03/01/2019, 10.59
CHINA-VATICANO
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El acuerdo China-Vaticano y el Concordato entre Napoleón y Pío VII

de Li Ruohan

Un autor del norte de China muestra que el Vaticano y la Iglesia china están reviviendo lo que la Iglesia atravesó en Francia durante la Revolución y el Imperio napoleónico. Todo calza a la perfección: la reestructuración de las diócesis; el poder del Estado sobre la Iglesia; el reconocimiento (meramente formal) del Papa; el control total de las actividades religiosas; la eliminación de obispos y sacerdotes “que no han prestado juramento” (o subterráneos). 

Beijing (AsiaNews) – El acuerdo entre China y la Santa Sede es muy similar al que fuera firmado entre Napoleón y Pío VII. La reveladora comparación es resaltada en muchos aspectos: la reestructuración de las diócesis; el poder sobre la Iglesia; el reconocimiento (meramente formal) del Papa; el control total de las actividades religiosas; la eliminación de obispos y sacerdotes “que no han prestado juramento” (o, subterráneos). El autor, Li Ruohan (un seudónimo) es un estudioso del norte de China. El título original del ensayo es: “Lo que es ilegal se ha convertido en legal”.  

El 12 de diciembre vi circular en Internet las imágenes del enviado especial de la Santa Sede, el arzobispo Claudio M. Celli, en Diaoyuetai, el hotel estatal destinado a alojar huéspedes ilustres. Estaba acompañado por dos obispos chinos con los que mantenía un trato cordial. Se presentó ante el mundo una imagen agradable. Se dice que de esa manera, se inició la obra orientada a llegar a un acuerdo entre la Santa Sede y China. Una cosa por la cual alegrarse y felicitarse.  

El arzobispo Celli contribuyó mucho a ello. Sólo que no logró quedarse algunos días más, para viajar a Nanjing y participar en la ceremonia para celebrar el 60º aniversario de la elección y ordenación “independiente” de los primeros obispos chinos. ¡Habría podido compartir con los obispos su experiencia y escuchar los discursos de las autoridades. ¡Una lástima!

Según los comunicados de prensa, el Papa concedió a siete obispos la jurisdicción en la administración de las diócesis, nombrándolos oficialmente como obispos ordinarios: en cuanto a los dos obispos clandestinos, a uno le pidió el retiro, al otro que se vuelva auxiliar. Este es uno de los resultados del acuerdo, que aún no se ha dado a conocer públicamente.

 

Como Napoleón

Viendo estos resultados, no se puede sino pensar en el Concordato entre Estado e Iglesia de Francia, firmado por Napoleón en 1801. Para entender este Concordato cabe recordar la situación de aquella época. En 1789 estalla la revolución francesa. Luego de que los revolucionarios tomaron el poder, la Iglesia católica se convierte en su primer blanco a atacar. Tanto girondinos como jacobinos emprenden una política de feroz persecución contra la Iglesia. La Iglesia de Francia es sometida a una terrible prueba. El 12 de julio de 1790, el partido revolucionario promulga la Constitución civil del clero, cuyo núcleo principal se refiere a una nueva subdivisión de las diócesis francesas. Antes de la revolución, Francia tenía 134 diócesis. Con esta ley de los revolucionarios se pretende fusionar las diócesis. Como primera medida, las diócesis serían divididas de acuerdo a los límites de las regiones administrativas del Estado, reduciéndolas a 51. En segundo lugar, los obispos serían elegidos y ordenados autónomamente. Francia tendría un primado; todos los otros obispos de Francia recibirían las facultades de los primados. Los obispos serían elegidos por los sacerdotes de las diócesis. La elección sería llevada a cabo por sacerdotes y por algunos representantes locales; incluso los laicos participarían en la elección. Como tercer punto, el obispo primado de Francia sería propuesto por el gobierno, sin nombramiento pontificio. Cuarto y muy importante, todo el clero de Francia –incluyendo obispos y curas- debía hacer un juramento, llamado el “juramento de fidelidad”. Sólo tras prestar dicho juramento, el clero de Francia podría cumplir con su ministerio público. Aquellos que se negasen a prestar juramento, serían juzgados ilegales, no reconocidos por el Estado francés, y pasarían a ser considerados enemigos de la revolución y punibles según la ley.

En aquella época Francia tenía 131 obispos en 134 diócesis. En tres diócesis, la sede episcopal estaba vacante. De los 131 obispos, sólo cuatro firmaron. De estos cuatro, dos regresaron a la vida secular, incluyendo a Talleyrand, que luego del gobierno revolucionario francés fue colocado como cabeza de la Iglesia y que varias veces procedió a la administración de los sacramentos. Menos de un tercio de los 100.000 sacerdotes franceses prestó juramento; dos tercios se negaron a jurar. Estos pasaron a conformar el grupo de curas sin juramento. Los católicos franceses comenzaron a no frecuentar las iglesias y se negaban a recibir los sacramentos de las manos de curas que habían prestado juramento. Los curas que se habían negado a jurar se retiraron a la campiña de Francia, donde de manera oculta, en las casas de los fieles, celebraban la misa y administraban los sacramentos, constituyendo en Francia el grupo de sacerdotes sin juramento.   

