India y Japón, 'diferentes pero cercanos'. La historia del p. Sudhakar Nukapogu
de Alessandra De Poli

El 19 de marzo, el primer ministro japonés Kishida estará en Delhi para continuar el camino que inició su predecesor Shinzo Abe. Sin embargo, los dos gigantes asiáticos tienen culturas casi opuestas en algunos aspectos. El misionero del PIME, originario de Andhra Pradesh, pero que vive en Japón desde 2015, explica cómo ha tenido que adaptarse a un pueblo estricto con la comunidad, pero flexible en el plano religioso.


Milán (AsiaNews) - Del 19 al 23 de marzo, el primer ministro japonés Fumio Kishida estará en la India para profundizar la cooperación económica, política, militar y cultural que se inició entre los dos países a principios de la década de 2000 con Shinzo Abe, su predecesor, y Manmohan Singh, ex primer ministro indio. Abe es una figura muy apreciada y conocida en la India: un día después de su asesinato en julio del año pasado, el actual primer ministro indio, Narendra Modi, declaró luto nacional.

A pesar de estar en el mismo continente, India y Japón no podrían ser más diferentes. Lo sabe bien el padre Sudhakar Nukapogu que, nacido en el sureño estado indio de Andhra Pradesh, vive en el archipiélago nipón desde 2015 después de pasar un periodo de estudios en un seminario de Italia. "La cultura, la comida y la gente son diferentes", comentó el misionero. "Los japoneses son muy reservados, esquemáticos, estrictos. Tienen un gran respeto por la comunidad", dijo el sacerdote radicado en Hadano, en la diócesis de Yokohama. "Nada más llegar, en mi primera clase de japonés, el profesor nos pidió que lleváramos mascarilla si estábamos resfriados, por respeto a los demás. Después de la pandemia parece una petición casi obvia, pero en 2015 no lo era en absoluto, sobre todo para nosotros, los extranjeros".

Una atención al otro que pasa por los pequeños gestos de la vida cotidiana: "Una de las mujeres que nos ayuda en la parroquia viene a la iglesia en bicicleta", continuó el misionero indio. "Hace unos días, cuando terminó de trabajar, encontró en el asiento una nota y un billete que equivalía a algo más de 10 euros: se los había dejado un desconocido al que se le había caído accidentalmente la bicicleta y no sabía si la había dañado o no".

Sin embargo, incluso después de todos estos años, el p. Sudhakar a veces sigue sorprendiéndose  del rigor de sus feligreses: "El año pasado organizamos una excursión en autobús que salía a las 9 de la mañana. Todos los participantes estaban presentes ya a las 8.30, pero adelantar la salida era inconcebible: el autobús no salió hasta las 9 en punto".

Episodios que hacen sonreír, pero que también obligan a los misioneros a adoptar un nuevo enfoque respecto a la población. "Durante la pandemia", continuó, "habíamos organizado un banquete para distribuir paquetes de alimentos en la parroquia. No vino nadie, aunque sabíamos que había mucha gente necesitada. Así que les pedí a los demás sacerdotes que dejaran la comida en la iglesia, e invitamos a los que la necesitaban a venir a buscarla con las luces apagadas, a altas horas de la noche, después del trabajo. Con el paso de los días, vimos que así funcionaba la ayuda. Cada uno tomaba sólo lo que necesitaba, con sinceridad. Esto se debe a que para los japoneses el sentido de la vergüenza es tan fuerte como el sentido del deber.

Por las mismas razones, también es fácil sufrir la soledad en Japón. "El sentido de la amistad que se vive en la India, donde se charla y se sale a tomar el té, no se experimenta con la gente de aquí", comentó el p. Sudhakar. "A veces es difícil hablar de una amistad profunda incluso después de 10 años. Los japoneses trabajan muy bien en grupo, pero al mismo tiempo son cerrados en sus relaciones, son callados y nuestro trabajo tiene que adaptarse. Es importante estar con ellos, usar pocas palabras y mostrar la belleza de la relación con Cristo con el testimonio personal".

El padre Sudhakar, de 38 años, lo experimentó en carne propia: "Cuando ven que un sacerdote joven está aquí para ellos, comprenden el significado de mi presencia y me siguen".

Sólo el 2% de la población del archipiélago nipón procede de otros países y se sabe que los japoneses son cerrados con los extranjeros. Sin embargo, "no hay un racismo abierto hacia ellos", explicó el misionero indio, "si acaso, hay una actitud aún más cerrada hacia los que vienen de fuera".

Por eso, el sacerdote, cuya lengua materna es el telugu, pero que también habla un poco de hindi y tamil, tuvo que aprender español: "Un grupo de sudamericanos, sobre todo de Ecuador y Perú, me pidieron celebrar la misa en su idioma. Viven en Japón desde hace al menos 20 años y realizan trabajos humildes en el sector de la limpieza o la agricultura, pero no hablan japonés. Pero ahora al menos pueden rezar en español".

Según un famoso dicho japonés, uno nace sintoísta, se casa cristiano y muere budista. Algo inconcebible en el subcontinente indio: "La India es un gran país donde conviven personas de diferentes lenguas y credos. La relación con la religión es muy personal y una conversión es para siempre. Los cristianos indios son una minoría, como en Japón, pero aquí la cultura sintoísta también se refleja en la experiencia vital de los cristianos. Para ellos, Dios es la naturaleza, con la que es importante vivir en armonía". Incluso los que se convierten al cristianismo, muchas veces a edad avanzada (el padre Sudhakar contó que bautizó a una señora de 94 años) siguen yendo al templo. Porque antes que nada son japoneses", comentó el sacerdote.

Hay otro dicho en japonés, muy querido para el misionero indio, que procede de la tradición budista: "Es el 'wabi sabi', un concepto que nos exhorta a encontrar lo bueno incluso en la imperfección. Significa que incluso en la diversidad entre culturas puede haber alegría. Para mí fue un punto de partida nada más llegar a Japón, y lo sigue siendo hoy".

 

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