La nueva horda de Putin y el desafío de una identidad no hostil
de Stefano Caprio

Las reinterpretaciones de la historia y los reclamos a la conciencia popular ya no pueden justificar un sistema contra otro, un país contra otro, una ideología contra otra. Cualquiera que sea el resultado de la guerra, será un mundo diferente para todos, no solo para Rusia y Ucrania.

 


¿A qué se debe la agresividad de los rusos, esos que nadie pensó que invadirían y bombardearían Ucrania de forma tan masiva y contundente, como sólo lo habían hecho los tártaros en el 1200, cuando arrasaron hasta los cimientos a la misma Kiev? Las encuestas de los últimos días, incluso en el contexto de la propaganda oficial y el bloqueo de la libre información, intentan comprender cuál es realmente el ánimo de la población. Según los datos publicados por diversas agencias, cerca del 70% de los rusos apoyan la denominada “operación militar especial”.

Los analistas confirman que existe un alto grado de agresividad en toda la sociedad rusa, que no solo está en sintonía con la propaganda sino que prácticamente forma parte de la "herencia genética" de los rusos. El filósofo ruso-estadounidense Mikhail Epstein define la condición psicológica de los rusos de hoy como "esquizofascismo", una forma de "fascismo disfrazado de lucha contra el fascismo". Con el término “fascismo” Epstein se refiere a “toda una visión del mundo que une la teoría de la superioridad moral, étnica o racial, la misión divina, el imperialismo, el nacionalismo, la xenofobia, la aspiración a la superpotencia, el anticapitalismo, la antidemocracia y el antiliberalismo”.

El esquizofascismo sería una caricatura peligrosa y agresiva del fascismo, que se expresa en un "odio histérico a la libertad, a la democracia, a todo lo que es diferente y extraño, y en la búsqueda continua de los enemigos y traidores de su propio pueblo". Es una herencia postsoviética, pero también un rasgo característico de un pueblo que siempre ha estado disperso en un territorio demasiado extenso, que lucha por determinarse y delimitarse, y por protegerse de las invasiones.

Un aspecto decididamente esquizofrénico de este odio atávico es el que lleva a tratar de gozar sin límites precisamente de los bienes producidos por el sistema de los "extranjeros", como decía el zar Pedro el Grande, el más occidentalista de todos los autócratas rusos: "nos abriremos a Occidente durante una década para tomar todo lo que tiene, después les daremos la espalda', sentenció en su momento, usando en realidad términos mucho más explícitos, como los que hoy son típicos del presidente-zar Putin. Cuanto más desprecian al Occidente inmoral, al que los rusos llaman la "Gayropa" o el "Pedostán", el mundo de los pederastas campeones de la inmoralidad, más villas y castillos compran en las costas francesas o en las colinas toscanas, más cuentas abren en los bancos suizos y más envían los niños a las escuelas exclusivas de los países que enseñan la perversión.

Epstein trata de dar una explicación "científica" para el esquizofascismo, recordando que el origen de esta disfunción se encuentra en la composición del cerebro humano: "un hemisferio de nuestro cerebro está en perenne conflicto con el otro hemisferio, de modo que un hombre puede ser al mismo tiempo un romántico y un bandido, vivir la sinceridad de la mentira, o la mentira sin engaño, como cuando nos dicen que el avance de los ejércitos rusos se ve frenado por la cobardía de los neonazis ucranianos” . Los rusos se mienten a sí mismos hablando de sí mismos, son incapaces de llevar a término las negociaciones de paz entre la parte oriental y la parte occidental de su propio "único pueblo", de su propia historia de dos rostros, de su propia alma dividida entre las tendencias eslavófilas y las occidentalistas.

