17/05/2017, 14.28
CHINA - ASIA
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‘One belt one road’: los problemas en las relaciones internacionales en la Nueva Ruta de la Seda

de Luca Galantini

Con las prospectivas faraónicas del proyecto, China se plantea redefinir el orden geopolítico internacional por completo, convirtiéndose en el baricentro económico y político de la industria y del comercio euroasiático. Las contrariedades de la India; los temores de Rusia; el escepticismo europeo. Y los problemas de los uigures, del Asia Central, de Irán y del Mar de la China meridional. China queda atrapada entre los intereses nacionales y su voluntad de distribuir riqueza. 

 Milán (AsiaNews) – Acaba de concluirse la cumbre diplomática del fórum “One belt one road (OBOR)”, en la cual han participado representantes de aquellos países del planeta que están involucrados en el ambicioso, estratégico, faraónico plan de cooperación internacional emprendido por el gobierno chino en 2015.

El proyecto, que ya lleva tres años concretándose bajo la presidencia del gobierno de Xi  Jinping, tiene la intención de hacer revivir los fastos de la antigua “Ruta de la Seda” del Imperio chino, con miras a la creación, para el año 2050, de una enorme red de vías de transporte en grado de generar una trama sumamente densa y articulada de infraestructuras, ferrocarriles, autopistas y líneas marítimas –la Silk Road Economic Belt y la Silk Maritime Road – gasoductos y oleoductos que comuniquen a China y al Lejano Oriente con todo Asia, Europa y el Mediterráneo.

El compromiso económico previsto es enorme, pero Beijing considera que está en grado de garantizar la cobertura económico-financiera que requiere este ciclópeo proyecto geopolítico, a través de la plana de líderes de la joint-venture crediticia, hecha factible a través de la creación del Banco asiático de inversiones para la infraestructura (AIIB).

La apuesta en juego es elevadísima, porque a través de este colosal esfuerzo económico y financiero, China apunta a redefinir el orden geopolítico internacional en su totalidad,  convirtiéndose en el baricentro económico y político de un eje del comercio y de la industria euroasiáticas que, potencialmente,  podría ser capaz de desquiciar el actual sistema de acuerdos y tratados internacionales.

Bajo el perfil de la política externa de seguridad y defensa, la crecientemente imponente influencia china en el panorama internacional preocupa a otros importantes actores del cuadro político mundial, por las dudas que siembra la acción china, al aproximarse mucho a la creación de un hipotético “Nuevo Orden Mundial”.

Es obvio que la política externa de cualquier Estado, y en particular de cualquier potencia regional o internacional, representa una proyección del interés nacional de aquel país, y la China no escapa a esta regla de oro.   

La estrategia geopolítica que anida en la trama del ambicioso programa OBOR debiera permitir al gobierno de Beijing la posibilidad de desahogar en las exportaciones el excedente de su enorme capacidad productiva en los sectores de la industria pesada nacional, que es la que más padece la desaceleración del desarrollo económico de país, luego del boom de los años felices del crecimiento del PIB con dos dígitos; de insertarse de manera estable en los procesos políticos referidos a la toma de decisiones en las economía del Sudeste asiático, del Asia Central, del Oriente Medio e incluso de Europa misma; de reforzar la propia posición dominante en relación a las potencias que compiten con ella, como es el caso de la India, Rusia y los EEUU.

Bajo este perfil, los frentes “calientes” abiertos con el programa OBOR son múltiples, y de una relevancia internacional.

La India tiene cantidad de motivos para albergar temores en cuanto a la capacidad expansiva del sistema-China: entre los proyectos que ya han sido implementados como parte de la Silk Road, figura el corredor económico entre China y Pakistán (CPEC)  que conectará a los dos países desde Kashi hasta el puerto de Gwadar, asegurando a China un acceso directo al Mar Arábigo. Al mismo tiempo, Gwadar es una importante base naval pakistaní, y la India teme, en concreto, que China pueda acordar con Pakistán la instalación de  estaciones de control permanentes para monitorear las actividades de la marina india, reforzando su rol militar en el Sur de Asia, siguiendo el surco del objetivo primario de Beijing, que es tener un monopolio de control sobre las vías de comunicación marítimas y contener la influencia india en el Pacífico.

