Papa: el soberbio apaga la fraternidad porque roba a Dios su lugar

Dedicada al último de los vicios capitales la catequesis de la audiencia general de hoy en la plaza de San Pedro. En el camino de la Cuaresma la invitación a "liberarse de todo lo que enmascara la vida para volver con todo el corazón a Dios que nos ama con amor eterno". "Sigamos rezando por los que sufren el horror de la guerra".

 


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - La raíz del orgullo está en el pecado radical: la pretensión de ser como Dios, que también arruina las relaciones humanas. Lo explicó hoy el papa Francisco, que dedicó su catequesis de la audiencia de los miércoles, esta mañana al aire libre en la plaza de San Pedro, al último de los pecados capitales.

Como en varias citas de las últimas semanas, el pontífice no pronunció su discurso en persona, confiando la lectura a un colaborador, monseñor Pierluigi Giroli, tras explicar personalmente a los presentes que sigue luchando contra la fatiga de hablar. "El orgulloso -recordó- es aquel que se cree mucho más de lo que realmente es; aquel que tiembla por ser reconocido como más grande que los demás, quiere ver siempre reconocidos sus propios méritos y desprecia a los demás considerándolos inferiores. Para los monjes de la antigüedad y para el propio Dante era el más grave de los vicios, el que más aleja de Dios. El mismo pecado de Adán y Eva relatado en el Génesis "es a todos los efectos un pecado de soberbia", precisamente por querer "llegar a ser como Dios". Al mismo tiempo -añadió-, los escritores de espiritualidad están más atentos a describir las repercusiones del orgullo en la vida cotidiana, a ilustrar cómo arruina las relaciones humanas, a poner de relieve cómo este mal envenena ese sentimiento de fraternidad que, en cambio, debería unir a los hombres".

"En su arrogancia -remarcó de nuevo el Papa en su catequesis-, el orgulloso olvida que Jesús en los Evangelios nos dio muy pocos preceptos morales, pero en uno de ellos fue inflexible: no juzgar nunca. Te das cuenta de que estás tratando con una persona orgullosa cuando, si le haces una pequeña crítica constructiva, o un comentario completamente inofensivo, reacciona de manera exagerada, como si alguien hubiera ofendido su majestad: monta en cólera, grita, rompe relaciones con los demás de manera resentida.

Ante una persona enferma de soberbia -prosiguió el Pontífice- sólo hay que tener paciencia, porque un día su edificio se derrumbará. Pero Jesús nos mostró que este pecado también puede estar muy bien escondido en nuestro corazón, como le sucedió a Pedro, que hizo alarde de su fidelidad sólo para descubrirse tan temeroso como todos los demás. "Así que el segundo Pedro, el que ya no levanta la barbilla sino que llora lágrimas saladas -comentó Francisco-, será medicado por Jesús y será finalmente apto para soportar el peso de la Iglesia.

La salvación de la soberbia pasa, por tanto, a través de la humildad. "En el Magnificat, María canta al Dios que con su poder dispersa a los soberbios en los pensamientos enfermos de su corazón. Es inútil robar algo a Dios, como esperan hacer los soberbios, porque al final Él quiere darnos todo. Por eso -concluyó el Papa en su reflexión- aprovechemos esta Cuaresma para luchar contra nuestra soberbia".

Y al camino de la Cuaresma y a la urgencia de seguir rezando por la paz, Francisco dedicó también las palabras que pronunció personalmente en su saludo a los peregrinos italianos. " Continúen con valentía en el compromiso de liberarse de todo lo que enmascara sus vidas -dijo-, para volver con todo el corazón a Dios que nos ama con amor eterno. Una vez más, hermanos y hermanas, renuevo mi invitación a rezar por los pueblos que sufren el horror de la guerra en Ucrania, en Tierra Santa, así como en otras partes del mundo. Recemos por la paz, pidamos al Señor el don de la paz".