Iglesia ucraniana auto-céfala: una historia que se prolonga desde hace 100 años (Reseña)

La nueva Iglesia de Kiev realiza un sueño que ya había intentado alcanzar en 1919, pero cuya consecución se vio impedida por los eventos soviéticos.   Una victoria para Filaret, el patriarca de Kiev, que ha sido excomulgado por Moscú. Poroshenko espera ser reelecto, tras convertirse en el protector de la Iglesia nacional. El único derrotado es Kirill, el patriarca de Moscú. Se teme que haya enfrentamientos entre los fieles, sacerdotes y obispos vinculados a Kiev o a Moscú.   


Moscú (AsiaNews) – La iniciativa que ha llevado a la constitución de la nueva Iglesia ucraniana se remonta, en su origen, al primer intento de constituir un Estado independiente luego de la revolución de 1917. El 1º de enero de 1919 el Poder Ejecutivo de la República Popular Ucraniana aprobó una ley “Sobre la auto-cefalia de la Iglesia ucraniana”, pero todo quedó empantanado con la anexión de la nueva república al Estado soviético; finalmente, el Tomos será concedido al cumplirse exactamente 100 años del primer pedido.  

La aspiración a la independencia eclesiástica se renovó con el fin de la Unión Soviética en 1991. Antes del colapso del régimen, el 10 de junio de 1990, se consumó una fractura en la elección del nuevo patriarca de Moscú, tras la muerte del patriarca Pimen (Izvekov) que estaba en el cargo desde 1971, durante toda la larga etapa de “estancamiento” brezneviano. Entre los principales jerarcas de la Iglesia rusa se contaban algunos metropolitanos muy “alineados” que como consecuencia habían aceptado la colaboración activa con la política del régimen, con el sólo objeto de salvar lo que se podía de la estructura eclesial. Dos de los más importantes entre ellos fueron Aleksij (Ridiger), el metropolitano de Leningrado, que fue electo en lugar de Pimen como nuevo patriarca, y Filaret  (Denisenko), que obtuvo el segundo lugar en la votación y, por ende, permaneció como metropolita de Kiev.

La decepción sufrida al resultar electo, sumada a los vientos de independencia que ya soplaban en aquél entonces entre las repúblicas soviéticas, empujaron a Filaret a anunciar la separación de Moscú y por tanto, la puesta en marcha del procedimiento para obtener la auto-cefalia. Al año siguiente, la tentativa de reforma de Gorbachov llegó a su fin con el intento del putsch (golpe de Estado) promovido por la KGB y la destitución obrada por Yeltsin; en 1992 nació una Ucrania independiente, que devino finalmente nación, por primera vez en su atormentada historia.  El premier y luego primer presidente Leonid Kuchma apoyó las ambiciones de Filaret, quien se dirigió al Patriarcado de Constantinopla para solicitar oficialmente la concesión de la auto-cefalia. La mayor parte de los obispos ortodoxos ucranianos suscribió la solicitud, incluido el actual metropolita de Kiev, Onufryj (Berezovsky), responsable de la jurisdicción que había quedado vinculada a Moscú y que hoy ha perdido oficialmente su título, según la ley ucraniana.

 

La obra de Filaret

En tanto, en Moscú se reunió en varias ocasiones en Sínodo del patriarcado, que terminó excomulgando a Filaret, declarándolo cismático y reduciéndolo al estado laical. Como toda respuesta, Filaret se hizo elegir y nombrar patriarca de los obispos ucranianos fieles a él, adoptando los mismos símbolos y paramentos que el patriarca de Moscú (que se distinguen de todos los utilizados por los demás patriarcas ortodoxos, por la pomposidad y la imitación de los hábitos papales “romanos”) si bien durante la elección del nuevo primado, por respeto, se mantuvo con la cabeza descubierta. El patriarcado de Constantinopla prefirió “congelar” en aquél entonces su juicio, en parte para no llegar en los años ’90 a la ruptura total con Moscú, con la cual ya había un conflicto en curso a raíz de una situación similar en Estonia (el país natal del mismo patriarca  Aleksij II).

Luego de ello, la política ucraniana continuó balanceándose entre la línea filo-rusa y la línea filo-occidental, permaneciendo ligada a Rusia fundamentalmente por la dependencia energética y las dinámicas productivas y de mercado. El patriarca de Moscú intentó asistir y fortalecer lo más posible las filas de las comunidades que guardaban fidelidad a él, tratando de permanecer como la principal Iglesia de Ucrania, algo que ha logrado desde el punto de vista numérico, pero no así en términos simbólicos y políticos, dos planos en los que el patriarca Filaret siempre se mantuvo como la personalidad dominante.