Delhi siempre ha manifestado su más absoluta contrariedad en lo que respecta al tránsito del corredor de transporte sino-pakistaní valiéndose del territorio de Cachemira, que desde hace décadas es objeto de un grave enfrentamiento militar entre los gobiernos indio y pakistaní, cuyas relaciones se han exacerbado en el último tiempo a raíz de esto.  

Por otro lado, la cuestión de que el puerto de Gwadar quede incluido en un frente de control de los mares asiáticos aún más amplio, es otro importantísimo motivo de potencial desestabilización de toda el área, muy temido por los analistas, especialmente de los EEUU. Las rutas marítimas que parten de China y se dirigen a ella son un punto perseguido tenazmente a nivel geopolítico por la denominada estrategia china del “Collar de Perlas (String of Pearls)”, basada en la creación de bases estratégicas en el Océano índico  – desde el Oriente Medio a la China meridional- con el objetivo de proteger los intereses propios en materia de seguridad militar y económica. El año pasado, China condenó –y no reconoció- la sentencia de la Corte de Arbitraje de la ONU sobre el derecho marítimo, que niega a Beijing todo título de soberanía sobre aproximadamente el 90% del Mar de la China meridional, un área que es disputada con las Filipinas, Malasia y Vietnam. Actualmente China ocupa militarmente algunos archipiélagos de la zona, a fin de operar el control pleno de un área en la cual transitan millones de dólares en mercaderías, en nombre del interés nacional chino, y esto ha reforzado la permanente presencia de la flota militar de los EEUU, algo que ya hubo de ser implementado por voluntad del Presidente Obama.

 

La plena realización del proyecto OBOR bajo el perfil del control de las rutas marítimas podría permitir a Beijing resolver el problema del Estrecho de Malaca, controlado por los EEUU, desde el cual transita el 75% de las materias primas petrolíferas importadas, y sobre el cual no alega tener poder soberano alguno.

Conectado con el desarrollo del corredor económico entre China y Pakistán está el involucramiento de Irán, a través de la prevista creación de un sistema ferroviario de alta tecnología, algo de lo cual carece Irán, que estaría en grado de conectar el Golfo Pérsico con Europa y con China. La cooperación económico-militar entre los dos países, allí donde ésta fuese implementada ulteriormente a través de los acuerdos OBOR, inevitablemente acarrearía nuevamente a un horizonte de confrontación militar por el control del Golfo Pérsico y de Adén, de cara a Gibuti, donde los EEUU tiene una de las bases militares estratégicas más importantes, Camp Lemonnier, que presta apoyo al histórico enemigo de Teherán, la Arabia Saudita.

La intensificación de las relaciones de China con los países de Asia Central, a través del programa OBOR, corre el velo sobre otro frente sumamente delicado, que es el que tiene con Rusia.

El gobierno de Moscú desde siempre ha considerado ésta como un área en la esfera de su influencia, y observa con gran cautela los joint-ventures desarrollados con los gobiernos de Kazajistán y Kirguistán, a pesar de que formalmente las relaciones entre Moscú y Beijing resulten ser óptimas, albergando el temor de perder una colaboración privilegiada sobre las ex Repúblicas islámicas de la Unión Soviética. Una cuerda particularmente sensible es visualizada en la cuestión de las minorías musulmanas que residen en el noroeste de China –en Xinijiang –  pertenecientes a un grupo étnico de habla turca, que desde hace tiempo luchan por obtener la independencia de Beijing.  

