La misión ad gentes, necesaria para la Iglesia y el mundo
de Bernardo Cervellera

El Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Misionera Mundial 2019 vuelve a retomar bajo una nueva luz el anuncio del Evangelio a los pueblos no cristianos en todos los confines del mundo. Marca una corrección ante las negligencias y las reducciones en el mundo eclesial, y ante las manipulaciones y el relativismo de la sociedad contemporánea. La misión no es solamente “diálogo” y “amistad”. “El creciente secularismo… impide cualquier fraternidad universal auténtica”.  


Roma (AsiaNews) La misión ad gentes, aquella dirigida a los pueblos no cristianos, es necesaria para la Iglesia y para el mundo. Esta afirmación, casi obvia, se destaca como un elemento fundamental del Mensaje del Papa Francisco por la Jornada Misionera Mundial de octubre de 2019, publicado ayer.

La afirmación es obvia porque es parte del mandato que Jesús ha dejado a sus discípulos; “Id por todo el mundo…” (Marcos 16,15-20; cfr y también Mateo 28,18-20). Y sin embargo, nunca antes esta verdad de la fe ha sido tan negada, reducida, distorsionada en la Iglesia,  y manipulada y relativizada como en la sociedad contemporánea.

Los olvidos y las reducciones en los ambientes eclesiales son fáciles de observar: obispos, sacerdotes y fieles a quienes se le recuerda la labor misionera hasta los confines del mundo, responden enseguida que “la misión (ya) está aquí”. Asustados por la merma en el número de personas que participan en las misas y por la falta de jóvenes en las iglesias, se piensa que atendiendo de cerca (“peinando”, como diría Francisco) a la grey que queda, uno se salva de la situación. En realidad, si se pierde el peso “católico” (total y universal) del horizonte de la misión (“hasta los extremos confines de la tierra”) significa asimismo que se ha perdido la grandeza del don recibido de Jesús, que es reducido a alguna que otra pequeña regla moral, a los sobresaltos que marca la etiqueta o a alguna obrita de caridad.

El “sentido de la misión”, dice el Papa Francisco en el Mensaje, es una “vida divina; no es un producto para vender —nosotros no hacemos proselitismo— sino una riqueza para dar, para comunicar, para anunciar; este es el sentido de la misión”. La misión ad gentes es una sobreabundancia de amor recibido, una alegría sentida que se desborda y llega a todos los rincones, para alcanzar a todas las culturas.

Otra típica reducción eclesial de la misión ad gentes es la que se hace cuando se habla de la misión exclusivamente como o  “diálogo” y “amistad”. Es cierto que ambas dimensiones constituyen la vida cotidiana de un misionero, pero el amor a los pueblos a los que se es enviado, hace crecer el deseo de que estos pueblos puedan encontrar la fuerza y la vida de Jesús muerto y resucitado, en el bautismo y en la eucaristía. Y, en efecto, en algunas partes del mundo misionero se han puesto en “standby” los sacramentos, llegando a excluirlos de la vida de la fe, como elementos demasiado “identitarios”, prefiriendo compartir una atmósfera religiosa más genérica y más tibia.

Por el contrario, el mensaje subraya resueltamente: “el bautismo es realmente necesario para la salvación porque nos garantiza que somos hijos e hijas en la casa del Padre, siempre y en todas partes, nunca huérfanos, extranjeros o esclavos. Lo que en el cristiano es realidad sacramental —cuyo cumplimiento es la eucaristía—, permanece como vocación y destino para todo hombre y mujer que espera la conversión y la salvación”.

El Mensaje quita de entrada la idea de que la misión debe ser una especie de conquista política y colonizadora de las otras culturas y religiones. Justamente, el centenario de la Maximum illud, al cual es dedicado el Mes misionero extraordinario de octubre de 2019, y en la cual se basa el documento de Francisco, hace reiterar al pontífice que “El destino universal de la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo” exige “la superación de toda clausura nacionalista y etnocéntrica, de toda mezcla del anuncio del Evangelio con las potencias coloniales, con sus intereses económicos y militares”. Pero esto no significa excluir una “transfiguración” de las culturas y religiones del mundo “para que ninguna cultura permanezca cerrada en sí misma y ningún pueblo se quede aislado, sino que se abran a la comunión universal de la fe”.

Como ejemplo, el Mensaje cita aquello que Benedicto XVI dijo a los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil en el 2007, y que Francisco hace suyo: “«¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo, que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. [...] El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura. La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado»”.

Esto esclarece por qué la misión ad gentes es necesaria para el mundo. Pone en guardia sobre cubrir los intereses misioneros con intereses de tipo “nacionalista” o “etnocéntrico”, de “potencia colonial”, algo que, precisamente, ya cuestionaba la Maximum illud.  Pero al mismo tiempo, pone en guardia sobre excluir la dimensión religiosa y el Evangelio de la vida de los pueblos. El Mensaje echa luz sobre los peligros de la secularización, que produce indiferencia y enemistad: “El secularismo creciente, cuando se torna rechazo positivo y cultural de la activa paternidad de Dios en nuestra historia, impide toda auténtica fraternidad universal, que se expresa en el respeto recíproco de la vida de cada uno. Sin el Dios de Jesucristo, toda diferencia se reduce a una amenaza infernal haciendo imposible cualquier acogida fraterna y la unidad fecunda del género humano.”.

De ello, nos damos cuenta todos los días: en Asia, muchos conflictos que son vendidos como “religiosos”, en realidad se producen por un cortocircuito ateo en relación a las religiones locales, y por intereses económicos - venta de armas, despojamiento de recursos, explotación del hombre- que se ocultan bajo un problema religioso.

Precisamente por esto, los misioneros ad gentes son los instrumentos, no de una guerra religiosa, sino de una pacificación del mundo en la verdad. El Mensaje del Papa afirma: “La fe en la pascua de Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la tierra.”.