Marineros y pescadores viven lejos de sus casas y a menudo son víctimas de la trata de personas, trabajo forzado y violaciones de sus derechos. A los capellanes de Stella Maris las mismas facultades de los Misioneros de la misericordia.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Redoblar los esfuerzos para afrontar cuestiones que son a menudo el resultado de la avidez humana”, como la trata de seres humanos, el trabajo forzado y violaciones de sus derechos humanos y del trabajo de tantos hombres y mujeres que viven y trabajan en los mares. Es el mandato confiado por el Papa Francisco a los capellanes y voluntarios de Stella Maris-Apostolado del mar, la asociación nacida en el puerto de Glasgow que el próximo año celebrará su centenario.
Francisco, a ellos recomendó en particular la misericordia que los capellanes deben tener, tanto como conceder a aquellos que se ocupan del Apostolado del mar las mismas licencias de los Misioneros de la misericordia, los sacerdotes que desde el Jubileo de la misericordia pueden absolver los pecados con las mismas facultades que son competencia de la Sede apostólica.
“Como capellanes y voluntarios de Stella Maris- les dijo- les fue confiada la misión de estar presentes para llevar la Buena Noticia del Señor, en el compuesto y multiforme mundo marítimo. Vuestras visitas cotidianas a las naves les permiten encontrar a la gente del mar en su concreta realidad, a veces serena, otras veces inquieta, otras angustiadas. Entonces, con compasión y discreción, les dan la posibilidad de abrir sus corazones y esta es la primer cosa, muy preciosa, sobre todo para personas que bien tienen pocas ocasiones de hacerlo. Vuestro servicio a los marineros y a los pescadores es ante todo el de escucharlos, escuchar sus preocupaciones materiales y espirituales. “La escucha nos ayuda a identificar el gesto y la palabra adecuada que nos alejan de la quietud del espectador” (Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 171).
Recordando que el 90% del comercio mundial es transportado por las naves, mientras sin los pescadores, en muchas partes del mundo sufrirían hambre, Francisco quiso expresar “estima y aliento a los marítimos y pescadores que vosotros encontráis, muchos de los cuales, trabajan por largos períodos, a miles de Km de distancia de sus propios países y de sus familias”.
“También gracias a vosotros- prosiguió- las personas más vulnerables pueden encontrar la esperanza de un futuro mejor. Vuestro compromiso puede ayudar a no rendirse frente a una vida precaria, a veces marcada por la explotación. Vuestra presencia en los puertos, pequeños y grandes, debería ser en sí misma un recordatorio de la paternidad de Dios y del hecho de que ante Él todos somos hijos y hermanos; un recordatorio del valor primario de la persona humana ante todo y sobre todo de sus intereses; y un estímulo para que todos, empezando por los más pobres, se comprometan con la justicia y el respeto de los derechos fundamentales. Recordemos- concluyó- que, “hombres renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas y la calidad de las relaciones y también las estructuras sociales: son personas capaces de llevar la paz donde hay conflictos, de construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la explotación del hombre sobre el hombre. Sólo el amor de Dios están en grado de transformar en modo radical las relaciones que los seres tienen entre sí” (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 4).