásticamente el PBI turco entero.  

¿Por qué elegir Turquía como escenario de la desaparición? ¿Cabe pensar que Riad haya sido tan ingenua al punto de optar por un país hostil como el mejor lugar donde ajustar sus cuentas? Sin lugar a dudas, Arabia Saudita no tomó en debida cuenta a Hadica Gengiz, la enigmática mujer y presunta “novia” turca, que presentó la denuncia, permitiendo que el ministerio público pudiera indagar sobre un presunto delito cometido en territorio extranjero, es decir, en el consulado saudita, contra un ciudadanos no turco, como Khashoggi.

 

Mohammed bin Salman llega a su fin

El caso se complica. Lo que queda claro es que el heredero del trono, Mohammed Bin Salman ha llegado al final de su carrera. Ni siquiera la decapitación de dos periodistas americanos por manos de Daesh, en agosto de 2014, pudo amenazar a tal punto al trono saudita, ni causó semejante conmoción.

¿Podía entender esto Mbs? Por cierto que sí: sin ir más lejos, el mes pasado, el presidente de los EEUU, Donald Trump, había declarado unas 16 veces que “el rey debe pagar” por la protección de  Washington. El último llamado a ponerse en regla con la factura sucedió hace poco más de 15 días, cuando él dijo, textualmente, que sin la protección americana, el rey no podría permanecer en el poder ni por 15 días.

Esa vez, Mohammed Bin Salman dio una respuesta no muy grata, replicando a través de la prensa que “Arabia Saudita no paga por la protección, sino que paga por las armas que compra”.

En cuanto al caso Khashoggi, son muchos los que se benefician. En primer lugar, Turquía, que obtiene nuevos puntos en la hegemonía turca del islam sunita, y que podrá hacerse de una tregua  en las presiones económicas sauditas, que impiden el crecimiento del país. Pero sobre todo, podrá poner fin al respaldo saudita a los kurdos sirios y a la interferencia en la comisión que tiene como tarea la redacción de la futura Constitución siria, sugerida por Riad a la oposición siria.

A través del affaire y de varios compromisos, Turquía podrá incluso imponer una tregua con Riad y desempeñarse en un rol de mediador para poner fin a las crisis entre Arabia Saudita y Qatar.

El caso Khashoggi es un asesinato político que seguirá en las sombras, envuelto en misterios y secretos que jamás serán revelados, tal como sucedió con el asesinato de John F. Kennedy o de Rafiq Hariri.

Las consecuencias podrían ser tangibles incluso en el atormentado Yemen, sometido desde hace 4 años a un genocidio ante la mirada indiferente del mundo. Frente a esta tragedia –cuyo arquitecto es como siempre, él, Mohammed bin Salman-  quien hasta hace poco todos definían como el gran modernista y reformador de Arabia Saudita, ve cómo ahora todas las miradas se dirigen al príncipe Khaled, su hermano, un mejor candidato elegido por la familia real, para sustituir a MbS.

Anoche, por primera vez, la TV saudita dijo que Khashoggi fue asesinado en una pelea desatada dentro del consulado en Estambul. A causa de ello, el subjefe y el jefe del servicio de inteligencia saudita, Ahmad al-Assiri y Saud al-Qahtani, cercanos al príncipe MbS, fueron apartados de sus cargos.