​Papa: ante el enigma de la muerte, incluso el creyente debe convertirse

En la celebración de la misa por los cardenales y obispos fallecidos a lo largo de este año, Francisco nos llama a “trascender lo evidente, los pensamientos sistemáticos y obvios, las opiniones comunes, a encomendarnos enteramente al Señor que declara: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11,25-26)”. 

 


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Ante el enigma de la muerte, incluso el creyente debe convertirse”, debe superar la idea de la muerte como aniquilación total y trascender lo visible para encomendarse a la resurrección que promete Jesús, “no como una especie de espejismo en el horizonte, sino como algo que está presente y nos involucra misteriosamente ya desde ahora”. Las palabras de Jesús: “«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11,25-26)” fueron recordadas por Papa Francisco durante la misa que hoy se celebró en memoria de los 6 cardenales y 163 obispos fallecidos este año. 

El rito se celebró en el Altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro. Francisco dijo que “la fe en la resurrección no ignora ni enmascara el desconcierto que humanamente experimentamos ante la muerte”. Y “los amorosos designios de Dios para sus elegidos escapan completamente a aquellos que tienen la realidad mundana como único horizonte”.

“Al rezar por los cardenales y obispos que han fallecido durante este último año, - prosiguió - pedimos al Señor que nos ayude a considerar su parábola existencial de la manera correcta. Le pedimos que disuelva esa melancolía negativa que a veces nos penetra, como si todo terminara con la muerte. Es un sentimiento alejado de la fe, que se añade al miedo humano de tener que morir, y del que nadie puede decir que es completamente inmune”. Se nos llama “a trascender lo evidente, los pensamientos sistemáticos y obvios, las opiniones comunes, a encomendarnos enteramente al Señor que declara: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11,25-26). Estas palabras, acogidas con fe, hacen que la oración por nuestros hermanos fallecidos sea verdaderamente cristiana. También nos permiten tener una visión más real de su existencia: comprender el sentido y el valor del bien que han hecho, de su fortaleza, de su compromiso y de su amor desinteresados; comprender lo que significa vivir aspirando no a una patria terrena, sino a una mejor, es decir, la patria celestial (cf. Hb 11,16)”. 

“La oración en sufragio por los difuntos, elevada en la confianza de que viven con Dios, extiende así sus beneficios, que también llegan a nosotros, peregrinos aquí en la tierra. Nos educa para una auténtica visión de la vida; nos revela el sentido de las tribulaciones que debemos atravesar para entrar en el Reino de Dios; nos abre a la verdadera libertad, y nos dispone a la búsqueda continua de los bienes eternos. Haciendo nuestras las palabras del Apóstol, nosotros también nos sentimos «llenos de confianza [...]. Por eso, ya sea que estemos en el destierro o en la patria, nos esforzamos para agradar a Dios» (2 Co 5,8-9)”.

“La vida de un servidor del Evangelio gira en torno al deseo de lograr todo aquello que agrada al Señor. Este es el criterio de cada elección y de cada paso que da. Recordemos, pues, con gratitud, el testimonio de los cardenales y obispos difuntos que vivieron en la fidelidad a la voluntad divina; recemos por ellos, tratando de seguir su ejemplo. Que el Señor derrame siempre sobre nosotros su Espíritu de sabiduría, de manera especial en este tiempo de prueba. Particularmente en los momentos en que el camino se hace más difícil, no nos abandona, permanece con nosotros, fiel a su promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20)”.