El capitalismo infantil del Putinomics
de Stefano Caprio

Comienzan a sentirse los golpes de la crisis económica en Rusia, como consecuencia de las sanciones occidentales. Putin y sus secuaces han privatizado de facto todo el país y lo consideran de su propiedad. El peso de la transformación recae en la mayoría de la población, que no tiene ni voz ni voto.


Milán (AsiaNews) - Tal como habían previsto muchos economistas, en agosto comienza a sentirse en Rusia la presión de la crisis económica a causa de las sanciones occidentales. El problema es que no es la "economía de Putin" la que está entrando en crisis, sino la de los ciudadanos de a pie, o mejor dicho, la de lo poco que queda de la clase media rusa, que desde los años 90 luchaba por alcanzar un nivel de vida similar al de las sociedades occidentales.

La primera ola de liberalización y "capitalismo salvaje" tuvo lugar en los primeros cinco años de gobierno de Yeltsin, de 1992 a 1997. Posteriormente disminuyó con el derrumbe de los castillos financieros de 1998, que provocó la devaluación del rublo y el paso a la gestión "vertical" del poder político y económico, Putin fue quien llevó adelante este cambio de gestión en la década de 2000, con la expulsión de los oligarcas que no se sometían. Uno de ellos, Mikhail Khodorkovsky, pasó 10 años en un campo de detención siberiano por intentar defender los principios del liberalismo.

Los demás propietarios de las grandes empresas de energía y explotación de recursos naturales, único motor real de la economía rusa, se han alineado con el servicio "patriótico" que impone el Kremlin. Esto supone gozar de privilegios de casta, de los que el propio Putin y sus familiares son los mayores beneficiarios. El resto del comercio interior ha intentado organizarse a la sombra de la "pax oligárquica", explotando las rendijas, si bien limitadas, que posibilitan el comercio internacional y ofreciendo bienes de consumo de todo tipo para atraer a esos 30-40 millones de ciudadanos (menos de un tercio de la población) que se habían liberado de la pasividad socialista de la tradición soviética para vivir de forma más moderna e independiente.

Vladislav Inozemtsev, economista y director del Centro de Investigación sobre la Sociedad Post-Industrial de Moscú, es uno de los referentes de la débil oposición liberal al régimen de Putin. En el Moscow Times expresó su opinión de que "Putin y sus secuaces han privatizado de facto todo el país, y lo consideran a todos los efectos de su propiedad; el sistema financiero se apoya en las corporaciones estatales, el poder de la ley está limitado por las consideraciones e intereses de los dueños, y Rusia ha perdido ahora cualquier posibilidad de liberarse de su dependencia de las materias primas. Está destinada a convertirse en un satélite de China". 

Lo que está sucediendo ahora no parece en absoluto la catástrofe del“Putinomics”, sino más bien su consolidación definitiva. La ruptura de las relaciones con el mundo exterior, la división de los inversionistas entre “no amigables", enemigos y pocos aceptables, la negativa a cumplir con la mayoría de las obligaciones internacionales, la confiscación de una gran parte de las propiedades extranjeras en el país, todo esto es el triunfo del "business a nuestra manera" del que Putin siempre se ha mostrado orgulloso. A ello hay que sumar la apropiación estatal de derechos de autor y licencias, el derecho a la importación ilegal y “paralela” respecto de sanciones y mucho más, que hacen que las empresas estatales, y sobre todo la militar, sean las principales beneficiarias del viraje del régimen sancionatorio.

Estos cambios golpean de forma más catastrófica a las iniciativas comunes entre empresas rusas y extranjeras, que en Rusia se habían abierto camino con gran dificultad, con las primeras joint-ventures al final del período de Gorbachov. De alguna manera, estas compañías habían logrado transformar la cultura empresarial rusa, e incluso los hábitos de consumo. El mercado de la producción de automóviles y de ensamblaje, y en los últimos años el intercambio de bienes a través de internet y la digitalización, desde la expansión de los servicios hasta la producción de fertilizantes y metales, también fueron sustentados por una amplia esfera de la comunicación de masas, publicitaria y periodística, que hoy está completamente silenciada y controlada, o reducida a pura propaganda.

Los profesionales y ejecutivos más calificados -en el área de tecnologías de la información, freelancing, y el sector privado- se marchan de Rusia con un flujo cada vez mayor. El fenómeno despierta una ola de satisfacción en las altas esferas: lo ven como una “fuga de traidores”, según la definición de Putin. Los dirigentes del régimen garantizan: "esto no afectará el desarrollo de nuestra economía", entendida según los esquemas infantiles y paternalistas con los que se pretende gobernar -entre el espíritu del asistencialismo soviético y el dirigismo neocomunista y oligárquico de el tipo chino

Los que sufrirán la crisis económica no serán los jerarcas del régimen y la clase de magnates a él vinculados, pero quizás éstos atraviesen una fase de reorganización y nuevo reparto del pastel. Y ello queda de alguna manera demostrado por la desaparición cada vez más repentina y frecuente de algunos peces gordos, en circunstancias extrañas: suicidios, accidentes o envenenamientos. El peso de las transformaciones recae sobre la mayoría de la población, ahora privada de voz, luego de la represión sistemática de toda forma de oposición en los últimos dos años. Y ahora es evidente que dicha represión no estaba dictada por la necesidad de consolidar el sistema para siempre. El objetivo era prepararlo para el aislamiento definitivo, tras la guerra metafísica con el mundo entero.

Putin no será expulsado del Kremlin como consecuencia de las sanciones económicas y tampoco de derrotas militares o revoluciones populares, bastante improbables hoy en día. La historia avanza hacia una nueva fase, y será necesario imaginar un mundo nuevo, en Oriente y Occidente, que sea capaz de volver a empezar después de las guerras y el levantamiento de nuevas barreras. No se ven profetas capaces de describir este mundo del futuro, después del Apocalipsis ucraniano. En todo caso, hasta ahora solo retumban los anuncios de desventura y desgracias. Como la visión distópica del "Día del Opričnik", una novela de Vladimir Sorokin publicada en 2006, que ya entonces imaginaba a Rusia nuevamente sellada herméticamente a las influencias externas, como, efectivamente está sucediendo ahora.