El Papa desde Ulan Bator: 'Miremos al Cielo para que barra las nubes de la guerra'

En la capital de Mongolia, su discurso a las autoridades ensalzando la opción de rechazar las armas nucleares. En una ciudad sacudida por las protestas por el escándalo del carbón, un enérgico llamado contra la corrupción "que empobrece a países enteros". En el encuentro en la catedral con la pequeña Iglesia local, la invitación a la sencillez: "Los números y los éxitos no son el camino de Dios". La estatua de la Inmaculada Concepción encontrada en un vertedero bendecida por el pontífice.


Ulan Bator (AsiaNews) - "Las nubes pasan, el cielo permanece". El Papa Francisco eligió un dicho local de Ulan Bator para relanzar su mensaje de paz desde el corazón de Asia, en los primeros discursos oficiales de su viaje a Mongolia. "Que las oscuras nubes de la guerra -comentó el pontífice- sean barridas por la firme voluntad de una fraternidad universal en la que las tensiones se resuelvan sobre la base del encuentro y el diálogo, y los derechos fundamentales estén garantizados para todos. Imploremos este don de lo alto y trabajemos juntos para construir un futuro de paz".

Este llamado fue el núcleo del amplio discurso pronunciado esta mañana en la reunión con las autoridades y el cuerpo diplomático en el Palacio de Estado de la capital mongola. Con el Presidente Ukhnaagiin Khürelsükh a su lado, el Papa Francisco llegó allí tras ser recibido oficialmente en la céntrica plaza de Sükhbaatar, a la sombra del gran monumento a Gengis Kan. Precisamente a la tradición del imperio mongol del pasado hizo referencia el pontífice, recordando la llamada "pax mongolica", es decir, "la capacidad poco común de reconocer la excelencia de los pueblos que componían el inmenso territorio imperial y de ponerla al servicio del desarrollo común". Pero también mirando al presente, ensalzó "la determinación de Mongolia de detener la proliferación nuclear y presentarse ante el mundo como un país sin armas nucleares".

Ensalzó el mensaje que "con su mirada al cielo" y sus tradiciones transmite al mundo el país del silencio y la estepa. Empezando por el ger -la tienda circular de los pastores mongoles-, motivo recurrente de este viaje. El Papa Francisco lo señala como un espacio vital ante litteram "inteligente y verde", icono de la sabiduría mongola sobre la custodia de la creación "sedimentada en generaciones de prudentes criadores y cultivadores, siempre atentos a no romper el delicado equilibrio del ecosistema, tiene mucho que enseñar a quienes hoy no quieren encerrarse en la búsqueda de un miope interés particular, sino que desean legar a la posteridad una tierra todavía acogedora y fértil".

Pero todo ger tiene también en lo alto una ventana redonda "que deja entrar la luz y permite admirar el mismo cielo". Y es aquí donde Francisco toma la palabra para hablar de la religiosidad del pueblo mongol: "En la contemplación de horizontes infinitos, escasamente poblados por seres humanos, se ha afinado en vuestro pueblo una propensión a lo espiritual, a la que se accede valorando el silencio y la interioridad". Una resurrección que es hoy más importante que nunca ante "el peligro que representa el espíritu consumista que hoy, además de crear tantas injusticias, conduce a un individualismo que olvida a los demás y las buenas tradiciones recibidas".

También señala esta mirada hacia arriba como antídoto contra el mal que todo el mundo conoce hoy en Mongolia: la corrupción que ha sacado a miles de personas a la calle en los últimos meses tras los escándalos surgidos en torno a la venta de carbón a China. Cuando se enfrenta a los políticos locales, el Papa no duda en hablar de ello. Califica la corrupción de gusano que "constituye a todos los efectos una grave amenaza para el desarrollo de cualquier grupo humano, alimentándose de una mentalidad utilitarista y sin escrúpulos que empobrece a países enteros". Es indicativa de una mirada que se aparta del cielo y huye de los vastos horizontes de la fraternidad, encerrándose en sí misma y anteponiendo sus propios intereses a todo".

