El cardenal Zenari cuenta que en Siria se vive lo que Juan Pablo II llamaba "la imaginación de la caridad". La Iglesia y los cristianos multiplican las iniciativas de solidaridad, pero la emigración pesa mucho y corre el riesgo de vaciar la comunidad. Compartir el dolor y el sufrimiento de una nación herida; los niños son las principales víctimas del conflicto.
Milán (AsiaNews) - Siria vive lo que Juan Pablo II llamaba “la imaginación de la caridad”, que anima a promover “proyectos e iniciativas, desde los alimentos hasta el agua, pasando por la ayuda en el campo médico” con recursos cada vez más escasos y una realidad cada vez más dramática. El nuncio apostólico en Damasco, card. Mario Zenari, un veterano diplomático del Vaticano que nunca abandonó el país, ni siquiera en los momentos más oscuros del conflicto, describe a AsiaNews la situación actual en Siria. Lo entrevistamos hace pocos días en Italia, cuando fue recibido en audiencia privada por el Papa Francisco, con quien compartió una realidad cada vez más difícil para una nación que ha desaparecido hace tiempo del radar de la comunidad internacional.
No obstante, la Iglesia y los cristianos continúan -y si es posible multiplican- sus iniciativas, como ocurre con el proyecto Hospitales abiertos "que en menos de cinco años han atendido gratuitamente a más de 80 mil pacientes de todas las etnias, religiones y estratos sociales". Y en un contexto de recursos cada vez más limitados, el cardenal explica que el objetivo es “abrir otros dos dispensarios católicos, para llegar a la cuota de 100 mil enfermos pobres atendidos en nuestros centros”. Porque la caridad, afirma con convicción, "cuando está abierta a todos, despierta un enorme agradecimiento, incluso en los no cristianos, y se convierte en punto de encuentro". A continuación, la entrevista al card. Zenari:
Eminencia, ¿cuál es la situación actual en Siria?
Hay un estancamiento en cuanto a una posible solución política, que es la clave para suprar las consecuencias de 12 años de guerra. La ayuda humanitaria es necesaria, pero son gotas de agua en el desierto. La solución es política, como se repite en los distintos foros internacionales y como subraya el enviado especial de la ONU, porque sin eso no hay futuro. Lamentablement, todavía está muy lejos.
¿Se pueden ver elementos de esperanza en este panorama tan sombrío?
Las Iglesias están comprometidas en la promoción de proyectos humanitarios y lo que ha sido una señal muy positiva y alentadora, fue la conferencia de todas las realidades católicas que se llevó a cabo en marzo. Fue un hermoso signo de sinodalidad y la confirmación de lo que la nunciatura venía diciendo desde hace años: la necesidad de coordinar los diversos proyectos humanitarios. El mismo cardenal Sandri [prefecto de las Iglesias Orientales], cuando visitó el país en octubre del año pasado insistió en eso. El encuentro reunió durante tres días en Damasco a las 16 eparquías, sus respectivos obispos ordinarios, representantes de distintos dicasterios vaticanos, el secretario de Roaco, Caritas internacional y otras instituciones humanitarias de la Iglesia en Siria, congregaciones religiosas masculinas y femeninas y directivos de los tres hospitales católicos… ¡un signo muy alentador! Fue el evento más significativo después de la visita de san Juan Pablo II hace 21 años, porque nos permitió encontrarnos, debatir y conocernos. Ha sido el punto de partida para coordinar y potenciar las ayudas que se reciben.
Hoy se habla de la "bomba de la pobreza" que produce más víctimas que la guerra. ¿Sigue siendo dramática la situación humanitaria?