 

Dos Iglesias

Durante un tiempo, en Francia hay dos Iglesias: una, formada por curas que juraron, y que prestan servicio en las iglesias de manera pública; otra, formada por curas que se desempeñan en muchas zonas rurales e incluso en las casas en la ciudad. Los curas que no han jurado celebran la misa en secreto y son llamados “ilegales”. Los revolucionarios emprenden una caza contra los sacerdotes que se han negado a jurar fidelidad. Muchos son encarcelados y otros tantos son llevados a la muerte por mano de los revolucionarios. Aquellos que conocen la historia de la Iglesia saben de los mártires de aquella época.   

Esta política de persecución, radical y fanática, no logra eliminar la Iglesia, pero al final provoca la división en ella. El 9 de noviembre de 1799, Napoleón lleva adelante un golpe militar contra el Estado y crea un gobierno con él a la cabeza. En política, él es un pragmático. “En Francia –dice él- gobierno a la gente: soy católico. En Egipto, que llegué a dominar, era musulmán. Si tuviese que gobernar la Tierra Santa y Jerusalén, reconstruiría el templo de Salomón para contentar a los judíos”.  

Para resolver la disputa con la Iglesia, Napoleón inicia coloquios con la Santa Sede. En aquél tiempo, el Papa, Pío VII, nombra al cardenal Consalvi, que era Secretario de Estado, como responsable de las negociaciones. Tras medio año de tratativas entre las dos partes, el 15 de julio de 1801, en París, se firma un Concordato entre el Estado y la Iglesia. En el Concordato, el gobierno francés reconoce a la Iglesia católica romana como la religión de la mayoría de los franceses. La Iglesia católica tiene una relación indisociable con la historia del pueblo francés. En la historia francesa, ella ha ejercido un rol insustituible. Por lo tanto, es justo que tenga la libertad de practicar [el culto] y creer.   

Este punto en apariencia es muy bueno y parece querer restaurar la libertad de la Iglesia de Francia. Pero acto seguido, el gobierno pide a la Santa Sede realizar una nueva división de las diócesis. En la época de la revolución, las 134 diócesis de Francia fueron subdivididas por la fuerza, pero la Santa Sede jamás reconoció las acciones unilaterales del gobierno francés. Sin embargo, en el Concordato firmado por Napoleón, la Santa Sede se vio obligada a hacer concesiones, a dividir nuevamente las diócesis de Francia, para hacerlas corresponder con las regiones administrativas y fundando otras nuevas. Las 134 diócesis originales son reducidas a 60, de las cuales 10 constituyen arquidiócesis.

Todos los obispos de Francia, que en el pasado habían jurado o se habían negado a jurar fidelidad, tuvieron que presentar su renuncia. El jefe del Estado francés, es decir, Napoleón, tiene el poder de proponer obispos, pero al Papa se le deja el poder de otorgar la jurisdicción. En cuanto respecta a la elección de candidatos, el criterio más difundido es que ellos sean confiables desde el punto de vista político. Todo el clero de Francia, obispos y sacerdotes, deben prestar un juramento de fidelidad al Estado. La Iglesia además declara que renunciaba a los bienes confiscados durante el tiempo de la revolución. Como compensación por las pérdidas sufridas, el gobierno francés se hace cargo del mantenimiento del clero, otorgándole un subsidio. Fue necesario que los obispos colaborasen con las autoridades locales, para proceder con la división entre diócesis y parroquias.

 

Las promesas que no se mantuvieron

El Concordato de 1801 aparentemente pone en acto una normalización de las relaciones entre el gobierno francés y la Santa Sede, y hace que la Iglesia de Francia pueda gozar de un largo período de paz. Pero para ello, la Iglesia tuvo que hacer grandes concesiones y sufrir muchas pérdidas. Luego de la firma del Concordato, en el momento en que se realiza su publicación en Francia, Napoleón agrega arbitrariamente 77 artículos. Estos 77 artículos fueron agregados por el gobierno francés de un modo completamente unilateral, sin que hubiese ulteriores acuerdos con la Santa Sede. Entre los artículos figuran: los encuentros entre el Papa y los obispos deben ser aprobados por el gobierno francés. Incluso importantes documentos romanos, las encíclicas papales, los motu proprio, algunos textos doctrinales o morales deben ser aprobados por el gobierno antes de ser utilizados en Francia.

Los docentes de los seminarios o los laicos deben obedecer a las disposiciones del galicanismo de aquellos años. A la Iglesia francesa sólo se le permite hacer uso de textos doctrinales para la formación de los laicos que hayan sido aprobados por el gobierno francés. Los obispos no pueden convocar a encuentros sin contar con previo asentimiento del gobierno francés. Según el modelo del pasado, los nuncios pontificios tenían derecho a visitar las diócesis; el representante del Papa tenía derecho a circular [en el territorio] para tomar conocimiento de la situación, de modo de tener una estrecha colaboración entre la Santa Sede y los obispos locales. Sin embargo, en uno de los artículos agregados, se establece claramente que si el nuncio pontificio viaja por el interior de Francia, debe obtener el permiso del gobierno.  