Hoy menciona la libertad religiosa en la Constitución mongola, sabiendo muy bien que en años no tan lejanos no era así. El Palacio de Estado donde habla se alza donde hasta el siglo XX se encontraba el Ikh Khüree, el gran monasterio budista completamente destruido por el régimen comunista del país en los años treinta, en una persecución religiosa que se cobró miles de vidas. Pero desde hace treinta años, el país ha pasado página y, en este renacer religioso, también la pequeña comunidad católica ha sabido retomar el camino que -recuerda el Papa Francisco- ya habían iniciado primero los misioneros siríacos (los grandes evangelizadores del primer milenio) y después, en tiempos del imperio mongol, el fraile franciscano Fra Giovanni di Pian del Carpine, enviado del Papa Inocencio IV.

Precisamente a este precedente histórico de 1246 se refiere el regalo del pontífice al presidente mongol: una copia auténtica de la carta de respuesta, sellada con el sello del Gran Khan en caracteres tradicionales mongoles, a la misiva papal, conservada en la Biblioteca Vaticana. "Que sea signo de una antigua amistad que crece y se renueva", comentó Francisco. Recordó también las negociaciones en curso para un acuerdo bilateral entre Mongolia y la Santa Sede, que representaría un paso importante para la pequeña comunidad católica de Mongolia "con el fin de alcanzar aquellas condiciones que son esenciales para el desempeño de las actividades ordinarias en las que la Iglesia católica está comprometida".

Y precisamente a la minúscula comunidad de apenas 1.500 fieles -que hoy también ha logrado el insólito "récord" de entrar en una foto colectiva entera junto al Pontífice- se ha dedicado el segundo encuentro del día, el de la catedral de los Santos Pedro y Pablo con los obispos (llegados para la ocasión desde muchos países de Asia), misioneros y agentes pastorales. Tras escuchar los testimonios de la hermana Salvia, Misionera de la Caridad, y del padre Peter Sanjaajav (uno de los dos sacerdotes mongoles), el papa Francisco quedó impresionado por las palabras de Rufina, una conversa local convertida en catequista que dijo: "Aquí somos como niños que hacen muchas preguntas sobre la fe".

El pontífice delineó el estilo de la presencia misionera de la Iglesia, en Mongolia como en cualquier otra frontera del Evangelio. "Los gobiernos y las instituciones laicas -explicó- no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia, porque ella no tiene una agenda política que llevar a cabo, sino que sólo conoce la humilde fuerza de la gracia de Dios y de una Palabra de misericordia y de verdad, capaz de promover el bien de todos".

" Estén siempre cerca de la gente -recomendó a la Iglesia de Mongolia-, atendiéndola personalmente, aprendiendo su lengua, respetando y amando su cultura, sin dejarse tentar por las seguridades mundanas, sino permaneciendo firmes en el Evangelio mediante una rectitud ejemplar de vida espiritual y moral. Sencillez y cercanía, sin cansarse de llevar a Jesús los rostros y las historias que se encuentran, los problemas y las preocupaciones, dedicando tiempo a la oración diaria, que permite estar en las fatigas del servicio y sacar del Dios de todo consuelo la esperanza para derramarla en el corazón de los que sufren".

En cuanto a los números -como ya hizo en Kazajstán el año pasado-, en Ulan Bator Francisco tejió también el elogio de la pequeñez. "No tengan miedo de los números pequeños, de los éxitos que tardan, de la relevancia que no aparece. Este no es el camino de Dios". Y precisamente en este camino invitó a dejarse guiar por la estatua de la Inmaculada encontrada en la basura, el gran signo que -como informamos en AsiaNews la pasada Navidad- acompaña hoy a esta pequeña Iglesia. Antes del encuentro en la catedral, Francisco se reunió con la mujer que encontró la imagen, que le acogió en su ger. Entonces también bendijo personalmente a "la Inmaculada, sin mancha, inmune al pecado, ha querido hacerse cercana hasta el punto de ser confundida con los deshechos de la sociedad". En su discurso también la comparó con la suun dalai ijii, "la madre con un corazón tan grande como un océano de leche" de la tradición mongola. "Miremos a María, que en su pequeñez es más grande que los cielos, porque ha albergado en sí a Aquel a quien los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener -concluyó-. encomendémonos a ella, pidiendo un celo renovado, un amor ardiente que no se cansa de testimoniar el Evangelio con alegría. Sigan adelante: Dios los ama, los eligió y cree en ustedes"