El panorama ha empeorado, tal como informó Naciones Unidas, según la cual el sufrimiento nunca ha estado en niveles tan altos ni siquiera durante los años de guerra. Además de un número no especificado de muertos, posiblemente medio millón, tenemos unos 14 millones de personas sin hogar: algo menos de siete millones de desplazados internos, con un invierno, el último, que fue durísimo y provocó el derrumbe de muchas tiendas de campaña. Y otros siete millones aproximadamente de refugiados en los países vecinos... 14 sobre 23 millones, la población total según el último censo. Una crisis espeluznante a la que se suman 13 millones de personas que necesitan ayuda humanitaria urgente. Lo que agrava este panorama ya de por sí complicado, es que hace por lo menos tres años que Siria ha quedado olvidada y superada por otras emergencias: la crisis económica y financiera libanesa, la pandemia de Covid-19 y por último Ucrania.
¿La población siria percibe esta especie de abandono?
Lo que veo cuando salgo de la nunciatura y me encuentro con las personas, sobre todo con jóvenes, es el deseo de irse, de poder escapar, de emigrar. No ven futuro y prefieren, de una u otra forma, abandonar el país, y eso es un agravante más, porque se va la gente joven, cualificada, médicos, ingenieros, mano de obra. Es otra bomba que también tiene efecto en los cristianos, que son el eslabón más débil. Hasta la fecha, más de la mitad de la comunidad cristiana ha emigrado y a veces se pierde para siempre, porque cuando se van a Sudamérica o Europa se ven obligados a unirse a la Iglesia mayoritaria, que es la latina, y pierden su identidad oriental. Y también es una pérdida social, por la contribución que ellos hacen con su espíritu abierto y universal en el campo de la educación o la salud.
¿Cómo avanza la iniciativa “Hospitales abiertos”, una de las tantas actividades que promueve la Iglesia?
Estamos multiplicando nuestros esfuerzos en la ayuda humanitaria, pero tenemos que trabajar con mucha paciencia y tenacidad porque después de tantos años la ayuda y los recursos están disminuyendo. Baste pensar en los aportes desde Europa. Los “cinco panes y dos peces” evangélicos son cada vez menos, por lo que debemos tratar de organizarnos cada vez mejor, y ése ha sido precisamente el resultado de la conferencia de mediados de marzo, caminar juntos y optimizar los recursos destinados a proyectos humanitarios.
Cardenal Zenari, ¿puede hacer un balance de sus 13 años como nuncio?
He tratado de vivir con los cristianos, he visto mucho sufrimiento y he tratado de involucrarme en ese sufrimiento y compartirlo. Es un dolor que se extiende a toda Siria. Traté de compartir ese mar de dolor, me siento muy unido a este pueblo. Una catástrofe, una gran tragedia, eso es lo que mis ojos han visto y mi corazón ha sentido. Es algo terrible y profundo, imposible de expresar. Pero también he visto y experimentado una gran solidaridad. Sobre todo he visto el sufrimiento de muchísimos niños, que son las primeras víctimas y las principales víctimas de este conflicto.
Al mismo tiempo, no se ha perdido la esperanza, que nunca muere, de que un día u otro veremos el final de este túnel. Animados por el Papa, hemos hecho experiencia de lo que Juan Pablo II llamó la "imaginación de la caridad", la creatividad de la caridad, con distintas iniciativas y proyectos: desde los alimentos hasta el agua, pasando por la ayuda en el campo médico. Un ejemplo es el proyecto “Hospitales Abiertos”, que en menos de cinco años ha atendido gratuitamente a más de 80.000 pacientes pobres de todas las etnias y religiones. Queremos construir otros dos dispensarios católicos, para llegar a 100.000 enfermos pobres atendidos de cualquier etnia y religión. Cuando la caridad está abierta a todos, hay mucho agradecimiento por parte de los no cristianos [Siria es un país de mayoría musulmana], porque la caridad conmueve y se convierte en punto de encuentro.
¿Lo ha alentado el Papa Francisco a continuar con su obra?
El encuentro con el Papa fue hermoso, muy alentador y gratificante. Me animó a continuar y me pidió que llevara sus saludos y su cercanía a la población cristiana y a todos los sirios.
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