El mensaje urbi et orbi de Francisco "en esta Pascua de guerra". El llamamiento por la martirizada Ucrania: "Dejen de hacer alardes de fuerza mientras la gente sufre". La mirada a otras heridas del mundo desde Jerusalén hasta el olvidado Yemen. Reconciliación para Myanmar, torturado por el odio y la violencia, y para Afganistán, en crisis humanitaria.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - “Jesús es el único que hoy tiene derecho a anunciarnos la paz. Sólo Él, porque lleva nuestras heridas”. En una Pascua profundamente marcada por la guerra en Ucrania, tras el silencio del Vía Crucis del Viernes Santo el Papa Francisco centró directamente en el testimonio del Resucitado su mensaje urbi et orbi, pronunciado como es tradicional desde el balcón de las bendiciones de la Basílica del Vaticano. El Pontífice ya había celebrado la Misa frente a la Plaza de San Pedro, que después de dos años de pandemia volvió a colmarse de fieles hasta la mitad de la Via della Conciliazione. Anoche la Vigilia pascual fue presidida por el decano del sacro colegio, cardenal Giovanni Battesta Re y el Papa solo asistió a la misma y leyó la homilía. Esta mañana, en cambio, encabezó la celebración y recorrió toda la plaza en el papamóvil para saludar durante largo rato a los fieles.
Pero el clima de fiesta no puede ignorar las noticias de muerte y destrucción que siguen llegando desde Ucrania. El mismo Papa se preguntó abiertamente al comienzo de su mensaje al mundo: ¿podemos creer verdaderamente que Jesús ha resucitado "que verdaderamente venció a la muerte"? ¿Acaso es una ilusión? ¿Un producto de nuestra imaginación?”. Francisco recordó las "miradas incrédulas de los discípulos" cuando vieron a Jesús, el Crucificado que había resucitado: "se hace presente en medio de los que lo están llorando, encerrados en sus casas, llenos de miedo y angustia" para decir "La paz esté con ustedes". “Nuestros ojos -observó- también son incrédulos en esta Pascua de guerra. Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia. Nuestros corazones también se han llenado de miedo y angustia, mientras muchos hermanas y hermanos nuestros han tenido que encerrarse para defenderse de las bombas. Nos cuesta creer que Jesús realmente haya resucitado, que realmente haya vencido a la muerte”.
"No, no es una ilusión". Para anunciar esta Pascua el Papa eligió las palabras tan queridas por el Oriente cristiano: "¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”. “Hoy más que nunca lo necesitamos a Él, al final de una Cuaresma que parece no querer terminar”. Recordó los dos años de la pandemia con sus profundas marcas: "Era el momento de salir juntos del túnel -comentó con amargura- de la mano, aunando fuerzas y recursos... Y en cambio estamos demostrando que todavía vive en nosotros el espíritu de Caín, que no mira a Abel como a un hermano sino como a un rival, y piensa cómo eliminarlo”. Por eso "necesitamos el Crucificado Resucitado para creer en la victoria del amor, para tener la esperanza de la reconciliación".
Jesús nos anuncia la paz - siguió diciendo Francisco - llevando “nuestras llagas. Esas llagas son doblemente nuestras: son nuestras porque las hemos causado nosotros, con nuestros pecados, con nuestra dureza de corazón, con el odio fratricida; y son nuestras porque Él las lleva por nosotros, no las ha borrado de su Cuerpo glorioso, ha querido conservarlas, llevarlas en sí mismo para siempre. Son el signo de la batalla que él libró y ganó por nosotros con las armas del amor, para que nosotros pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz”.
Entonces depende de nosotros dejar que esta paz entre en "nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestros países". “Que haya paz en la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de una guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada. Que se elija la paz. Que dejen de hacer alardes de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a clamar por la paz, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el clamor de la gente por la paz”. Citó, repitiéndola dos veces, la pregunta que escribieron Albert Einstein y Bertrand Russell en su manifiesto de 1955 contra la guerra nuclear: "¿Haremos desaparecer la raza humana o la humanidad sabrá renunciar a la guerra?".
“Llevo en mi corazón a las numerosas víctimas ucranianas, a los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas. Tengo ante mis ojos la mirada de los niños que se quedaron huérfanos y huyen de la guerra. Mirándolos, no podemos dejar de percibir su grito de dolor, junto con el de muchos otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer”.
Felicitó a las muchas familias y comunidades que están acogiendo a los refugiados de Ucrania y expresó su esperanza de que "estos numerosos actos de caridad sean una bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos". Porque el conflicto en el corazón de Europa no es el único conflicto que está ensangrentado el mundo. Francisco volvió a invocar la paz para Jerusalén y los que la aman, "cristianos, judíos y musulmanes", y expresó su esperanza de que: " los israelíes, los palestinos y todos los habitantes de la Ciudad Santa, junto con los peregrinos, puedan experimentar la belleza de la paz, vivir en fraternidad y acceder con libertad a los Santos Lugares, respetando mutuamente los derechos de cada uno”. También recordó cuánta sed de paz y de reconciliación tienen los pueblos del Líbano, Siria, Irak y todas las comunidades cristianas que viven en Oriente Medio. Y la invocó para Libia y para Yemen “que sufre por un conflicto olvidado por todos con contínuas víctimas. Pueda la tregua firmada en los últimos días devolverle la esperanza a la población”.
Al Señor Resucitado - prosiguió mirando aún más hacia el Este- "le pedimos el don de la reconciliación para Myanmar, donde perdura un dramático escenario de odio y de violencia, y para Afganistán, donde no se consiguen calmar las peligrosas tensiones sociales y una dramática crisis humanitaria atormenta a la población”. Recordó también a África, para "que acabe la explotación de la que es víctima y la hemorragia causada por los ataques terroristas ―especialmente en la zona del Sahel", la crisis en Etiopía y la violencia en la República Democrática del Congo. Tampoco olvidó América Latina, donde la pandemia ha empeorado las condiciones sociales, “agravadas por la criminalidad, la corrupción y el narcotráfico”, así como el camino de la reconciliación de la Iglesia Católica con los pueblos indígenas canadienses.
“Ante los signos persistentes de la guerra, como en las muchas y dolorosas derrotas de la vida”, concluyó Francisco, el Resucitado “nos exhorta a no rendirnos frente al mal y la violencia. Hermanos y hermanas, ¡dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”.