Nadie en su sano juicio debería creer la propaganda del régimen de Putin, pero a esa misma  propaganda no le importa en absoluto corresponder a la realidad ("nosotros no hemos invadido Ucrania"). La propaganda se basa en modelos ideales, en mundos sólo soñados, y por otro lado debe excitar los ánimos a la violencia y la destrucción, justificar el horror con el honor. Una diferencia entre rusos y estadounidenses, sigue diciendo Epstein, es que "los rusos adoran que les mientan, mientras que los estadounidenses no lo pueden soportar, y por eso los rusos los consideran una masa de incautos". Para los rusos, estar imbuidos de mentiras que hay que descifrar es un motivo de orgullo, significa que son respetados y tratados como hombres de verdad, capaces de entender las cosas más allá de las palabras, como ante el rimbombante anuncio de Putin en las redes unificadas: "una banda de drogadictos y neonazis en Kiev ha tomado como rehén al pueblo ucraniano y debemos liberarlo”, o en la solemne homilía del patriarca Kirill, cuando afirma que “nos quieren imponer las marchas de homosexuales para ser admitidos en el mundo civilizado y nosotros debemos defender la verdadera fe”.

Los nazis no existen en la Ucrania del judío Zelenskii, pero esta frase recuerda a los seguidores del traidor Stepan Bandera - quien intentó vender Ucrania a Hitler - que muchos ucranianos preferían los nazis a los comunistas, porque los consideraban menos opresores. Así como las marchas del orgullo gay ya son un rito obsoleto en todo Occidente en la época de la fluidez de género, pero evocan los tiempos medievales, cuando los zares de la "Tercera Roma" se consideraban los últimos defensores de la civilización cristiana. "No habrá una cuarta Roma”, decía la profecía, porque si Rusia cae, el mundo será presa del Anticristo. Son categorías del despertar de instintos y complejos seculares, antiguos y recientes, de ofensas y reclamos de perspectiva apocalíptica.

La división del alma rusa, por otro lado, también se manifiesta en la intensidad de las muchas personas que se oponen a la guerra, que desfilan en soledad con pancartas que recuerdan los mandamientos bíblicos o carteles que se muestran por televisión contra la guerra y la mentira, a riesgo de la propia libertad. Sin duda son una minoría, formada por jóvenes sin guía, porque todos los guías han sido expulsados ​​o encarcelados. Sin embargo Alexei Navalny es capaz de desafiar a los "viejos locos que destruyen nuestro país, invadiendo el de nuestros hermanos", y asegurar que “No nos asustan, aunque nos metan en la cárcel por cien años”.

 

El himno nacional ruso en la versión soviética (hoy ha conservado la música y ha modificado ligeramente la letra) dice: "¡Levántate, país inmenso / Levántate para la mortal batalla / contra la oscura fuerza del fascismo / contra la horda maldita!". Pero el lugar de la horda tártaro-mongola hoy lo ocupa la propia Rusia, y las palabras del himno parecen más bien alentar a los ucranianos a defenderse de la agresión sin precedentes de los rusos, como señala Maria Maksakova, cantante de ópera y exdiputada de la Duma de Moscú que vive en Ucrania desde hace años. En una entrevista con Radio Svoboda, ella recuerda que “en apenas un siglo hemos pasado del feroz Lenin al caníbal Stalin, seguimos con los hospitales psiquiátricos contra los disidentes de Brezhnev y llegamos a las 'operaciones especiales' contra la humanidad de Putin”.

Según Maksakova, estos excesos de violencia pueden provocar reacciones de entusiasmo durante períodos breves, pero después se convierten en estrepitosas derrotas y catástrofes que marcan una época, dejando a Rusia perpetuamente a la zaga del resto del mundo. De hecho, aunque todavía no se vislumbra el final de los enfrentamientos en Ucrania, la operación ya parece un fiasco total: ni guerra relámpago, ni agradecimiento del pueblo ucraniano a los libertadores, aislamiento total a nivel internacional, abismo económico que se abre a raíz de las sanciones y que en todo caso dejará a Rusia durante muchos años en el nivel de vida de la URSS de Brezhnev.

