Papa: la Cruz no se negocia, hay que aceptarla en su totalidad, como lo hizo Jesús

En la celebración de la misa crismal, Francisco recordó que "el anuncio de la Buena Noticia está misteriosamente ligado a la persecución y a la Cruz". “Hay una Cruz en el anuncio del Evangelio, es cierto, pero es una Cruz que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la victoria de Cristo que vence al mal, que nos libera del Maligno”.


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "¡No hay ambigüedad en la Cruz! La Cruz no se negocia”, hay que aceptarla en su totalidad, como lo hizo Jesús, incluso desde antes de nacer. También hoy, para el que ha elegido seguir a Jesús, "el anuncio del Evangelio está siempre ligado al abrazo de alguna Cruz concreta". La misa crismal es la que cada obispo celebra hoy con sus sacerdotes en todas las catedrales del mundo y que el Papa Francisco celebró con algunos cardenales y obispos, con los superiores de la Secretaría de Estado y con los miembros del consejo presbiterial de la diócesis de Roma, "su" diócesis. En esta misa los sacerdotes renuevan las promesas que hicieron en el momento de su ordenación y se bendice el óleo de los enfermos, el óleo de los catecúmenos y el crisma.

Francisco comentó el pasaje del Evangelio que habla sobre la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, de la cual lo expulsan y amenazan con matarlo. Es que, explica el Papa, “la palabra de Jesús tiene el poder de sacar lo que cada uno lleva en el corazón, que suele ser una mezcla, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca una lucha espiritual. Viendo los gestos de misericordia desbordante del Señor y escuchando sus bienaventuranzas y el '¡ay de vosotros!' del Evangelio, nos vemos obligados a discernir y a elegir”. “La suave luz de la Palabra genera claridad en los corazones que están disponibles y confusión y rechazo en los que no lo están. Vemos esto constantemente en el Evangelio. La buena semilla sembrada en el campo da frutos - el ciento, el sesenta, el treinta por uno - pero también despierta la envidia del enemigo que obsesivamente empieza a sembrar cizaña durante la noche”.

En primer lugar porque "el anuncio de la Buena Nueva está misteriosamente ligado a la persecución y a la Cruz". En Jesús, señala Francisco, la cruz está presente durante toda la vida e incluso desde antes del nacimiento. "Ya está presente en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está presente en el insomnio de José cuando se siente obligado a abandonar a su prometida; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben que exiliarse de su propia tierra. Esta realidad nos abre al misterio de la Cruz vivida "desde antes". Nos hace comprender que la Cruz no es un hecho a posteriori, ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor. Es cierto que todos los crucificadores de la historia hacen que la Cruz parezca un daño colateral, pero no es así: la Cruz no depende de las circunstancias”. ¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó toda la pasión? Abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desproporcionada, la maldad innecesaria de las bofetadas y escupidas gratuitas ... Si las circunstancias determinaran el poder salvador de la Croce, el Señor no lo hubiera abrazado todo. Pero cuando llegó su hora, abrazó la Cruz entera”.

La segunda consideración de Francisco es que “es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y la fragilidad. Pero también es cierto que hay algo de lo que ocurre en la Cruz que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, que, cuando ve al crucificado inermer, lo muerde y trata de envenenar y desacreditar toda su obra. Una mordedura que busca escandalizar, inmovilizar y hacer estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo. Y en esta mordedura cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece al final el triunfo de Dios”.

Estas son las reflexiones. Pidamos al Señor la gracia de sacar provecho de esta enseñanza: hay cruz en el anuncio del Evangelio, es verdad, pero es una Cruz que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la victoria de Cristo que vence el mal, que nos libra del Maligno. Abrazarla con Jesús y como Él, “desde antes” de salir a predicar, nos permite discernir y rechazar el veneno del escándalo con que el demonio nos querrá envenenar cuando inesperadamente sobrevenga una cruz en nuestra vida. «Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)» (Hb 10,39) es el consejo que nos da el autor de la Carta a los Hebreos. Nosotros no nos escandalizamos, porque no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían oír su Palabra. Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que sanar enfermos y liberar prisioneros en medio de las discusiones y controversias moralistas, leguleyas, clericales que se suscitaban cada vez que hacía el bien. Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que dar la vista a los ciegos en medio de gente que cerraba los ojos para no ver o miraba para otro lado. Nosotros no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús de que su proclamación del año de gracia del Señor —un año que es la historia entera— haya provocado un escándalo público en lo que hoy ocuparía apenas la tercera página de un diario de provincia. Y no nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no recibe su eficacia de nuestras palabras elocuentes, sino de la fuerza de la Cruz (cf. 1 Co 1,17). Del modo como abrazamos la Cruz al anunciar el Evangelio —con obras y, si es necesario, con palabras— se transparentan dos cosas: que los sufrimientos que sobrevienen por el Evangelio no son nuestros, sino «los sufrimientos de Cristo en nosotros» (2 Co 1,5), y que «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor» y nosotros somos «servidores por causa de Jesús» (2 Co 4,5).