19/09/2018, 15.49
VATICANO- ASIA
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Asia, continente de emigrantes: un desafío y una oportunidad para el mundo

de Bernardo Cervellera – Sumon Corraya

En la Conferencia mundial sobre Xenofobia, Racismo y Nacionalismo populista en el contexto de las migraciones mundiales que se inició ayer, se afronta el tema desde una perspectiva cristiana. ¿Cuáles son las problemáticas más urgentes vinculadas a las migraciones?

 

Roma (AsiaNews)- Asia, el continente más poblado del mundo (4,46 millardos de personas), capaz de generar más del 50% del PIB mundial, es una de la fuentes más consistentes de problemas relacionados con la migración y la xenofobia.

Según el UNHCR, en la región Asia-Pacífico hay cuando menos 7,7 millones de personas a quienes la ONU asiste. De éstos 3,5 millones son refugiados; 1,9 millones son desplazados internos; 1,4 millones son personas sin Estado y sin nacionalidad.

Es obvio que la cifras reales son mucho más elevadas, pero es difícil relevarlas. Hay que decir que los refugiados, que buscan huir de situaciones de guerra o violencia, a menudo se valen de las vías de migración generales, yendo a países donde se pueda encontrar trabajo y quizás, tranquilidad y paz.

Los trabajadores migrantes se mueven desde sus países de origen, económicamente menos desarrollados, hacia aquellos más ricos. De esta manera, millones de personas viajan en busca de fortuna desde Filipinas, Camboya, Myanmar, Tailandia, Nepal, Taiwán, China y Oriente Medio. Según la OIT, en 2015 ese flujo de personas era de 25,8 millones en el área Asia-Pacífico, y cerca de 17 millones provenían de los Estados árabes.

La mayor parte de los gobiernos de los países de Asia se aprovecha del nacionalismo - si no del racismo- o al menos de la soberbia de la propia raza como un elemento de cohesión social, para sostener la unidad de sus jóvenes naciones.

No debemos olvidar el hecho de que, más allá de los migrantes extranjeros, en países como la India y China, también existe una migración interna: en la India hay cerca de 300 millones de dalit y tribales, mientras que en China hay 200 millones de migrantes. Estos trabajadores migrantes sufren las mismas injusticias que viven los inmigrantes en los países del Golfo o en Europa: carecen de contrato de trabajo, tienen horarios propios de esclavos, no tienen acceso a la salud o a la escuela para sus hijos, sus sueldos son miserables, viven sumidos en la inseguridad y en la violencia.

Hasta ahora, las migraciones fueron de algún modo obstaculizadas y la xenofobia a menudo estuvo motivada por el temor de que los migrantes robasen el trabajo a los habitantes locales. Pero,actualmente, para varios Estados, un verdadero aliado para combatir la xenofobia es la crisis demográfica que está afectando a muchos países desarrollados. Esta crisis conduce a una reducción de la fuerza de trabajo y a un crecimiento del gasto social para sostener el sistema de salud y las jubilaciones. Varios demógrafos, como James Liang, sostienen que una alta tasa de crecimiento de la población, que la mantiene joven, no solamente sostiene la fuerza trabajo, sino también la capacidad de innovación y de riesgo en la sociedad. Esto significa que el futuro en la inventiva y en crecimiento del PIB pertenece a aquellos países que apoyan los nacimientos o que permiten el ingreso de migrantes en sus territorios.

Por eso - si bien, aún con dificultad - cada vez más países están abriendo sus puertas a los extranjeros.

El ejemplo más típico es Japón, con una tasa de fertilidad equivalente a 1,4 y con una población que se reduce cada vez más y se vuelve más y más vieja. Desde el próximo mes de abril, el gobierno abrirá una nueva agencia para gestionar e incrementar el flujo de trabajadores migrantes que en los próximos años habrán de ingresar a Japón. En particular, para las Olimpíadas de 2020, la sociedad japonesa necesita de cientos de miles de trabajadores de todo tipo: se necesitan albañiles para construir los estadios, pero también personas con trabajos calificados para recibir a millones de turistas. El gobierno de Tokio también aseguró que dará un nuevo estatus residencial a los trabajadores migrantes. De hecho, hasta ahora, todos los migrantes llegan a Japón con una visa de turista y luego encuentran trabajo, pero se quedan en el país con una visa de aprendices, percibiendo un sueldo bajo y pueden permanecer en Japón por unos pocos años.

