Los precios suben, pero para el Sudeste Asiático la guerra de Ucrania aún es lejana

A excepción de Singapur, la única nación de la región que impuso sanciones a Rusia, la mayoría de los países asiáticos no quieren tomar partido. Las mayores preocupaciones están relacionadas con el aumento del costo de las materias primas. Varios Estados mantienen relaciones con Moscú, en parte debido a la influencia de las campañas de propaganda amplificadas por Beijing.


Milán (AsiaNews) - En el sudeste asiático, hace un año, cuando se anunció la "operación militar especial" de Rusia, se creía que la invasión de Ucrania se convertiría en una guerra relámpago similar a la ocupación de Crimea en 2014. En cambio, las consecuencias del conflicto siguen haciéndose sentir: los habitantes de la región se quejan del aumento del precio de los alimentos y de los productos de primera necesidad, pero al mismo tiempo perciben el conflicto como un acontecimiento lejano que concierne a Estados Unidos, Rusia y la OTAN y con el que las naciones de la zona no tienen nada que ver.

Esta es la ambivalente opinión que expresaron los ciudadanos en diversas encuestas y los expertos y diplomáticos consultados por el South China Morning Post. Aunque la opinión generalizada es que Moscú violó el derecho internacional con su ofensiva, el apoyo a Ucrania es menos claro que en los países europeos, precisamente por la percepción de lejanía del conflicto, y esta opinión prácticamente no ha cambiado desde el 24 de febrero de 2022, cuando comenzaron los combates.

En Malasia, el 54% de los encuestados en un sondeo de Ipsos cree que "los problemas de Ucrania no son asunto nuestro y no debemos interferir". El 60% de los encuestados en Tailandia, el 44% en Singapur y el 48% en Indonesia están de acuerdo con estas afirmaciones. El apoyo a las sanciones es muy fuerte en Suecia, Polonia y Reino Unido (algunos de los países occidentales incluidos en la encuesta), pero no supera el umbral del 50% en Singapur (el único país de la región que impuso sanciones a Rusia), Indonesia, Tailandia y Malasia. La preocupación de los ciudadanos asiáticos por el conflicto también varía considerablemente: según una encuesta del Instituto ISEAS-Yusof Ishak, en Laos sólo el 14% de los encuestados se declaró muy preocupado por la guerra, frente al 71,7% en Filipinas y el 61,2% en Indonesia.

En el transcurso de un año, la región fue testigo de todo el espectro de reacciones políticas al conflicto, sobre todo debido a las diferentes relaciones que los países del sudeste asiático mantienen con Moscú. Singapur condenó la ofensiva, Camboya se mostró "muy crítica", mientras que el régimen militar de Birmania aprobó las acciones de Vladimir Putin. Tailandia y Malasia adoptaron una postura neutral, mientras que Indonesia, Vietnam y Laos no quieren perjudicar sus relaciones con Rusia, que muchas veces son históricas y vinculadas al suministro de armas, como señaló Ian Storey, del Instituto ISEAS-Yusof Ishak. Según datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, entre 1995 y 2021 Rusia vendió armas por un valor de 7.400 millones de dólares a Vietnam y de 1.700 millones de dólares a Birmania entre 2001 y 2021. Mientras Hanoi intenta diversificar su suministro, la junta golpista birmana, por el contrario, ha aumentado su cooperación con Moscú, comprando aviones de combate y helicópteros militares para sofocar las fuerzas de resistencia.

"Como ocurre con las relaciones entre Estados Unidos y China, la mayoría de los países del sudeste asiático quieren mantener buenas relaciones tanto con Estados Unidos como con Rusia, evitando verse involucrados en rivalidades y manteniendo su autonomía estratégica", afirmó Storey. El presidente filipino Ferdinand Marcos Jr., por ejemplo, dijo al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky que Manila apoya los esfuerzos de Ucrania para encontrar una solución pacífica a la guerra, pero se abstuvo de enviar ayuda militar para evitar tomar partido entre Estados Unidos (aliado de Ucrania) y China (percibida como aliada de Rusia).

El presidente de Indonesia, Joko Widodo, ha intentado desempeñar un papel protagonista en la mediación del conflicto, pero sin condenar explícitamente la agresión rusa. Según Zachary Abuza, profesor de seguridad estratégica del National War College de Washington, el objetivo del presidente Jokowi es asegurarse un suministro constante de grano y la compra de petróleo a buen precio. El encarecimiento de las materias primas, en un contexto en el que la inflación sigue siendo elevada, tiene cierta importancia en los países donde está previsto que se celebren elecciones este año, sobre todo en Tailandia y Camboya, señaló además Abuza, mientras que en Birmania la junta golpista ha anunciado una votación en agosto, pero aún no está claro cómo se llevará a cabo.

El Banco Mundial predice que el conflicto provocará un aumento del 50% en los precios de la energía en todo el mundo, mientras que el coste de los alimentos subirá un 20% en 2023.

Por el momento, es difícil predecir si cambiará la postura del sudeste asiático respecto a la guerra de Ucrania y cómo lo hará. La opinión pública sigue viéndose influida por la propaganda filorusa, a menudo promovida por los medios de comunicación chinos, según la cual Ucrania alberga infiltraciones neonazis y laboratorios biológicos financiados por Estados Unidos. Pero algunas teorías conspirativas son autóctonas, comentó además Storey, especialmente en países de mayoría musulmana como Indonesia y Malasia, donde parte de la población critica la hipocresía de Estados Unidos (que invadió Irak y Afganistán a principios de la década de 2000). Según Storey, estas naciones "ven al régimen de Putin como proislámico y a Estados Unidos como hostil" y tienden a creer la propaganda rusa gracias a la mayor familiaridad que tiene la región con Moscú y no con Kiev.