Campos de refugiados en Cox’s Bazar: crece el extremismo entre los niños Rohinyás
de Sumon Corraya

El gobierno de Daca prohíbe a los hijos de los refugiados asistir a la escuela junto a sus coetáneos bangladesíes. Para colmar el vacío educativo, están trabajando 1.200 madrasas radicales del grupo Hefazat-e-Islam. Activistas alertan sobre el peligro de futuros atentados terroristas.


Cox’s Bazar (AsiaNews) – Cuando vivía en Myanmar, él quería estudiar para ser médico, “pero ahora todo ha cambiado. Ya no voy más a la escuela, asisto a clases en la madrasa. Ya no podré ser médico”. Es la historia de Abdur Rahaman, 12 años, un refugiado rohinyá que lleva dos años viviendo en un campamento de Cox´s Bazar, en Bangladés. Como él, hay miles de niños que no pueden estudiar y que cada vez corren más riesgo de convertirse en “presa” del radicalismo islámico, enseñado en las 1.200 escuelas coránicas que operan en el lugar.

Junto a sus padres, Abdur huyó de Myanmar tras estallar la violencia en agosto del 2017. En total, hay casi 740.000 refugiados musulmanes diseminados en varios campos del distrito bangladesí, situado en el límite entre Bangladés y Myanmar. El niño vive  en el Campo 3 de Ukhiya y asiste a la Madrasa de Majida Arafat, que funciona dentro del campamento. Él cuenta a AsiaNews cuál es su sueño: “Me encantaba estudiar, asistía a tercer año. Luego, al escapar, tuve que interrumpir mis estudios. Como aquí no puedo ir a la escuela, mis padres me inscribieron en la escuela islámica”.

El gobierno de Daca impide que los hijos de los refugiados asistan a la escuela junto a sus coetáneos bangladesíes. De la educación de los niños se ocupan las ONG locales y extranjeras, que han creado las “Pre school” o una carpas llamadas  “Child Friendly Space”, donde se les enseña birmano e inglés a los niños. Según los padres, la oferta educativa de estos espacios no está a la altura de una educación propiamente dicha. Ali Johar, 45 años, tiene tres hijos. Él define sus clases como la “escuela del juego”. “Allí solo pasan el tiempo -afirma- y no aprenden gran cosa. Veo que la mayor parte de las veces juegan, comen o cantan”.  

En los campos de refugiados, el vacío educativo ha sido colmado, sobre todo, por miles de madrasas, las escuelas coránicas donde se enseña el idioma árabe y a recitar de memoria los versículos del Corán, pero sin efectuar un estudio crítico de la religión. Los institutos islámicos son gestionados fundamentalmente por Hefazat-e-Islam, un grupo que tiene un vasto pasado de protestas a sus espaldas. Durante la visita al campo de Ukhiya, Atur Rahman, líder local del grupo, afirma: “Todas las religiones tienen terroristas. Pero cuando actúan los musulmanes, ustedes nos llaman extremistas o militantes”.

La proliferación de las madrasas en los campos de refugiados ha generado alarma entre los expertos y activistas, pues consideran que los niños son el blanco más fácil de la radicalización.  Shahriyar Kabir, cineasta y activista, cuenta que “en los campos hay cuando menos 39 células terroristas activas. Esto constituye una amenaza seria para Bangladés”.

También es una seria amenaza el hecho de que se les niegue a estos niños un futuro. Es el caso de Madhubon Akter, una niña de 14 años que estudia en una escuela coránica exclusiva para mujeres. “Ya no tengo sueños”, dice.