Por otro lado, hay problemas más escondidos: los migrantes llegan a Japón a través de contratistas, figuras que contratan a los trabajadores en sus países de origen, poniéndolos en contacto con las empresas japonesas. Ellos les garantizan un lugar de trabajo y el viaje de ida y vuelta en avión. De tal modo establecen con los migrantes un crédito difícil de pagar, debido a los bajos salarios.

Además está la plaga de la prostitución. Hay muchas mujeres, sobre todo filipinas, vietnamitas y tailandesas, que llegan a Japón como ‘aprendices’ y trabajan en negocios y fábricas durante el día. Por la noche trabajan en el mercado del sexo.

Como muchos compatriotas hombres, las muchachas son atraídas con el espejismo de un trabajo que les permitiría ganar mucho dinero. Pero eso no es verdad. El empleador tiene relaciones con los clubes de prostitución y a veces les quitan el pasaporte para que no puedan escapar.
Muchos misioneros están comprometidos en la ayuda a los migrantes a Japón, pero esta obra hasta ahora sólo logra sostener sus vidas en lo cotidiano y en las necesidades más esenciales, pero no a nivel  formal y legal. Se necesita que la acogida de los migrantes no suceda sólo porque están presionados por la demografía, sino por un cambio de mentalidad, pasando de la visión de una sociedad “homogénea” a una sociedad multicultural.

En lo que se refiere luego a la acogida de los refugiados, en 2017, sobre 19.000 pedidos de asilo, Japón reconoció el status de refugiado a solamente 100 personas

La necesidad de fuerza de trabajo en vista de la Copa Mundial de Fútbol del 2022 y las críticas de la comunidad internacional fueron el aliento para que Qatar mejorare las leyes para los trabajadores migrantes empleados como colaboradores y colaboradoras domésticas, Los domésticos - normalmente, todos extranjeros - podrán trabajar un máximo de 10 horas diarias, deberán recibir pagas mensuales y un día de descanso por semana, además de 3 semanas de vacaciones por año. Al terminar el contrato, los trabajadores recibirán también una liquidación correspondiente a tres semanas de paga por cada año de servicio. En el pasado muchas mujeres extranjeras empleadas en el país eran obligadas a trabajar 100 horas semanales. Además, se les quitaba el pasaporte, se les sustraía el sueldo y muchas eran víctimas de violencia física y sexual.

Qatar no es el único país del área en ser acusado de ejercer abusos sobre los trabajadores extranjeros. En 2015, Indonesia había anunciado que dejaría de enviar personal doméstico a 21 países de la región medio-oriental, justamente a causa del maltrato al que eran sometidos.

 

El caso de los Rohinyás

No es posible hablar de xenofobia y racismo en Asia sin enfrentar aquella que por muchos fue definida como la crisis de refugiados más grave que haya existido. Porque si bien la de los refugiados afganos es sin duda más vasta en términos de números, con más de 6 millones de refugiados en Pakistán e Irán, la de los Rohinyás es quizás la más dolorosa, porque fueron rechazados no sólo por Myanmar sino también por otros países donde ello intentaron refugiarse. Varios observadores han definido a los rohinyás como la minoría más perseguida en el mundo.

En su mayoría musulmanes, esta minoría en Myanmar es tratada por muchos budistas birmanos como un grupo de migrantes ilegales de Bangladés. Y si bien muchos de ellos viven en Myanmar desde hace generaciones, se les niega la ciudadanía birmana.

Su situación devino trágica a partir del 25 de agosto pasado, cuando debido a algunos enfrentamientos con algunos militantes rohinyás, las fuerzas de seguridad birmanas y extremistas budistas dieron rienda a una violencias sin fin, expulsando a la población del Estado de Rakhine y bloqueando las operaciones humanitarias. Según Médecins sans frontières, entre el 25 de agosto y el 24 de septiembre del año pasado, fueron asesinados 6700 rohinyás. Entre ellos, incluso 730 niños menores de 3 años de edad. El gobierno birmano se defendió diciendo que había combatido contra terroristas.

