Putin, el emperador de Occidente
de Stefano Caprio

El "zar" ruso habla de guerra "defensiva" y salvífica para construir un mundo nuevo liderado por Rusia. Moscú se considera el "verdadero Occidente", el de las tradiciones. Para sobrevivir, el presidente ruso espera que se produzcan cambios políticos favorables en Europa y Estados Unidos.


Milán (AsiaNews) - Sin duda no hacía falta escuchar el largo y rencoroso alegato de Vladimir Putin en el club Valdaj de Moscú, el 27 de octubre, para comprender que el objetivo de la guerra de Rusia no es la reconquista de Ucrania sino la derrota de 'Occidente' y el mundo entero. El "zar del búnker" ha prometido que dedicará a esa meta toda la próxima década, que en su opinión será "la más peligrosa de la historia del mundo". Quizás también para desmentir los constantes rumores sobre su próxima desaparición, reflejándose en el regreso de su viejo amigo Berlusconi que ha vuelto a la primera línea de la política italiana. El brindis con vodka que le dedicó en su cumpleaños es una clara señal de buenos deseos para él mismo, para mantenerse en el poder por lo menos hasta la edad del recientemente reelegido senador".

El tema de la conferencia de Putin no podía ser más explícito. Habló sobre "El Mundo después de la hegemonía: justicia y seguridad para todos”. El objetivo de la guerra "defensiva" y salvífica es la construcción de un mundo nuevo dirigido por Rusia, un nuevo Occidente iluminado por Oriente. La relación de Putin con los occidentales está marcada por una verdadera obsesión, precisamente lo que él llama "Occidente del mundo unipolar", que quiere "hacer desaparecer la cultura rusa" e incluso sus logros deportivos. El portavoz Dmitry Peskov anunció el discurso del líder como "un texto que marcará una época, que será analizado durante muchos días", aunque nada de lo proclamado difiere de la machacante retórica cotidiana que se viene repitiendo desde el 24 de febrero y en realidad desde mucho tiempo antes. Son temas que Putin reitera al menos desde el “discurso de Munich” de 2007 y básicamente remiten al sueño de la “Tercera Roma” de hace cinco siglos.

Si Moscú es la única y verdadera Roma, entonces Rusia es el verdadero Occidente y el Zar del Kremlin es su emperador, flanqueado por un patriarca que en realidad quiere ser el Papa. “A nadie se le ocurrió nunca, ni siquiera durante la Guerra Fría, negar la cultura y los éxitos de sus adversarios”, tronó Putin, refiriéndose sobre todo a la negativa de las federaciones deportivas mundiales a permitir la participación de equipos y campeones rusos, mucho más simbólicos que Tchaikovsky y Dostoievski, aunque fueron citados como ejemplos de la “cancel culture”. Es la herejía de los anglosajones, que no reconocen la fe verdadera y los auténticos valores e imponen la degradación sodomita, arrogándose el derecho de admitir o excluir a los que no se adecuan. “Algunas imprentas ucranianas se niegan a imprimir los libros de autores rusos en idioma ruso”, dijo, recordando con ello “la quema de libros que hicieron los nazis, en lo que pretende ser una sociedad liberal”.

El "falso liberalismo" es una de las definiciones de herejía, no en vano condenada por el patriarca Kirill incluso antes de que Putin llegara al poder. En efecto, en 1997, cuando era metropolitano, inspiró una nueva ley de libertad religiosa que limitaba la actividad de las confesiones no ortodoxas y prohibía completamente las "sectas extremistas", es decir, todas las religiones que no pudieran demostrar que habían estado presentes en Rusia durante al menos 15 años (después de 70 años de ateísmo estatal). La "defensa de las tradiciones" es el arma atómico-espiritual de Rusia contra el mundo que se encuentra en manos de Satanás, "en el que todo punto de vista se considera mentira y propaganda", para afirmar el dominio del relativismo total, mientras que "los valores tradicionales no se pueden imponer, solo se pueden respetar”. El ejemplo supremo de esta degeneración, según Putin, es el movimiento MeToo, una “forma contemporánea de ostracismo contra importantes figuras públicas”, inventando contra ellas absurdas acusaciones de violencia y acoso para eliminar a los que no resultan cómodos para el poder.

La lista de las herejías occidentales es larga, y Putin comenzó por la "ecológica", que hoy providencialmente ha quedado en segundo plano por la guerra mundial desatada por Rusia: "La reducción de la multiformidad de la naturaleza es la premisa para la reducción de la diversidad en la geopolítica y la cultura mundial", afirmó, pero sin entrar en detalles de ningún problema concreto de ecología, cambios climáticos y protección del medio ambiente. Por supuesto no podía faltar el resentimiento por “el colapso de la URSS que destruyó el equilibrio mundial de fuerzas políticas y permitió a los estados occidentales proclamar el orden mundial unipolar”. Afortunadamente, “todo esto ya pertenece al pasado, estamos en una encrucijada de la historia: se abre ante nosotros la década más importante e imprevisible desde que terminó la Segunda Guerra Mundial”.