Durante años, la minoría uigur gozó del apoyo de los gobiernos turco, afgano y pakistaní. Sin embargo, China, en el marco del proyecto OBOR, ya ha declarado de manera explícita que habrá de excluir cualquier forma de cooperación económica regional en la Ruta de la Seda con aquellos gobiernos que sostengan la causa uigur, y esto, en nombre del primado del interés nacional.

Por otro lado, en cuanto concierne a las relaciones con los países de Asia Central, resulta oportuno subrayar –en vista de los papers de los programas presentados- hasta qué punto el gobierno de Beijing demuestra indiferencia ante las exigencias puntuales de las realidades locales de los países involucrados en el plan OBOR, con los cuales apunta a mantener un vínculo comprador-productor de materias primas, en el cual el segundo se encuentra en una situación de desventaja en términos de beneficios: el compromiso chino en lo que respecta a la construcción de infraestructuras en estos países, de hecho está confiado de manera exclusiva a empresas estatales de Beijing, y resulta razonable plantearse dudas acerca de si esto no provocará en definitiva una caída en los beneficios a mediano y largo plazo para las instituciones y la sociedad civil de estos Estados.  

Esta actitud propia de la pragmática política china en el desarrollo del plan geopolítico OBOR se choca, en cambio, con el sistema normativo occidental, y particularmente con el europeo, que está firmemente anclado a los principios de la Carta de las Naciones Unidas, es decir, de una cooperación que se asienta sobre el respeto de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, como la integridad territorial y la no-interferencia en los procesos de toma de decisiones políticas de los países, en la valorización del imperio de la ley y de los derechos humanos en la responsabilidad empresarial de las corporaciones.

Las reservas de los países de la UE en relación a los acuerdos OBOR son múltiples –a pesar de que formalmente aplaudan el programa- y giran en torno a la objetiva distancia del sistema político legislativo chino en relación a los principios y normativas de los valores comunitarios que se refieren a los derechos de los trabajadores, a la transparencia en los contratos establecidos a través de licitaciones públicas, la prohibición de la competencia desleal, el contraste en lo que respecta a la falsificación, la prohibición de establecer monopolios y de recibir ayudas estatales.  

Ha de considerarse que actualmente, con un pragmatismo desenvuelto, China sigue imponiendo un régimen de autorización preventiva para todas las inversiones extranjeras, en cualquier sector económico que se pretenda desarrollar en suelo chino: una evidente forma de discriminación en el libre mercado, fruto de una rigidísima concepción piramidal del interés nacional, que el Partido Comunista Chino practica tanto a nivel político como en materia de seguridad.

Por lo tanto, a la luz de la trama de acuerdos que se tejen en torno a la Nueva Ruta de la Seda, el cuadro extremadamente complejo del escenario geopolítico que se perfila presenta luces y sombras en igual medida: el compromiso proclamado por la dirigencia política de Beijing para asumir el liderazgo de una camino de desarrollo sostenible y respetuoso de la sociedad civil se choca con la necesidad de saber declinar un empeño económico en una serie de variopintos contextos regionales, donde las identidades culturales, las instancias a nivel valores, los principios jurídicos-legislativos y los déficits político-institucionales de una buena gestión de gobierno en lo que respecta a derechos humanos difícilmente pueden ser evitados en nombre de un pragmatismo del interés económico, típico de la estrategia china.

Ciertamente, el compromiso asumido puede representar un eficaz impulso para el crecimiento y la distribución de la riqueza a nivel mundial, pero la rígida concepción del interés nacional del Partido Comunista chino, que “lee entre líneas” en los infinitos documentos del proyecto OBOR–frecuentemente demasiado vagos y privados de comparaciones efectivas en el estado del arte de los proyectos para obras- dejan vislumbrar que China no es precisamente un filántropo benefactor internacional, a la vez que los escenarios geopolíticos internacionales, que parecen cada vez más y más complejos, difícilmente puedan ser resueltos a través de un abordaje tan monolítico y unilateral. 

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