02/07/2022, 09.00
MUNDO RUSO
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La cancelación de Rusia

de Stefano Caprio

Moscú denuncia hoy el ostracismo de su propia cultura. Sin embargo, desde la Rus de Kiev, los rusos eliminaron toda referencia a la "Iglesia madre" de Bizancio, que ya en aquella época era víctima de la "cancel culture'', la "cultura de la cancelación". La locura autodestructiva de la "reescritura de la historia" une a Oriente y Occidente, a Rusia, a América y a Europa y la guerra actual no es sino la gran sanción punitiva de todos contra todos.

El director del Hermitage, Mikhail Piotrovsky, dio una entrevista que causó gran estruendo: en ella, definió la guerra como una "autoafirmación de la nación", y arremetió contra la llamada cancel culture.  Rusia sería una de las principales víctimas de esta cultura de la cancelación, que ha dejado a los principales museos rusos fuera del "Groupe Bizot", la organización internacional que supervisa las grandes exposiciones y en la que participan el Louvre, el Museo de Orsay, el British Museum, el Prado y varios más. Otras instituciones también han anunciado su negativa a cooperar con el Hermitage, el mayor museo de Rusia y uno de los más importantes del mundo.

El Presidente Putin ya había despotricado contra el intento de "borrar" a Rusia. Durante su discurso del 25 de marzo, con ocasión del Día de los Trabajadores de la Cultura, puso como ejemplo el ostracismo de Tchaikovsky, Shostakóvich y Rajmáninov, que fueron excluidos de los conciertos en Occidente. Además, aludió a la censura de los escritores y libros rusos, empezando por el mismísimo Dostoievski. En Italia se recuerda la polémica por el intento de bloquear un curso del escritor Paolo Nori precisamente sobre Dostoievski, un escándalo que contribuyó en gran medida a la promoción del último libro del docente de la Universidad Bicocca.

Similares acusaciones fueron reiteradas por la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores, Maria Zakharova, y el escritor y diputado de la Duma, Zakhar Prilepin. Fue particularmente dura una denuncia de los representantes rusos en la Unesco, como recuerda la columna Signal del sitio web de Meduza. También se celebró una sesión en el reciente Foro Económico de San Petersburgo sobre el tema "Cancel culture: un reto sin precedente para la comunicación". La política informativa de los países en la era de la post verdad". En Occidente, la "cultura de la sustitución" es una práctica que consiste en condenar a personajes públicos por sus declaraciones o acciones, que un sector de la sociedad considera amorales u ofensivas. Como resultado de estas campañas, los protagonistas negativos son expulsados del debate cultural y pueden perder sus puestos de trabajo, o ser sometidos a procesos judiciales.

Para los rusos, el problema es mucho más amplio y se refiere, como explicó Putin, al "ostracismo público, al boicot o al silenciamiento total, al olvido de los hechos evidentes, de los libros y de los nombres de los grandes autores históricos y actuales, de las figuras literarias o de las simples personas que no corresponden y no se ajustan a los estándares actuales, por absurdos que sean". A decir verdad, Putin se mostraba desconcertado, no tanto por Pushkin y Tolstoi, sino por la falta de reconocimiento de los méritos heroicos del Ejército Rojo en la lucha contra el nazismo. Y por la exaltación "sustitutiva" de los méritos estadounidenses, a la que suele denominarse la  "reescritura de la historia".

Reescribir la historia es, por otro lado, una de las especialidades de Rusia, y desde tiempos muy antiguos. Ya en la Rus de Kiev, el príncipe Jaroslav el Sabio había nombrado a su propio metropolitano de Kiev, Hilarión, tras escogerlo de entre el clero local sin esperar un nombramiento de Constantinopla. Le encomendó la laudatio de su padre, el bautista Vladimir el Grande, e Hilarión pronunció un maravilloso Discurso sobre la ley y la gracia, uno de los textos fundadores de la "autodeterminación" del pueblo ruso. Hilarion comparó al fundador del Estado de Kiev con Constantino el Grande "igual a los apóstoles", pero olvidó asociarlo con la "nueva Roma" del Imperio de Oriente. La Rus' es puesta al mismo nivel de las Iglesias originarias. 

Roma eleva alabanzas a Pedro y a Pablo, ya que por medio de ellos adquirió la fe en Jesucristo, Hijo de Dios; Asia, Éfeso y Patmos alaban a San Juan el Teólogo; la India alaba a Santo Tomás; Egipto a San Marcos; cada tierra, ciudad y pueblo honra y glorifica a sus maestros, que enseñaron la fe ortodoxa... la fe, portadora de gracia, se extendió por toda la tierra y llegó a nuestro pueblo ruso.

No hay rastros de Bizancio, la "Iglesia madre", que ya había sido víctima de la cultura de la cancelación y sustituida por los rusos. Por ello, no es de extrañar que Moscú y Constantinopla hayan roto relaciones  a causa de Kiev, en aquella diatriba eclesiástica de hace tres años que sancionó la necesidad de la actual "operación especial de defensa".

