Arzobispo de Tokio: Después de Fukushima, ‘una nueva creación’ y relaciones humanas
de Mons. Isao Kikuchi

Diez años después del terremoto y del tsunami que devastaron la costa pacífica del norte de Japón, la cuestión del significado y la comunidad siguen siendo un tema candente para las personas que han regresado y para aquellas que sufrieron las heridas del desastre. Se están reconstruyendo las casas, las carreteras y el entorno, pero la gente está sola y no todos han regresado. Mons. Kikuchi subraya el compromiso y la fraternidad de las comunidades cristianas, un lugar de esperanza.


Tokio (AsiaNews) - "La pandemia nos ha enseñado que las relaciones humanas son esenciales para nuestra supervivencia" y estas relaciones humanas, que se nos ofrecen en la amistad de los cristianos, son la verdadera novedad en medio de los edificios, las casas y las calles reconstruidas. Mons. Tarcisio Isao Kikuchi, arzobispo de Tokio, recuerda así el compromiso de la Iglesia de no dejar aislada y abandonada a la población de la zona de Fukushima, golpeada hace 10 años por un tsunami y el posterior accidente de la central nuclear local. 

El 11 de marzo de 2011, el terremoto más potente jamás registrado en Japón devastó la costa noreste del país. El maremoto provocado por el terremoto de 9 grados de magnitud mató a 18.000 personas y destruyó ciudades enteras. La catástrofe obligó a medio millón de pobladores a abandonar sus hogares. Las aguas invadieron la central nuclear de Fukushima, dañando algunos reactores que luego se fundieron. Para evitar el contacto con la radiación mortal, las autoridades crearon una "zona de exclusión", evacuando a 150.000 personas. La zona prohibida sigue en pie y muchos de los residentes no han regresado a sus casas. Los pronósticos oficiales estiman que se necesitarán 40 años para reconstruir y limpiar la zona, con un coste de billones de yenes. 

El gobierno de Suga tiene el problema de cómo deshacerse de un millón de toneladas de agua contaminada, que fue utilizada para enfriar los reactores atómicos dañados. Las asociaciones ecologistas y la Conferencia Episcopal de Japón han criticado la propuesta de verterla al mar. La catástrofe de Fukushima fue clasificada como un incidente cuya gravedad alcanzó el nivel 7, según el Organismo Internacional de la Energía Atómica. Se trata del nivel más alto jamás observado, junto con el desastre de Chernóbil (en la Unión Soviética) en 1986. Sin embargo, científicos japoneses y extranjeros afirman que los riesgos de la radiación ahora son limitados. Dentro y más allá de todos estos problemas, persiste la necesidad de sentido y de comunidad, que traen consigo las personas heridas por la catástrofe. A continuación, los comentarios de Monseñor Kikuchi (traducción de AsiaNews).

 

Han pasado 10 años desde que un enorme terremoto y un tsunami azotaron la parte oriental de Japón, especialmente la costa del Pacífico, en la zona de Tohoku. En estos 10 años han muerto unas 20.000 personas, incluyendo las 4.000 que murieron a causa de la catástrofe; más de 2.500 están desaparecidas y hay más de 40.000 que aún no han regresado y siguen desplazadas.

Durante estos 10 años, el gobierno ha dedicado una parte considerable del presupuesto nacional a reconstruir las infraestructuras de la zona afectada por la catástrofe, como una nueva red de carreteras y nuevos edificios públicos.

Muchas ONG se han establecido en la zona para ayudar a la población local a recuperarse de la catástrofe. Entre éstas, figuran nuestras ONG católicas, asistidas por Cáritas Japón.

Ofrecer nuevas infraestructuras es ciertamente bueno para la población, pero no es suficiente. La pandemia actual, que afecta nuestras vidas de forma muy seria,  nos enseña que para sobrevivir, lo esencial son las relaciones humanas. Debido a las restricciones para combatir el Covid, no podemos reunirnos con otras personas y charlar o rezar juntos. En una sociedad en la que la gente envejece y tiene poquísimos hijos, es fácil que los ancianos vivan aislados. Este aislamiento afecta aún más a las personas que viven en la zona de la catástrofe. En muchas áreas, las comunidades locales han desaparecido y la mayoría de la gente se queda a solas en su casa o en apartamentos construidos recientemente.

Las ONG de la Iglesia intentan mantener esta relación humana en medio de la comunidad local, evitando que las personas - especialmente las de edad avanzada- queden aisladas. Las ONG se dedican principalmente a las visitas a domicilio, para compartir un espacio en el que las personas puedan reunirse y hablar entre ellas.

La experiencia de estos 10 años hizo que la gente tomara conciencia de que las relaciones humanas son esenciales para la vida y varias personas se dedican ahora a reconstruir la comunidad y a brindarse apoyo mutuo en todo Japón.

Todavía hay sentimientos encontrados con respecto a la energía nuclear. La Conferencia Episcopal impulsa la abolición de las centrales nucleares y  la conversión ecológica. Sin embargo, esta voz sigue siendo la de una minoría en la sociedad japonesa, pese a que nadie sabe cuántos años llevará limpiar la zona de las plantas nucleares de Fukushima.

Desgraciadamente, en estos 10 años, el paso del tiempo ha hecho que la mayoría de la gente pierda la sensación de la crisis que se vivía hace 10 años.

Actualmente, la diócesis de Sendai se encuentra sin pastor. Sin embargo, los 10 años de experiencia de vida tras la catástrofe han hecho que la comunidad diocesana se fortalezca en la fe. Muchas de sus comunidades parroquiales son pequeñas y están formadas por personas mayores. A través de las actividades de los últimos 10 años, las parroquias se han dado cuenta de la importancia de actuar juntas en la caridad como parte esencial de la vida de la Iglesia, junto con la oración y la evangelización.

Hay que decir que la Iglesia católica era una presencia arraigada incluso antes del desastre. Después de la catástrofe, lo que más deseamos es generar esperanza: no sólo hoy con los esfuerzos para ayudar en la emergencia, sino también a futuro, trabajando junto a la población de Tohoku. El lema de la diócesis de Sendai es "Una nueva creación": de este modo, la diócesis seguirá avanzando para llevar la esperanza a los habitantes de la zona, en vez de volver al pasado con nostalgia.

Las actividades de ayuda de la Iglesia japonesa, organizadas por la Conferencia Episcopal, finalizarán el 31 de marzo. Pero después de 10 años de actividades orientadas a colaborar, la Iglesia está allí, en Tohoku, con un espíritu fortalecido y, a través de estas comunidades afianzadas, seguirá dando testimonio de la Caridad.

En noviembre de 2019, el Papa Francisco visitó Tokio y dijo: "Sin los recursos básicos: comida, ropa y vivienda, no es posible llevar una vida digna y tener lo mínimo necesario para lograr la reconstrucción, que a su vez requiere experimentar la solidaridad y el apoyo de una comunidad". Nadie se "reconstruye" a sí mismo; nadie puede volver a empezar solo. Es imprescindible encontrar una mano amiga, una mano fraterna, capaz de ayudar a levantar no sólo la ciudad, sino también la mirada y la esperanza.

Por eso, queremos seguir siendo hermanos, hermanas, amigos para "levantar no sólo la ciudad, sino también la mirada y la esperanza".

Cáritas Japón continuará su apoyo en la zona, incluso cuando las actividades organizadas por los obispos hayan finalizado. Hay personas muy necesitadas en la zona, y allí también está presente una Iglesia llena de entusiasmo y amor.

 

 Arzobispo Isao Kikuchi, SVD

11 de Marzo de 2021