Cuaresma, la conversión hace bien también a la ecología
de Bernardo Cervellera

En el Mensaje para Cuaresma 2019, el Papa Francisco reafirma la urgencia de una “ecología humana” que vuelva a la relación con Dios, eliminando “comportamientos destructivos hacia el prójimo y las otras creaturas- pero también hacia nosotros mismos- considerando, más o menos conscientemente, de poder hacer uso a nuestro placer”. La “Laudato si” y el (olvidado) “antropocentrismo desviado”. Oración, ayuno, limosna son signos de una revolución que “incluye también a la historia y a todo lo creado”.

 


Roma (AsiaNews) – La Cuaresma, el período que para los cristianos prepara a la Pascua, llevando a la conversión, “hace bien también a lo creado”. Es una afirmación paradójica que se encuentra en el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2019, difundido hoy. La paradoja está en el hecho que a menudo la “conversión”, a la cual somos tradicionalmente invitados los fieles, parece una cosa muy íntima y quizás ineficaz. imaginada normalmente como una serie de píos deseos y de esfuerzos de buena voluntad.

El Mensaje en cambio subraya continuamente que “caminar” hacia la Pascua, “es un proceso dinámico que incluye también la historia y todo lo creado”. Y reafirma: “Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos- espíritu. alma y cuerpo-, éstos dan gloria a Dios y con la oración, la contemplación, el arte involucrando en esto también a las creaturas”.

Este poner en relación lo interno con el exterior, la intención con la acción es ya una gran contribución para nuestro vivir contemporáneo reducido a menudo a una esquizofrenia por las diversas caras, con las acciones reducidas a mecanismos de robot (pensemos en el trabajo) y fugas hacia un paraíso virtual sin ninguna relación con la realidad.

Pero lo que es aún más importante es que el Papa sugiere que para reportar el equilibrio positivo en la persona y en su relación con la realidad, es necesario superar la impiedad. Los “impíos”-dice Francisco- son “aquellos que no tienen Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro”. Y es esta falta de un punto firme de Dios lo que produce desorden y violencia: “Cuando no vivimos como hijos de Dios, ponemos a menudo en acto comportamientos destructivos hacia el prójimo y las otras creaturas- pero también hacia nosotros mismos- considerando, más o menos conscientemente, de poder hacer uso todo como nos plazca… Si no estamos tendientes continuamente hacia la Pascua, hacia el horizonte de la Resurrección, es claro que la lógica del todo e inmediatamente, tener siempre más no termina por imponerse”.

La destrucción del ambiente, los problemas de la ecología, están relacionados con este equilibrio: “Rompiéndose la comunión con Dios, se vino a deteriorar también la armoniosa relación de los seres humanos con el ambienteen el cual están llamados a vivir, de modo que el jardín se trasformó en desierto (cfr. Gen 3,17-18). Se trata de aquel pecado que lleva al hombre a considerarse dios de lo creado, en sentirse dueño absoluto y a usarlo no para el fin deseado por el Creador, sino para el propio interés, a expensas de las creaturas y de los otros”.

El pecado no es sólo la traición de un precepto abstracto, sino “avidez, ansia de un inmoderado bienestar, desinterés por el bien de los otros y a menudo del propio- (que) lleva a la explotación de lo creado, personas y ambiente, según aquella codicia insaciable que considera cada deseo un derecho y que antes o después terminará por destruir también a quien es dominado”.

Vuelve aquí, en un modo aún más preciso, cuando el pontífice escribió en su encíclica “Laudato si”. Muchos, también entre los católicos redujeron este texto a un manualcito de ecología, de atención a los bosques, a los glaciares, a la contaminación. En realidad-sobre todo en el cap. 3, demasiado a menudo olvidado- Francisco subrayó que el “antropocentrismo desviado” que causa los desastres ecológicos debe ser corregido con aquella “ecología humana”, que implica la relación con toda la realidad y con Dios. Justamente por esto la conversión produce buenos efectos sobre la historia y lo creado.

De tal modo, que los gestos tradicionales de la Cuaresma, la oración, la limosna, se convierten en signos de una revolución antropológica en acto: “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud hacia los potros y hacia las creaturas: por la tentación de “devorar” todo para saciar nuestra codicia, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío del corazón. Rezar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo y declararse necesitados del Señor y de su misericordia. Hacer limosna para salir de la estupidez de vivir y acumular todo para nosotros mismos, en la ilusión de asegurarnos un futuro que no nos pertenece. Y así encontrar la alegría del proyecto que Dios puso en la creación y en nuestro corazón, el de amar a Él, a nuestros hermanos y al mundo entero y encontrar en este amor la verdadera felicidad”.

De aquí el augurio del Papa: “la ‘cuaresma’ del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de lo creado para hacerlo volver a ser aquel paraíso de la comunión con Dios como era antes del pecado original (cfr. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma sea un recorrer el mismo camino, para llevar la esperanza también a la creación”.