Por otro lado, el carácter apostólico de la Iglesia bizantina fue recuperado con una de las las fake news más simbólicas de la historia antigua: la narración de un viaje del hermano de Pedro, San Andrés el Protoclita, de quien se dice que profetizó en la costa asiática el nacimiento de una futura capital del mundo cristiano. Para asegurarse de que no faltase nada, los antiguos textos rusos extienden la leyenda del viaje de Andrés, protector de la Iglesia de Oriente, hasta las colinas sobre el Dnepr -en este caso, también con una profecía relativa. En algunas variantes "nórdicas" incluso llega hasta los grandes lagos de las tierras que luego fueron colonizadas por los varyghi y donde se levantaría la "nueva ciudad" de Nóvgorod, que durante mucho tiempo competiría con Kiev por el primado de la antigua Rus'. El dualismo de las dos capitales se reprodujo en los tiempos modernos: entre Moscú y San Petersburgo, la "ventana a Europa" de los palacios imperiales más suntuosos de Versalles, y el Hermitage -ahora repudiado por Europa misma.

Rusia siempre ha tratado de doblegar los acontecimientos para obtener una ventaja y de "borrar" las voces internas disidentes en su propia cultura, como ocurrió con Pushkin, Dostoievski y Tolstoi, y con muchos escritores y artistas de su época más floreciente. Ya a finales del siglo XV, Josif de Volokolamsk, un monje "ideólogo"  al que todavía se refieren las visiones de la superioridad moral de la Rusia ortodoxa, había escrito un "manifiesto" de la cultura oficial. El objetivo del manifiesto era condenar a los herejes de la época, los "tonsurados" y "judaizantes" que desde el siglo XIV habían introducido tentaciones demoníacas para reformar la Iglesia y redescubrir las raíces judías de la cultura europea en la santa Rusia. En ese libro, el Prosvetitel o "Iluminador", Josif recomendaba estar vigilante y no confiar en la palabra de los herejes aunque parecieran estar de acuerdo con la verdadera doctrina: "hay que escudriñar en su alma y revelar su error" para castigarlos adecuadamente. Lo mismo sucede hoy, no sólo con quienes se atreven a criticar al gobierno y al ejército por la guerra contra Ucrania, sino también con los que dejan traslucir su perplejidad en la expresión de su rostro, plausible de castigo por el "apoyo pasivo al descrédito de las fuerzas armadas".

Cuando ilustraba el principio de la Iglesia rusa, Josif se refería a ella como "institutriz del Estado", gosudarstvo-ustanovitelnaja, una de las expresiones predilectas del actual Patriarca de Moscú, Kirill. No es casual que el Prosvetitel sea uno de los textos clásicos más suntuosamente reeditados y difundidos en los años del reinado de Putin/Kirill junto con muchos otros que demuestran la fundamentación histórica de la misión salvífica de Rusia para con el mundo entero. No se trata, por tanto, de "maliciosas interpretaciones" occidentales de la cultura rusa -como las de la actual campaña de descolonización en Ucrania, que lleva a la demolición de monumentos y a excluir referencias a los exponentes de la cultura de los ocupantes. A esta también se la llama leninopad, la "caída de Lenin", y empieza por la destrucción de las numerosas estatuas que quedan del dictador revolucionario.

Los ucranianos son muy conscientes de que hasta los escritores y poetas más inofensivos pueden ser utilizados como herramientas de propaganda "imperial". Sin ir más lejos, el propio Piotrovsky ha confirmado que el arte es un "arma letal" de la guerra rusa en el mundo entero. Paradójicamente, los ucranianos también deberían cancelar el genio grotesco e impetuoso de Nikolai Gogol, hijo de la tierra ucraniana cuya alma quiso retratar. Sin embargo, Gogol acabó exaltando la carrera imparable de Rusia hacia su destino, hacia la gloria o la ruina, como el héroe Chichikov de Almas muertas que buscaba el éxito en la falsedad, y no lograba hallar el camino de la redención.

La historia de la cultura, en Rusia y en todos los países, es un ámbito en el que se redescubren continuamente las llamadas del espíritu, tanto personal como colectivo, y la fama de tantos de sus protagonistas es objeto de favor o de repudio, a menudo ya en vida, y en tantas épocas después de la muerte. Se puede intentar borrar y rechazar a Rusia por muchas razones, de su pasado y de su presente. Sin embargo, esto significa amputar una parte de uno mismo y del propio corazón, al igual que los feroces ejércitos de Putin que bombardean y destruyen la tierra donde nacieron los rusos. La locura autodestructiva de la cultura canceladora contemporánea une a Oriente y Occidente, a Rusia, a América y a Europa, y la guerra actual no es más que la gran sanción punitiva de todos hacia todos.

En el cierre del comentario de Signal sobre este tema, se relata un episodio de 1968: el 21 de agosto de ese año, la Orquesta Sinfónica de la URSS se encontraba de gira en Londres. El teatro estaba lleno a más no poder, pero se respiraba una atmósfera de consternación. La noche anterior, los soviéticos habían decidido invadir Checoslovaquia para poner fin a la "Primavera de Praga", uno de los prototipos de la "operación defensiva especial". Sin embargo, apenas Mstislav Rostropovich dio inicio a la música, el público estalló en un sonoro aplauso, y escuchó, de principio a fin, el concierto para violonchelo del compositor checo Antonin Dvoržak. Rostropovich dirigió toda la noche con lágrimas en los ojos, pero no fue sustituido.

 

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