En estos momentos hay entre 700 mil y 1 millón de refugiados en la frontera entre Bangladés y Myanmar. El gobierno de Daca pidió a Myanmar que los recibieran nuevamente, pero por ahora, son muy pocos han regresado. Mientras tanto, las operaciones humanitarias se reiniciaron en Rakhine central, pero no en Rakhine del Norte, donde sucedieron los hechos de violencia.

Nuestro corresponsal dice: Quiero presentar algunos hechos sobre la crisis de los rohinyás, para comprender qué deberíamos hacer como familia humana y como seguidores de Jesús compasivo.

 

Bangladés permitió la entrada de los Rohinyás

El año pasado, cuando estalló el conflicto, miles de rohingyás intentaron ingresar a Bangladés. En los primeros 3 días, el gobierno de Daca no lo permitió. Pero aquellos que estaban de guardia en la frontera y la policía sufrían por lo que veían y les permitieron entrar porque estaban destruidos: muchos de ellos llegaron a pie, en barcas, nadando, recorriendo rutas durante días enteros. La mayor parte de ellos habían dejado atrás a sus seres queridos, después de haber experimentado asesinatos, violaciones, la peor persecución.

Así, la Premier Sheikh Hasina respondió a la crisis. Se encontró con los rohinyás en Cox´s Bazar, donde estaban refugiados y les ofreció un refugio. Sheikh Hasina declaró que ofrecería refugio temporariamente y ayuda, pero que Myanmar debía "recibirlos nuevamente y en breve porque eran conciudadanos suyos”.

 

Algunas historias de Rohinyás

Motalab Ahmed, un rohinyá de 65 años, vive en el campo 1 de Kutupalong desde hace 1 año. Él cuenta: “Tenía una farmacia en el distrito de Mundu, en Myanmar. Pero como era musulmán, comenzaron a perseguirme y de rico comerciante que era me volví mendigo”.

Roksana, 10 años, no quiere recordar lo que les sucedió a sus padres el año pasado, a fines de septiembre. Su padre fue asesinado frente a ella y la madre fue violada frente a sus propios ojos. Ella y su mamá llegaron a Bangladés tras 3 días de marcha a pie. A lo largo del camino comieron hierba para poder sobrevivir.

Akasha, una mujer de 70 años, llegó a espaldas de su hijo. Sollozando, dice. “No había visto nunca una persecución semejante: los soldados birmanos no se detuvieron ante nada, violaron incluso a una mujer anciana. Violaciones, incendios, allanamientos para cazarlos. Pero, ¿qué pecado cometimos? Nacimos en Myanmar, no hicimos mal a nadie. Dimos gracias al gobierno de Bangladés y a todos los benefactores internacionales, que nos han acogido en los campos de refugiados”.

Hablando con muchos rohinyás, desde lo profundo del corazón ellos dicen que querrían volver a casa, pero que dejaron el lugar donde nacieron por las faltas de respeto y por la falta de seguridad. Ellos dicen que cada uno de ellos ama a su patria como a una madre, y que ellos se convirtieron en refugiados a causa de la persecución de su credo o fe, por razones políticas y económicas.

 

Los desafíos

En los distritos de Banzarban y  Cox’s Bazar, en la frontera con Myanmar, viven cerca de 1 millón de Rohinyás. Para ellos los principales desafíos  son procurarse comida, un refugio, remedios, seguridad, formación. Según UNICEF, cada día, en los campos rohinyás nacen 60 niños. Muchos adolescentes y mujeres, para conseguir lo que necesitan se dedicaron a la prostitución. Hay muchas ONG que trabajan, pero ellas dan las mismas cosas: arroz, aceite, pero nunca pescado. Sin trabajo, los hombres y las mujeres, aburridos, a veces se involucran en acciones criminales. La situación se vuelve cada vez más grave. Los medios locales reportan datos de la policía: en los primeros 8 meses de agosto de 2017, en los campos de refugiados en Bangladés hubo 20 asesinatos y 160 episodios de otro tipo o de violencia.

 

La respuesta de las ONG

En el presente hay unas 100 ONG que trabajan para los refugiados Rohinyás. Entre éstas también figura Caritas-Bangladés, que fue una de las primeras en llegar e intervenir. Caritas trabaja en la zona con 200 empleados y ofrece comida, refugios, atención médica, elementos de limpieza, etc.

Durante su visita del año pasado, el Papa Francisco se encontró con algunos rohinyás en Daca. Al esucchar, sus historias, el Papa lloró. 

 

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