En estos artículos, en particular en aquellos que fueron agregados, se puede constatar que se pisotean los derechos que la Iglesia supo tener en el pasado, y que la Iglesia se arrepentía de ello. Pero en aquella época la Iglesia estaba deseosa de mejorar la relación con la nación francesa, y de reconstruir las anteriores relaciones diplomáticas. En el apuro se hicieron burdas concesiones; además, aunque fuese enviado un nuncio, aquél no podía desempeñar un rol como supo hacer en el pasado; muy por el contrario, éste era manipulado por el gobierno francés, que agregó muchas cláusulas que para la Iglesia eran inaceptables.

Un punto particularmente difícil: ¿cómo comportarse con los obispos que en el período de la persecución habían sido fieles a la Iglesia y al Papa? ¿Cómo comportarse con ellos? En la época de la revolución y de la feroz persecución, estos obispos, con su obstinada resistencia, no traicionaron la fe y se mantuvieron fieles a la Santa Sede. Ahora que el sufrimiento acababa de pasar, la experiencia de dicho sufrimiento aún estaba fresca en sus corazones. ¿Cómo tratar, entonces, a este grupo de obispos que no habían jurado?  Intimidando al Papa, Napoleón solicita que este problema se resuelva a la mayor brevedad. Ante todo, él promete que no habrá de nombrar obispos que en tiempo de la revolución habían jurado fidelidad y habían sido obispos de la Iglesia oficial. A cambio de ello, él pide a la Santa Sede que actúe. La Santa Sede debía tomar una decisión respecto a aquellos obispos que no habían pertenecido a la Iglesia oficial. Dejando que obispos oficiales y no oficiales de aquella época presentasen sus renuncias, la Santa Sede y el gobierno francés se pusieron de acuerdo para elegir nuevos obispos. A cambio de la concesiones de Napoleón, la Santa Sede actúa con diligencia en relación al grupo de obispos no oficiales. Muchos obispos, con reticencia, expresan su obediencia a la decisión de la Santa Sede y se retiran.

Por esas ironías del destino, los obispos nombrados por Napoleón son todas personas destacadas de la Iglesia oficial del pasado. Cabe decir que en aquellos años se impulsaba la idea de que era necesario romper con el Papa y apoyar al gobierno republicano y a los hombres del gobierno revolucionario. Muy pronto, las promesas de Napoleón a la Santa Sede demuestran ser palabras que se ha llevado el viento. Una de las consecuencias del Concordato fue que aquellos que eran ilegales se convirtieron en legales; los que legales se hicieron a un lado. 

Luego de la firma del Concordato, la Santa Sede no obtuvo los resultados que esperaba. Además, el Concordato no se desvaneció tras la desaparición de Napoleón. Muy por el contrario: su vigencia se dio por continuada por los gobiernos de Francia, tanto en la monarquía como en los gobiernos republicanos, hasta principios del siglo XX. En medio de enormes turbulencias y giros inesperados, la Iglesia de Francia pagó un precio doloroso.

 

En nuestros días

Atendiendo al actual acuerdo [firmado] entre la Santa Sede y China, ¿acaso la Santa Sede está segura de no estar repitiendo los errores y las tragedias históricas del pasado? Pese a que el Concordato entre Francia y la Iglesia reconocía de manera explícita al Papa como suprema autoridad de la Iglesia, el Estado hizo lo que le vino en gana.  El actual acuerdo entre China y la Santa Sede no dice nada acerca de la autoridad del Papa. (Naturalmente, salvo para algunos expertos extranjeros que cumplen funciones particulares. Ellos pueden escribir cualquier cosa que se les ocurra. Estas personas son distintas de la gente común y corriente, y no ven las cosas como las ve la gente).

En cambio, se requiere mirar con claridad las declaraciones de la Asociación patriótica y del Colegio de obispos, y el mensaje del encuentro de Nanjing, que dice: “La Iglesia católica china no acepta el control o el apoyo de parte de organizaciones religiosas extranjeras; no permite que fuerzas extranjeras intervengan e interfieran en los asuntos de la Iglesia china. Es necesario mantener los principios de autonomía [“independencia”] y autogestión. ‘Hagamos de tal manera que estos principios se conviertan en [un punto] de firme consenso de todo el clero y de los laicos. Que cualquiera sea el momento y cualquiera sea la circunstancia, no se vacile [sobre ello]’. Cuando se trata de promover la sinización de la religión, autonomía y auto-gestión son los fundamentos de la paz y  estabilidad de la Iglesia católica china”. ¿Acaso estas declaraciones no son lo suficientemente claras? ¿Acaso los importantes miembros de la Santa Sede las han visto?

La Navidad ya pasó, con celebraciones de variado tipo en el suelo chino. El acuerdo es como un pequeño regalo navideño. Esperamos sinceramente que las tragedias del pasado no se renueven. En la oscuridad que antecede al alba esperamos ver la estrella que conduce a la esperanza y que ésta pueda reunirnos con el Salvador, ¡porque el tiempo, la historia, la gloria y el poder le pertenecen a Él! ¡Por siempre, amén!

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