 

Maidán y Crimea

La crisis del 2013-2014, con las manifestaciones callejeras en la Plaza Maidán de Kiev llevó al derrocamiento del gobierno corrupto del presidente Janukovich, quien rechazaba el acuerdo con la Unión Europea. Esto provocó altísima tensión con la Federación Rusa, que llevó adelante la anexión de Crimea a su territorio, efectivizándola el 18 de marzo de 2014. El presidente ruso Vladimir Putin se montó a la ola de entusiasmo nacionalista al grito de victoria “¡Crimea es nuestra!”, en el cual se reflejaban motivaciones histórico-culturales e incluso religiosas, siendo Crimea una “tierra sagrada”, pues allí fue bautizado el primer príncipe de Kiev, Vladimir El Grnde. El patriarca Kirill tomó distancia de este exceso de euforia, sin “anexionar” a Crimea desde el punto de vista eclesiástico, por temor a que esto fuera a desatar una crisis definitiva con el mundo ortodoxo ucraniano como, de hecho, finalmente sucedió.

A diferencia de ello, el nuevo presidente de Ucrania Petro Poroshenko decidió usar de manera directa el argumento eclesiástico como justificación ideológica de una “nueva Ucrania” que afirma su independencia, sobre todo, en relación al eterno amo moscovita.  La ocasión ideal para ello se presentó en junio de 2016, cuando el patriarca ecuménico Bartolomé I presidió el Concilio Pan-ortodoxo en Creta, al cual, a último momento, el patriarcado de Moscú decidió no presentarse.

En aquél momento, los motivos de semejante ausencia no resultaban muy comprensibles, pero ahora queda claro que los rusos temían que durante el Concilio saliera a flote la cuestión de la auto-cefalia ucraniana, que habría de reducir en mucho el rol de la Iglesia rusa en el panorama ortodoxo. Bartolomé no podía olvidar una ofensa semejante contra él y contra toda la Ortodoxia, que en su historia milenaria (desde el cisma del año 1054) jamás pudo celebrar un Concilio universal.  

En otoño del 2016, Poroshenko decidió renovar la solicitud de auto-cefalia para lo cual se dirigió a Constantinopla, con el respaldo del parlamento ucraniano y de la élite política y cultural del país, a excepción de las provincias filo-rusas, donde, todavía hoy, siguen desarrollándose los conflictos “híbridos” de Donetsk y Lugansk. Estos dos últimos años le han servido a Bartolomé para confrontarse con todos los responsables de las Iglesias auto-céfalas ortodoxas (que, por otro lado, han evitado pronunciarse abiertamente), incluida la de Moscú; el patriarca Kirill incluso viajó a Estambul a fines de agosto de este año, en un último intento por evitar la crisis.

 

Bartolomé y Kirill

El resto no es sino la crónica de las últimas semanas, con la aceleración del proceso conclusivo de institución de la nueva Iglesia, sostenido con todas sus fuerzas por el presidente Poroshenko. La prisa para cerrar el tema también es motivada por la inminencia de las elecciones presidenciales ucranianas, que tendrán lugar en la primavera del 2019. Siendo que los sondeos no le han brindado garantías claras de lograr su reelección, Poroshenko está tratando de elevar su figura, para dejar de ser visto como un “oligarca oportunista” y convertirse en el nuevo protector de la Iglesia nacional.

El mismo Filaret, que ya ha llegado a sus 91 años, estaba claramente interesado en hallar lo antes posible un sucesor que fuese reconocido universalmente, y cuya figura ha hallado en su joven ex secretario, Epifanio. Tras haber visto desfilar todas las variantes de régimen político y de jerarquía eclesiástica, ahora, el “viejo león” de la Iglesia ruso-ucraniana de soviética memoria podrá contemplar su obra maestra, llevando consigo, de manera definitiva, el título de “patriarca de Kiev”, hasta ahora, el único de la historia, aunque más no sea en calidad de “emérito”.  

El patriarca de Moscú, Kirill (Gundjaev) surge como el gran derrotado en toda esta situación. Su mano férrea con Bartolomé ha llevado a la Iglesia rusa al más completo aislamiento, quebrando las relaciones eucarísticas con el patriarcado ecuménico y poniendo en una situación embarazosa a todas las demás Iglesias, incluyendo a la católica. Varios miembros del patriarcado de Moscú, como el metropolitano de Pskov, Tikhon (Ševkunov), impulsaron una reconciliación preventiva con los ucranianos y con el mismísimo Filaret, para llegar a una auto-cefalia “concedida” por Moscú, pero ha prevalecido el orgullo y el rechazo de todos los actores comprometidos, encarnado en las posiciones maximalistas del metropolita Hilario (Alfeev), mano derecha de Kirill e incansable propagandista de la ruptura con los “cismáticos”.

Quizás el tiempo logre aliviar las heridas, y permita una reconciliación entre rusos, ucranianos y griegos, a nivel local y universal. Mientras tanto, empero, la nueva Iglesia ucraniana buscará afirmar su superioridad en el país, exhortando a las parroquias filo-rusas a pasarse a la nueva Iglesia (según la ley ucraniana, cada parroquia puede decidirlo autónomamente a través de una mayoría simple de fieles, sin necesidad de tener el permiso del obispo). Existe un fuerte riesgo de que se desencadenen nuevos conflictos y acciones hostiles contra quien permanezca fiel a la Iglesia “extranjera” de Moscú. Y debemos esperar que no se llegue a la absoluta injerencia de gobierno y ejércitos, que hace tiempo están alineados sobre los dos frentes de la gran disputa. (VR)