El consentimiento masivo a la agresión recuerda los días de 2014, aquel grito de júbilo: "¡Crimea es nuestra!" ante una multitud oceánica en el Kremlin. Una alegría salvaje que se disolvió en muy poco tiempo. Ya al año siguiente, para la "fiesta de Crimea" del 18 de marzo - que se convirtió en el día sagrado de las decisiones y manifestaciones patrióticas - el régimen obligó a los estudiantes y pagó voluntarios para llenar las plazas. Hoy este mismo día solemne del “Crimea-nostrismo”, como se ha denominado a la ideología de Putin de los últimos años, se celebra directamente sobre el terreno y de nuevo parecen faltar los actores secundarios, porque más allá de las declaraciones oficiales, muy pocos son los entusiastas del canibalismo putiniano. Los rusos se precipitan al abismo con estruendoso entusiasmo, sabiendo que yacerán en tierra durante mucho tiempo.

Hace dos años Putin intentó reanimar el mortecino consenso patriótico con una nueva constitución y grandes fiestas por el 75 aniversario de la Victoria contra el nazismo, y se vio frustrado por la pandemia de Covid-19. La política y la historia rusas se revisaron desde el principio, "reseteando" incluso las sucesiones de los veinte años anteriores para permitir que el mismo Putin se relanzara como líder de la nación por lo menos por otras dos décadas. Ahora, sea cual sea el resultado de las operaciones bélicas, la vuelta a cero del contador se está convirtiendo en la cifra determinante de la vida de Rusia y Ucrania, y no en el sentido de la transición a una dimensión "supertemporal" sino como la necesidad de reconstruir un mundo destruido.

Las reinterpretaciones de la historia y los reclamos a la conciencia popular ya no pueden justificar un sistema contra otro, un país contra otro, una ideología contra otra. Será un mundo diferente para todos, y no solo para los dos países involucrados sino para toda Europa, América y China, Occidente y Oriente. Si el fin del comunismo hizo decir a algunos que habíamos llegado al "fin de la historia", hoy debemos reconocer que estamos "al comienzo de la historia". La guerra rusa ha sido presentada como una gran lucha del bien contra el mal absoluto, pero ya no se pueden volver a aplicar los esquemas del totalitarismo de izquierda o derecha, del fascismo y el comunismo contra el liberalismo y el capitalismo.

La Rusia de hoy es tan capitalista como América y Europa, y tanto los ciudadanos de Kiev como los de Moscú están acostumbrados a una vida de consumo y comunicaciones, que hoy han puesto en crisis pero sin que hayan propuesto una verdadera alternativa. Ucrania será el espejo de esta “nueva creación”, que hasta las Iglesias invocan por intercesión de María y de todos los santos, pero serán los hombres los que tendrán que hacerla realidad. En los años soviéticos, Kiev era una fotocopia de Moscú mientras que Lviv conservaba su apariencia austrohúngara; hoy la capital es un cúmulo de ruinas materiales y espirituales, y todo el país está destrozado por la guerra fratricida.

Ciudades gloriosas como Kharkiv, Kherson, Mariupol, Odessa, e incluso Lugansk y Donetsk han quedado "reducidas a cero" y tendrán que mostrar la nueva identidad no hostil de un "pueblo único" que en realidad es muy mezclado y complejo, en el que no hay una parte "ruso- hablante" claramente diferenciada de la parte "pro occidental", al igual que en las familias ucranianas suele ser difícil distinguir las jurisdicciones eclesiásticas, moscovita, romana o constantinopolitana.

Durante muchos siglos todos hemos descuidado a Ucrania, con el resultado de que no lográbamos entender tampoco a Rusia. Ahora debemos defender la vida de los niños y las familias, detener la agresión y ayudar a la reconciliación, pero sobre todo debemos rezar juntos, para que Dios mismo nos muestre el camino para construir un mundo nuevo.