Papa: la fe de las abuelas lleva el Evangelio a todas las culturas

En la peregrinación al lago Santa Ana, Francisco rindió homenaje al rostro materno de la inculturación. “En Guadalupe también fue la Madre la que les habló a los indios en su lengua, sin violencias ni imposiciones”. “Necesitamos una Iglesia que no vaya contra nadie sino que salga al encuentro de todos”.

 


Edmonton (AsiaNews) - La inculturación de la fe tiene un rostro materno. Y no ha habido un solo momento en la historia de la Iglesia en que no haya hablado el idioma de las abuelas, dijo anoche el Papa Francisco en una nueva etapa de su peregrinación entre los pueblos indígenas de Canadá. Después de celebrar la Misa por la mañana en el gran estadio de Edmonton ante más de 50 mil personas, por la tarde - en la fiesta de los santos Ana y Joaquín - fue en peregrinación al lago Santa Ana, un lugar de gran importancia en la espiritualidad de los nativos de Canadá. Y también un lugar privilegiado para abordar el tema del encuentro entre el Evangelio y las culturas de los pueblos de todo el mundo.

El Papa relacionó este lago con el que Jesús cruzó muchas veces en la “Galilea de los gentiles”, “el lugar más alejado, geográfica y culturalmente, de la pureza religiosa, que se concentraba en Jerusalén donde estaba el templo”. “Entonces podemos imaginar ese lago -comentó- como una condensación de diferencias: en sus orillas se encontraban pescadores y recaudadores de impuestos, centuriones y esclavos, fariseos y pobres, allí se reunían hombres y mujeres de las más variadas procedencias y estratos sociales. Y precisamente en ese lugar Jesús predicaba el Reino de Dios: no a religiosos seleccionados, sino a personas de diferentes pueblos que acudían desde distintas partes. Como hoy, a todos y en un teatro natural como este”. “Precisamente ese lago, 'mestizaje de la diversidad', se convirtió en el lugar de un anuncio inaudito de fraternidad, de una revolución sin muertos y heridos, la revolución del amor”. Porque “la fraternidad es verdadera si une a los que están lejos”.

Y en nombre de santa Ana el Papa Francisco ha querido destacar especialmente el papel de la mujer en esa fraternidad: “En las comunidades indígenas ellas ocupan un lugar importante como fuentes benditas de la vida, no sólo física sino también espiritual. Pensando en las kokum de ustedes, yo también recuerdo a mi abuela. De ella recibí el primer anuncio de la fe y aprendí que el Evangelio se transmite así, a través de la ternura y la sabiduría de la vida”.

Las madres y las abuelas también son las que ayudan a curar las heridas del corazón. “Durante el drama de la conquista -recordó- fue la Virgen de Guadalupe la que transmitió la recta fe a los indígenas, hablando su lengua y vistiendo sus ropas, sin violencia y sin imposiciones. Y poco después, con la llegada de la imprenta, se publicaron las primeras gramáticas y catecismos en lenguas indígenas. Cuánto bien han hecho en este sentido los misioneros auténticamente evangelizadores en muchas partes del mundo para preservar las lenguas y culturas autóctonas”.

En esto consiste la "inculturación materna". Porque “también la Iglesia -dijo el pontífice- es mujer y madre. De hecho, nunca ha habido un momento en su historia en que la fe no haya sido transmitida en la lengua materna, por las madres y las abuelas. Parte de la dolorosa herencia que estamos enfrentando -añadió refiriéndose a la tragedia del maltrato infantil cometido durante la asimilación forzada en los internados- proviene de haber impedido que las abuelas indígenas transmitieran la fe en su propia lengua y cultura”.

Redescubrir ese rostro significa también reconocer que "todos nosotros, como Iglesia, tenemos necesidad de curación: curarnos de la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de elegir la defensa de la institución antes que la búsqueda de la verdad, de preferir el poder mundano al servicio evangélico. Ayudémonos unos a otros, queridos hermanos y hermanas, a dar nuestra contribución para construir con la ayuda de Dios una Iglesia madre como a Él le gusta, que sepa abrazar a cada hijo e hija, abierta a todos y que le hable a cada uno; que no vaya contra nadie, sino al encuentro de todos”.

“Con demasiada frecuencia - añadió Francesco - nos dejamos guiar por los intereses de unos pocos que están bien; hay que mirar más a las periferias y escuchar el grito de los últimos; ser capaces de escuchar el dolor de quienes, muchas veces en silencio, gritan en nuestras ciudades superpobladas y despersonalizadas: '¡No nos dejen solos!'. Es el grito de los ancianos que corren el riesgo de morir solos en su casa o abandonados en un centro, o de enfermos incómodos a los que, en vez de cariño, se les administra la muerte. Es el grito ahogado de los niños y niñas más cuestionados que escuchados, que delegan su libertad en un teléfono móvil, mientras por las mismas calles deambulan perdidos otros de su misma edad, anestesiados por alguna diversión, presas de adicciones que los hacen tristes e intolerantes, incapaces de creer en sí mismos, de amar lo que son y la belleza de la vida que tienen”.

“Queridos hermanos y hermanas indígenas -concluyó el Papa- también he venido como peregrino para decirles qué valiosos son ustedes para mí y para la Iglesia. Quiero que la Iglesia esté entrelazada con ustedes, unida tan estrechamente como los hilos de las fajas coloridas que llevan muchos de ustedes. Que el Señor nos ayude a avanzar en el proceso de curación, hacia un futuro cada vez más sano y renovado”.