La identidad del cristiano no son las cosas que tiene que hacer, sino ser de Cristo. Mucho compromiso hacia los migrantes es sólo sociológico: nadie ofrece a ellos el testimonio explícito y el anuncio de la fe. El testimonio de los laicos es fundamental para curar la indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo en la sociedad. Ocuparse de las vocaciones ad gentes para vivir la “solicitud para todas las iglesias”. Cristianos en Checoslovaquia, China, Vietnam por años en cadenas con el deseo y la oración de evangelizar el mundo.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Publicamos la tercera y última parte de la reflexión sobre el centenario de la Maximum Illud, para un reinicio de la misión ad gentes y la “transformación misionera de la vida y de la pastoral". Para la primer parte, ver aquí; para la segunda parte, ver aquí.
Lo que nos califica no son nuestros compromisos sociales, sino el testimonio de Jesucristo en nosotros, el amor con el cual yo me acerco a otra persona. Un misionero, el florentino Allegrino Allegrini, me contó el inicio de su trabajo en Japón. Sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial por el shock que habían recibido, muchos japoneses querían convertirse, buscando confortación en la fe, tanto en la tradicional como en la católica. Y él misionero en sus inicios, no sabía bien la lengua y dando lecciones de catecismo, se equivocaba hablando y entonces se enojaba y luego se corregía. En cada lección se equivocaba y se corregía. A un cierto punto, una señora japonesa le dice: “Padre usted no debe preocuparse si no habla la lengua en modo fluido. Nosotros hemos entendido lo esencial: que usted nos ama y este es el motivo por los cual seguimos viniendo al catecismo”.
La misión es ante todo llevar la alegría del Evangelio, Jesucristo al mundo. Esto hará superar la tensión entre tradicionalistas y progresistas y permitirá una integración de estas dos corrientes que están desgarrando a la Iglesia. Este es el sentido por el cual el Papa pide retomar la Maximum Illud: redescubrir que la identidad del cristianos no consiste en las cosas que hay que hacer, sino ser de Cristo, la persona de Cristo. Para mí y para mi vocación fue importante el descubrimiento de un pasaje de S. Pablo: “El amor de Cristo nos alienta, al pensamiento que uno murió por todos y entonces todos están muertos. Y Él murió por todos, para que aquellos que viven no vivan más para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5, 4-15). O sea, el amor de Cristo se volvió tan importante, lo hemos vivido en modo tan importante y nos ha abrazado tan fuerte, que no podemos vivir para nosotros mismos, sino que nuestra preocupación es la misión, que las personas conozcan esta gracia, este amor.
En estrecha unión con este subrayar hay otra: es urgente despertar la conciencia católica de quién es Cristo, o sea el Salvador del mundo, Aquel que ha triunfado sobre la muerte (la suya y la nuestra). Es demasiado fácil reducir a Cristo a un psicoterapeuta, al cual recurrir sólo en los momentos tristes; o a un recuerdo lejano que no incide sobre la vida de todos los días. La conciencia que Él es la salvación de la muerte nos ayuda a vivir “el hospital de campo” de la Iglesia y del mundo con una esperanza que no se corroe, Como para la Samaritana (Jn. 4), hemos encontrado a Cristo Salvador del mundo y nos sentimos en el deber de comunicar esto al mundo entero.
Al comunicar a Cristo como Salvador, nosotros comunicamos también una nueva dignidad a las personas que encontramos y a las cuales testimoniamos la fe. Un problema que en la misión vivimos a menudo es que estos países hay urgentes necesidades inmediatas. Uno se agota en el crear bombas de agua, edificios, escuelas, dispensarios: todas cosas bellas e importantes. Pero si la misión no hace redescubrir en las personas que están alrededor mío la dignidad de ser hijos de Dios, si un misionero no tiene esto en el corazón, es todo casi inútil.
