De Jerusalén a Kiev, la Pascua en un mundo desgarrado y violento
de Pierbattista Pizzaballa*

¿Dónde se ven los "signos de resurrección" cuando son evidentes las "consecuencias de los conflictos y las injusticias", se pregunta el primado latino. La paz y el amor parecen "eslóganes", pero Cristo resucitado "no es una palabra, un eslógan, sino una experiencia". Una nueva víctima de los enfrentamientos entre israelíes y palestinos.

 


Jerusalén (AsiaNews)- En un mundo “desgarrado y violento” ¿cómo se puede hablar de “esperanza pascual”?. ¿Dónde se pueden ver "los signos de la resurrección" cuando "vemos en todo el mundo" las "consecuencias de los conflictos y las injusticias"?, se pregunta el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, en el mensaje de Pascua a los fieles de Tierra Santa publicado hoy. Una violencia, prosigue Su Beatitud, que "todavía hiere a nuestra Tierra Santa", pero "pienso también en lo que está pasando en Europa, en Ucrania", un país "atacado" por otro "país hermano" que provoca "tragedias humanitarias de enorme alcance". En esta realidad “hablar de amor, de paz y de vida parecería solo un eslogan” continúa el patriarca, pero la Pascua “no es solo una palabra, no es un eslogan, sino que es una realidad que todavía hoy podemos tocar, experimentar" .

Mientras tanto, continúa la ola de violencia que se ha desatado en Israel y Palestina en las últimas semanas. Aunque en cierta medida no ha afectado Jerusalén, ya ha dejado al menos 14 muertos. El último es un palestino de 34 años llamado Muhammed Hassan Muhammed Assaf, que murió hace pocas horas debido a un proyectir que explotó durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes en Naplusa, en el norte de Cisjordania. El ataque fue provocado por las redadas militares que terminaron con la detención de los presuntos vándalos de la tumba de José, atacada en los últimos días en dos ocasiones distintas. 

A continuación, ofrecemos el texto completo de la carta del Patriarca Pizzaballa:

A los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y a todos los fieles de la diócesis del Patriarcado latino de Jerusalén

Queridos hermanos,

La Pascua vuelve a traernos este año, una vez más, un anuncio de amor, de paz y de vida. Los signos de la resurrección vuelven a comunicarnos esta buena noticia hasta el día de hoy: la piedra del sepulcro de Jesús ha sido abierta y ya no hay nadie dentro, está vacío; los lienzos ya no envuelven el cuerpo de Cristo. El ángel, las mujeres y los discípulos, a través de los pasajes del Evangelio que proclamaremos en estos días benditos, hoy nos siguen anunciando esta noticia: que no estamos solos, que Jesús está vivo y que en Él hemos sido salvados. En estos días de intensas celebraciones litúrgicas, todo habla de fiesta y de alegría, de un Dios que ha cambiado el destino del mundo, que ha traído una nueva luz de esperanza para la humanidad.

Pero al mismo tiempo también debo reconocer que a menudo nos cuesta relacionar lo que celebramos con lo que vivimos. Que no siempre somos capaces de hacer una síntesis entre la vida y la fe. Por otra parte, podríamos añadir, en este mundo desgarrado y violento de hoy, ¿cómo se puede hablar de esperanza pascual? ¿Dónde y cómo se pueden ver los signos de la resurrección cuando vemos en todo el mundo las consecuencias de los conflictos y las injusticias?

Pienso en este momento en la violencia que todavía hiere a nuestra Tierra Santa. El conflicto político absorbe muchas de nuestras energías y se pone de manifiesto en las reiteradas tensiones violentas que parecen reavivarse en estos días. Pero también encuentra expresión en el esfuerzo continuo de nuestras comunidades para construir una vida normal, que aquí siempre es desgastante y agotadora: trasladarse, trabajar, reunirse, celebrar, son tareas que nunca se pueden dar por descontado y nunca son inmediatas. Situaciones que generan desconfianza y corren el riesgo de apagar la esperanza que anunciamos precisamente en Pascua. Las consecuencias de todo esto a menudo se ponen de manifisto en nuestra manera de hablar y encuentran espacio en muchos corazones: resentimiento, prejuicios, incomprensiones, sospechas, miedos, cansancio son palabras que casi nunca faltan en nuestro vocabulario.

Pienso también en lo que está pasando en Europa, en Ucrania, un país atacado por otro país hermano, creando tragedias humanas de enorme magnitud… Podría seguir enumerando situaciones en las que hablar de amor, paz y vida parece solo un eslogan. .

Entonces, ¿realmente hoy se pueden ver todavía en esta vida nuestra los signos de la resurrección de Cristo, escuchar los testimonios, encontrar al Resucitado? ¿Todavía se puede creer en este anuncio?

¡Sí, se puede! Lo creemos, y lo reafirmamos. La Pascua no es solo una palabra, no es un eslogan, sino que es una realidad que hoy todavía podemos tocar, hacer experiencia de ella. Debemos creerlo, nosotros también queremos decir: «¡Yo creo, Señor; ayuda a mi poca fe!" (Mc 9,24).

Porque no es verdad que en el mundo solo hay oscuridad y violencia y que solo experimentamos muerte y dolor. También hay mucho amor en el mundo, hay muchas personas que dan la vida por los demás, que luchan por la justicia, que trabajan por la paz. Vivir la Pascua significa reconocer y celebrar a Cristo que, a través de testigos valientes, en Tierra Santa y en todo el mundo, nos muestra la fuerza del amor que verdaderamente hoy todavía puede mover piedras y llevar luz a la vida de muchas personas en todo el mundo y también en nuestra Tierra Santa.

“Despòjémonos, pues, de las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz” (Romanos 13:12). Sí, a eso nos llama la Pascua también este año: a convertirnos en testigos que, con sus obras, su oración, con la entrega de su vida, siguen llevando al mundo la luz que surgió del Sepulcro de Cristo.

¡Felices Pascuas!

 

* Patriarca latino de Jerusalén