En realidad, la década se presenta mucho más corta, ya que Rusia quiere seguir siendo "amiga de los países occidentales", a los que no considera sus enemigos. Putin mira sobre todo a 2024, cuando su enésima renovación de mandato (quinta o sexta, calculando los cuatro años de gobierno) coincidirá con la elección del nuevo presidente de Estados Unidos, que sustituirá al actual "siervo de Satanás" Joe Biden. Y la perspectiva del regreso de Trump, o en todo caso de un presidente estadounidense aislacionista, comienza dentro de pocos días con las elecciones de medio término en el Capitolio de Washington, en las que los rusos esperan poder contar con nuevas mayorías, más reacias a financiar la guerra defensiva de Ucrania. EE.UU. no es el único país con el que quiere "renovar la amistad": podría confirmarse el soberanismo brasileño de Bolsonaro, y de todos modos el Kremlin se alegra por el triunfo soberanista en Italia, más allá de las declaraciones de apoyo a los ucranianos, acompañadas por otra parte de no pocos guiños a los rusos.

Putin trata de conquistar a esa parte de la opinión pública occidental -y en particular europea- que todavía siente una gran simpatía por Rusia hablando del "continuo aumento de la presión y la creación de focos de tensión en nuestras fronteras", como las recientes noticias del despliegue de 150 armas nucleares tácticas de la OTAN en los países que forman el "cerco". El objetivo es "hacer que Rusia sea cada vez más vulnerable y transformarla en un dócil instrumento de sus propias ambiciones geopolíticas". La Alianza Atlántica es en cierto sentido el mejor aliado de Putin: la incorporación de Suecia y Finlandia y la ayuda a Ucrania son la mejor demostración de la "invasión de Occidente" que obliga a Moscú a mantener alerta su fuerza defensiva, movilizando a toda la población y teniendo preparadas sus propias armas atómicas, "que no tenemos intención de utilizar".

La "guerra civil en Ucrania", como la definió Putin, porque "rusos y ucranianos son un solo pueblo", es también una guerra europea en sentido propio, más allá de las definiciones rimbombantes sobre el Occidente global. En ella se repiten en dimensiones cada vez más intensas las crisis europeas de la última década y más allá, donde el sistema globalista ha producido una serie de contradicciones, como hace notar en Radio Svoboda el politólogo búlgaro Ivan Krastev, presidente del Centro de Estrategias Liberales de Sofía: “La crisis financiera de 2009-10, que tensionó todo el sistema económico de la Unión Europea, y hoy se vuelve a plantear con la cuestión energética; la crisis migratoria, que en 2015 era en parte consecuencia de la guerra en Siria y ahora continúa con el éxodo de ucranianos, más del doble que los sirios; y la sensación del fin inminente que difundió la pandemia de los últimos años y hoy se renueva con la amenaza nuclear”. Putin sabe que los europeos solo quieren salir de la pesadilla y no se dan cuenta de que están completamente involucrados en la guerra. Los acontecimientos políticos y sociales de los próximos meses, si no de los próximos años, deberían llevar a Europa a una progresiva separación de EE.UU. y de la misma Ucrania, más allá del apoyo formal, para reiniciar una verdadera relación con Rusia.

Washington mira la guerra desde una perspectiva mundial, Europa se mira a sí misma con terror y Rusia es muy consciente de que no tiene salidas en Asia, donde el imperio está cada vez más firmemente en manos del emperador de Beijing. No es casualidad que tras la confirmación en el poder, con la liquidación de los no alineados, Xi Jinping se haya preocupado de tranquilizar a Estados Unidos sobre su deseo común de paz universal, sin negar el posible uso de la fuerza para recuperar Taiwán. Los rumores en el Kremlin dicen que el líder chino, en cambio, ha postergado nuevas conversaciones con Putin, ansioso por tener garantías y protecciones, mientras aseguró con benevolencia al ministro de Relaciones Exteriores, Lavrov, que la "grandeza de Rusia" contará con el apoyo de los chinos.

Entre las dos verdaderas superpotencias de Oriente y Occidente, Rusia apuesta a las divisiones y debilidades de Europa, el verdadero territorio político y geográfico que le interesa. Toda la historia cultural, económica y religiosa de la "tercera Roma" está indisolublemente ligada a Europa, y los tan cacareados "valores tradicionales" ciertamente no son ceremonias confucianas o las prácticas ascéticas hindúes, aunque Rusia haya asimilado algunas inspiraciones de Asia. La Iglesia Ortodoxa es una Iglesia europea, ligada a los orígenes apostólicos de Roma y Constantinopla. Y desde la Europa cristiana, laica y multiforme, debe llegar la respuesta que Putin espera, quizás con la mano tendida del Papa argentino de la primera Roma, para salvar a los ucranianos de la tragedia sin humillar a los rusos, en una nueva Europa de paz.