También en Italia se arriesga olvidar este testimonio: por ejemplo, hacia los migrantes, se hacen tantas cosas, pero ninguno (o pocos) se preocupan de tener en el corazón el testimonio de fe delante de ellos. Muchos migrantes que llegan a Italia son cristianos y por lo tanto necesitarían ser ayudados a vivir su fe. Pero lo mismo vale para en relación con los marginados musulmanes. Muchos de ellos se escandalizan cuando llegan a Italia o a Europa porque ven que la gente no reza, gente sin Dios. Si en cambio encuentran personas que tienen fe, que la testimonian, se sienten confortados. En cambio, tanto trabajo hacia ellos, también de parte de cristianos, es a menudo sólo sociológico.
Laicos, esto es bautizados
Un último punto que quisiera subrayar es el valor de los laicos en la misión. Benedicto XV los subraya en la Maximum Illud y también el Papa Francisco en muchos de sus discursos. Lo que nos hace misioneros es el bautismo. El testimonio de los laicos es fundamental sobre todo para curar la indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo que reina en la sociedad. Mucho más de los sacerdotes, los laicos están realmente en pliegues del mundo: con el colega de trabajo que no cree más; con el vecino de casa, con la fe tibia; con el musulmán o el hindú en la escuela...
Nosotros, los curas debemos ayudar a los laicos a tener conciencia de su bautismo y que son misioneros en cualquier lado. En el pasado había una mentalidad que misionero era el cura, el obispo, los misioneros. A los laicos les quedaba sólo el apoyo económico de las misiones con alguna oferta. Hoy se volvió importante el testimonio de la fe de los laicos como humanidad verdadera; en el matrimonio entre hombre y mujer, vivido con fatiga, pero también con alegría; en el trabajo que tiene como horizonte del bien social. no sólo el sueldo; en la política por el bien común y no por el sillón.
También en países “de misión” el testimonio de los laicos es fundamental. En Hong Kong tantas conversiones de chinos suceden a través de las domésticas que trabajan en sus casas. Las domésticas, filipinas y católicas, con su servicio, su ternura hacia los niños, su amor hacia la casa, hacia sus patrones, abren sus corazones hasta llevarlos a pedir el bautismo.
Los laicos tienen un potencial misionero importantísimo. Por esto se hace misión en comunidad con los laicos, que no son simplemente los ejecutores del cura, sino son sus colaboradores, los consejeros. Cierto que el sacerdote tiene una función paterna para apoyarlos, sacudirlos, corregirlos, pero necesita de ellos en la siembra.
Solicitud para todas las iglesias
Una última cosa: el Papa Francisco y Benedicto XV subrayan que la misión ad gentes es paradigma de toda la actividad misionera de la Iglesia: Esto significa que sucede siempre tener misioneros ad gentes, que van fuera de los propios confines, que van a encontrar el modo de integrarse en las otras culturas para llevar el Evangelio. Benedicto XV subraya continuamente que nosotros los bautizados somos responsables de toda la misión en la Iglesia. A cada diócesis le sirve siempre una punta que obre de paradigma porque de otro modo arriesgamos decir siempre: “Tanto tu misión está aquí, tu misión está aquí”. Sí, mi misión está aquí - o donde manda el Espíritu- sino el deseo es siempre universal. También si yo estoy dentro de una cárcel, yo estoy destinado a llevar el anuncio de Cristo a todo el mundo.
En mi vida encontré personas que han pasado decenas de años en la cárcel, a causa de la fe, en Checoslovaquia o en Vietnam, o en China. Sin embargo ellos han vivido sus años en cadena en el deseo y en la oración de evangelizar al mundo.
En la Segunda carta a los Corintios (11,28) hay una expresión que S. Pablo usa para elencar las características del apóstol. La expresión es “solicitud para todas las iglesias”: yo no soy responsable sólo de mi parroquia o de mi grupo, sino que soy llamado como S. Pablo a vivir la preocupación, el apoyo, la oración, el don de mí mismo para todas las iglesias.