Bakú elige el Ramadán de Ankara para tomar distancia de Moscú
de Marta Ottaviani

Abandona la referencia a Irán para el mes sagrado. Aliyev quiere aprovechar el conflicto de Ucrania para reforzar el eje con Erdogan y cuestionar la presencia militar rusa que le fue impuesta tras la guerra con Armenia en Nagorno-Karabaj. Por su parte, Turquía ve la oportunidad de ocupar los espacios que una Rusia más débil dejaría descubiertos en el Cáucaso.

 


Milán (AsiaNews) - Nuevos equilibrios se están perfilando en el Cáucaso y ¿qué mejor ocasión que el Ramadán para enviar un mensaje contundente? Por eso Bakú no desaprovechó la oportunidad y comenzó el mes sagrado del ayuno simultáneamente con Turquía y no con Irán, como solía hacer.

“Una nación, dos estados”, según la retórica que tanto le gusta al presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, y al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Y más allá de las ironías de algunos diarios, que escribieron "dos naciones, el mismo calendario de Ramadán", este es un momento importante, destinado a cambiar el equilibrio del Cáucaso Sur, con Moscú centrada en la guerra en Ucrania pero que observa con mucha atención las dinámicas en curso, porque su presencia en el Cáucaso corre el riesgo de quedar seriamente redimensionada.

La presencia militar de Moscú en Azerbaiyán, tras la segunda guerra de Nagorno-Karabaj, molesta y no poco a Bakú, cada vez más decidida a crear su propia política exterior y no depender tanto de la de Moscú. En principio, el Kremlin debería mantener un pie en el país hasta 2025, plazo durante el cual intentará por todos los medios consolidar su presencia e influencia. Pero Aliyev no tiene intención de perder tanto tiempo y ha encontrado en Erdogan -acostumbrado desde hace años a una extrema infidelidad y pragmatismo en política exterior- un apoyo importante para liberarse, al menos parcialmente, del yugo ruso.

Para Bakú, es un paso necesario pero no fácil de manejar. Un Azerbaiyán más independiente en su política exterior significa irritar a Moscú y Teherán. Hay que actuar con prudencia para no molestar a nadie. La decisión de Azerbaiyán de reconocer a las repúblicas del Donbass como autónomas se debe ver desde esa perspectiva. El mensaje es claro: incluso con una política exterior autónoma, Bakú no tiene intención de ser un obstáculo para la de Rusia.

Pero ahora la parte difícil es convencer a Moscú de que el acercamiento con Turquía no se debe relacionar con una disminución del papel de Rusia en el Cáucaso. Cosa sumamente difícil, rozando lo imposible, dado que Erdogan lleva años trabajando en este objetivo y que a Aliyev no le disgustaría en absoluto un Cáucaso con menos presencia rusa.

El presidente turco espera pacientemente. El líder de Ankara ha entendido antes que nadie que la guerra contra Ucrania podía convertirse en una gran oportunidad para Turquía, y no sólo con respecto a las difíciles negociaciones que está llevando a cabo Ankara. Una Rusia comprometida en la guerra de Ucrania, de la que han tomado distancia muchas antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, es una Rusia débil.

Ha llegado el momento de que Turquía se insinúe en posiciones que Moscú ha dejado al descubierto, en países con los que tiene sólidos lazos religiosos y culturales. Por supuesto, cuando termine esta guerra el Kremlin puede verse obligado a revisar su mapa de esferas de influencia. Y toma nota de que el gran aliado turco (por conveniencia) le ha cavado, si no una forsa, al menos un molesto agujero bajo sus pies.