Papa: como los Magos, adorar viendo ‘más allá del velo de lo visible’

En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Francisco celebró la misa en el altar de la cátedra. Fieles, cardenales, obispos y coro acataron el distanciamiento social para prevenir el Covid-19. La necesidad imperiosa de "comprender mejor lo que significa ser adoradores del Señor". Hay que "levantar la vista", "ponerse en camino" y "ver" "para liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones". "Herodes y los notables de Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia y en busca de entretenimiento:  sólo dan valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa".


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Para adorar al Señor es necesario ‘ver’ más allá del velo de lo visible”: es lo que subrayó el papa Francisco en la celebración eucarística con ocasión de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, que en Italia se celebra el 6 de enero. Como ya es habitual en el contexto de la pandemia, la misa se celebró en el altar de la cátedra, en la Basílica de San Pedro. La celebración contó con la presencia de unos diez cardenales y varias decenas de fieles; todos respetaron la distancia, conforme a las normas contra el Covid-19. 

En su homilía, Francisco se enfocó en el gesto de adoración de los Reyes Magos, según el relato del Evangelio del día (Mateo 2, 1-12). En “la liturgia de la Palabra de hoy”, dijo, hay  “tres expresiones que pueden ayudarnos a comprender mejor lo que significa ser adoradores del Señor. Estas expresiones son: “levantar la vista”, “ponerse en camino” y “ver’”.

“La primera expresión, levantar la vista, nos la ofrece el profeta Isaías. A la comunidad de Jerusalén, que acababa de volver del exilio y estaba abatida a causa de tantas dificultades, el profeta les dirige este fuerte llamado: «Levanta la vista en torno, mira» (60,4). Es una invitación a dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones”.

“Levanta la vista en torno, mira: el Señor nos invita sobre todo a confiar en Él, porque cuida realmente de todos. Por tanto, si Dios viste tan bien la hierba, que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más hará por nosotros? (cf. Lc 12,28). Si alzamos la mirada hacia el Señor, y contemplamos la realidad a su luz, descubriremos que Él no nos abandona jamás: «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) y permanece siempre con nosotros, todos los días (cf. Mt 28,20). Cuando elevamos los ojos a Dios, los problemas de la vida no desaparecen, pero sentimos que el Señor nos da la fuerza necesaria para afrontarlos”.

“La segunda expresión que nos puede ayudar es ponerse en camino. Antes de poder adorar al Niño nacido en Belén, los magos tuvieron que hacer un largo viaje. Escribe Mateo: «Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”» (Mt 2,1-2). El viaje implica siempre una transformación, un cambio. Después del viaje ya no somos como antes. En el que ha realizado un camino siempre hay algo nuevo: sus conocimientos se han ampliado, ha visto personas y cosas nuevas, ha experimentado el fortalecimiento de su voluntad al enfrentar las dificultades y los riesgos del trayecto. No se llega a adorar al Señor sin pasar antes a través de la maduración interior que nos da el ponernos en camino…”.

“Desde este punto de vista, los fracasos, las crisis y los errores pueden ser experiencias instructivas, no es raro que sirvan para hacernos caer en la cuenta de que sólo el Señor es digno de ser adorado, porque solamente Él satisface el deseo de vida y eternidad presente en lo íntimo de cada persona. Además, con el paso del tiempo, las pruebas y las fatigas de la vida —vividas en la fe— contribuyen a purificar el corazón, a hacerlo más humilde y por tanto más dispuesto a abrirse a Dios”.

“Y llegamos a la tercera expresión: ver. El evangelista escribe: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). La adoración era el homenaje reservado a los soberanos, a los grandes dignatarios. Los magos, en efecto, adoraron a Aquel que sabían que era el rey de los judíos (cf. Mt 2,2). Pero, de hecho, ¿qué fue lo que vieron? Vieron a un niño pobre con su madre. Y sin embargo estos sabios, llegados desde países lejanos, supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano. Es decir, fueron capaces de “ver” más allá de la apariencia”.

“Para adorar al Señor es necesario “ver” más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso. Herodes y los notables de Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia y en busca de entretenimiento. La mundanidad sólo da valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa. En cambio, en los magos vemos una actitud distinta”. “Este modo de “ver” que trasciende lo visible, hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz”.