El Papa en la JMJ: María, la influencer de Dios, la mujer más influyente en la historia

En la vigilia con 600.000 jóvenes, Francisco subraya el significado del “sí” de María. “Decir “sí” al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene, con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones”. “Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde agarrarse y soñar el futuro”.


Panamá (AsiaNews) – María no era una “influencer” de Dios; en aquél entonces no existían las redes sociales, pero “se volvió la mujer que más influenció la historia”, con su “sí”, un “sí” de quien arriesga su propia vida, con “la certeza de saber que era portadora de una promesa”. Decidir con quién estar en la vida fue la cuestión planteada por el Papa Francisco a los 600.000 jóvenes que anoche participaron en la vigilia de oración de la 34ta JMJ, en Panamá- “La salvación que el Señor nos regala –dijo - es una invitación a ser parte de una historia de amor”.

El Campo San Juan Pablo II, ubicado no muy lejos del océano se transformó en un prado donde florecían banderas de todo el mundo cuando, poco antes de las 18:30 (las 22.30 GMT) llegó el Papa Francisco. Sobre el escenario, se veía una gran imagen de Jesús con los brazos abiertos de par en par, la imagen de un hombre joven y, junto al Papa, la mitria y una reliquia de la camisa ensangrentada de Mons.  Oscar Romero.

“La invitación de Dios” la “sorprendió a María”. “Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las “redes sociales” de la época, no era una “influencer”, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia. María, la “influencer” de Dios. Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en el amor y en las promesas de Dios, única fuerza capaz de hacer nuevas todas las cosas”.

“Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de esa joven, de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada o un “sí” como diciendo: bueno, vamos a probar a ver qué pasa. Fue algo más, algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. “Esta tarde también escuchamos cómo el “sí” de María hace eco y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes, a ejemplo de María, arriesgan y apuestan guiados por una promesa.”.

“Decir ‘sí’ al Señor – agregó Francisco - es animarse a abrazar la vida como viene, con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron Erika y Rogelio. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y pequeñeces”.

“¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de sus negaciones y nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es permanecer en el piso y no dejarse ayudar”.

Tomando como punto de partida uno de los testimonios, el de Alfredo, que se quedó “sin trabajo, sin educación, sin comunidad, sin familia”; “Es imposible – dijo - que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde sujetarse. Esta es una pregunta que los mayores estamos obligados a hacernos, es más, es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos y tendremos el deber de respondérsela: qué raíces les estamos dando, qué cimientos para construirse como personas les facilitamos. Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde agarrarse y soñar el futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar la vida”.

“Recuerdo – prosiguió - una vez charlando con unos jóvenes que uno me pregunta: Padre, ¿por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida? Les contesté: Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?”. Entre las respuestas, la que “más tocó el corazón” de Francisco fue “es que muchos de ellos sienten que, poco a poco, dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles”. Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar porque no cuentan con espacios reales desde donde sentirse convocados. ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos hace tiempo dejaron de existir para sus hermanos? Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse reconocido o amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande que estar “en la red”. Significa encontrar espacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los necesita y que también ustedes necesitan”.

En cambio, siempre se puede “retoñar y echar renuevos” cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces, que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir un nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y entregado a una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor se hace presente. Decir “sí” a esta historia de amor es decir “sí” a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios, comunidades eclesiales capaces de callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas relaciones. Ser un “influencer” en el siglo XXI es ser custodios de las raíces, custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, se evapore en la nada. Sean custodios de todo aquello que nos permita sentirnos parte los unos de los otros. Que nos pertenecemos”.

“El Evangelio – concluyó - nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos personas enfermas, débiles, frágiles o ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores, sino será mejor cuando sean más las personas que, como estos amigos, estén dispuestos y se animen a gestar el mañana y creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. ¿Quieren ser “influencer” al estilo de María, que se animó a decir «hágase»? Solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero vacíos placebos”.