Serán beatificados los mártires argelinos y se debe pensar en los mártires libaneses de la guerra civil
de Fady Noun

Los monjes de Tibhirine, Mons. Pierre Claverie y los otros laicos y religiosos serán beatificados el 8 de diciembre en Orán (Argelia) y pueden ayudar a los libaneses a descubrir la misión cristiana y hacia la propia tierra, amada también por los musulmanes. Para construir “una nación, una cultura nacional” islamo-cristiano.

 


Beirut (AsiaNews) – A pocas semanas de la beatificación de los 19 mártires de la guerra civil argelina de los años 90, el arzobispo de Argel, Mons. Paul Desfarges, difundió una carta pastoral  sobre el sentido de este gesto, que quiere ser un signo para la Iglesia y para todo el mundo argelino.

Como libaneses, deberemos ser sensibles más que los otros a esta carta, nosotros que nos lamemos las heridas de nuestra discordia civil, una discordia que tomó a menudo una coloración interreligiosa.

Estos 19 mártires, explica al arzobispo de Argel, dieron su vida “a Dios y al pueblo (argelino) al cual el amor los había unido...ellos han sellado con su sangre derramada la fraternidad en nuestro pueblo. La vida de ellos fue cortada junto a la de miles de sus hermanos y hermanas argelinas, también ellos perdiendo la vida y eligiendo permanecer fieles a su fe en Dios, a su conciencia y por amor de su país”.

El arzobispo recuerda que durante el terrible decenio, “144 murieron porque ellos rechazaron justificar la violencia”.

Mons. Desfarge invita también a no olvidar a los 12 obreros croatas que fueron degollados porque eran cristianos, en una masacre en 2013, recordando también a los otros 3 obreros cristianos, que estaban en una sala cercana al lugar de trabajo de los mártires, salvados por uno de sus colegas musulmán, que dio a entender a los terroristas que ellos eran de los suyos.

Mons. Desfarge cita un versículo coránico que los siete monjes trapenses de Tibhirine (v. Foto 1), raptados y secuestrados por los islamistas más tarde en circunstancias jamás esclarecidas, habían citado durante un encuentro en marzo de 1994: “Y aquel que salva a un solo hombre es como si hubiese salvado a todos los hombres” (Corán 5,23).

Aquellos monjes, que no eran argelinos, habían corrido el riesgo quedándose en su monasterio, sabiendo que se exponían a la muerte, para manifestar su solidaridad espiritual con el pueblo argelino.

En el número de los religiosos que serán beatificados figura también el obispo de Orán, Pierre Claverie, muerto en compañía de un joven argelino musulmán, el 1 de agosto de 1996.

En el teatro Momot de Beirut y en alguna escuela está por ser puesta en escena una obra de teatro: “Pierre y Moahammed”, que narra este doble martirio y su profundo sentido. Ambos habían pensado anticipadamente sus muertes, ambos la habían aceptado en un espíritu de amistad y de solidaridad espiritual que los unía.

De este modo, los musulmanes serán asociados en pleno en esta jornada de beatificación (el 8 de diciembre), que comenzará con una ceremonia de acogida en la Gran mezquita de Orán.

Todo esto es ciertamente una lección para nosotros libaneses: también para nosotros la guerra está tachonada por sacrificios análogos a los que serán honrados por la Iglesia en Argelia. Quizás los jóvenes ignoren la historia ejemplar de Ghassibé Keyrouz (Foto 2), que fue asesinado cuando tenía 22 años, el 25 de diciembre de 1975, mientras volvía a su pueblo natal de Nabha (Bekaa), para pasar las vacaciones natalicias con su familia. Algunos días después de su desaparición y las primeras informaciones sobre su muerte, en su habitación del colegio Notre -Dame de Jamhour sus amigos encontraron una carta que él había escrito antes de partir. Entre otras cosas decía: “Cuando comencé a escribir esta carta, sentí como si fuese otro que hablaba en mi lugar. Hoy, cada uno de nosotros, libanés o simple residente, está en peligro. Yo soy uno de ellos. Yo me veo arrestado y asesinado en la ruta que lleva a mi casa de Nabha, mi pueblo. Si esta intuición se concretiza, dejo estas pocas palabras a mi familia, a las personas de mi pueblo, a mi país. Desde lo profundo del corazón, le digo a mi madre y a mis hermanas: no estén tristes o al menos no lloren demasiado sobre mí… Pido una cosa: perdonen con todo el corazón a aquellos que me habrán matado. Pidan conmigo que mi sangre, aunque si soy pecador, sirva como reparación por los crímenes cometidos en Líbano, una sacrificio cuya sangre se mezcla a la de todas las víctimas, caídas de todas las partes y de todas las confesiones, así que el amor y el perdón- que en el presente faltan en nuestro país y en el mundo- puedan florecer en los corazones… Recen, recen, recen y amen a vuestros enemigos” (1).

Es ejemplar cuánto hace la Iglesia de Argelia. Si bien distingue cristianos de musulmanes, ella los acerca en el mismo amor de patria y en el mismo sacrificio destinado a consolidar sus esfuerzos de renacimiento e identidad. La Iglesia maronita debería seguir su ejemplo y elevar a la gloria de los altares libaneses a personas como Ghassibé Keyrouz, que donaron sus vidas al Líbano, con una plena conciencia cristiana de amor hacia Dios y hacia el prójimo y una voluntad irrevocable de perdón.

Otras Iglesias u órdenes religiosas, como la Compañía de Jesús. podrían seguir este ejemplo y con la ejemplar prudencia de la cual da prueba la Iglesia de Argelia, más allá de cualquier espíritu de venganza, de todo discurso de persecución y de pequeñas glorias mezquinas, pedir que aquellos miembros suyos que han donado la vida al Líbano y a Dios, indistintamente, sean beatificados, o-si el trámite o la investigación es incierta o demasiado cara, o larga. se lo ponga al menos como ejemplos. El sacerdote holandés, Nicolas Kluiters, asesinado en la Bekaa en 1985, del cual Carole Dagher escribió la biografía es uno de los primeros ejemplos. Debería comprometerse también autores y escuelas. Sólo así se construye una nación, una cultura nacional.  

La ley sobre las víctimas desaparecidas o raptadas votada recientemente, es toda otra cosa. Es necesario buscar la verdad, pero también se necesita reclamar la exigencia de justicia y el deber de la memoria. Y ésta es toda otra cosa.

Es también el caso de la fiesta nacional islamo-cristiana de la Anunciación, dado que ella separa mientras une: ella une a los musulmanes y cristianos sobre el Anuncio del ángel el nacimiento de Jesús; pero divide sobre la identidad de esta niño anunciado: hombre para unos, Dios para los otros. Y esto da la diferencia.

El p. Dany Younès, provincial de los jesuitas, a propósito del p. Paolo Dall’Oglio (y de su diálogo con el islam) hablaba de puente más arriba que el abismo. Este puente está condenado a permanecer incompleto, dado que que no puede haber fe sin doctrina, sino en la unión mística que los aventureros del diálogo, como el p. Dall´Oglio, “han saludado desde lejos”, como una tierra prometida.

Por fortuna, las cosas son más simples en el caso de los mártires de Argelia y en el caso preciso de Ghassibé Keyrouz. En estos, el trabajo de acercamiento está prácticamente hecho. Hay sólo que cosechar el fruto en un modo inteligente. En la próxima conmemoración del 25 de marzo en Líbano, ofrecemos esta obra teatral y busquen en la historia de la guerra o en otro lugar, todos aquellos que se asemejan a ellos.

(1) Para el testamento completo de Ghassibé Keyrouz, es suficiente buscar su nombre en internet.