16/10/2020, 12.10
VATICANO
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La misión ad gentes, paradigma en la pandemia

de Bernardo Cervellera

Solo es posible "Salir" de la cultura y del país de uno, si se es rico en la fe en Jesucristo.  Esto crea la diferencia. Para muchos, la pandemia ha significado encierro, aislamiento, miedo al contagio, desinterés, depresión, nihilismo. Para otros, significó salir, alimentar, consolar, dar alivio, llorar y anhelar con esperanza. Los misioneros no son solo trabajadores humanitarios. El mayor regalo que podemos dar al mundo no es un poco de nuestro bienestar, sino la fe misma.

 

Roma (AsiaNews) - Con el mundo hundiéndose en la pandemia, con los viajes al extranjero cada vez más difíciles, con la cuarentena obligatoria cuando se va de un país a otro, ¿tiene sentido hablar de misión y de misión en otros países no cristianos?

Incluso más: con la crisis económica que avanza y que está a punto de abrumar a Italia y al mundo, con la pobreza que está surgiendo incluso en zonas que antes eran ricas o acomodadas, con la confusión que reina en los ancianos y jóvenes de nuestro país, ¿es justo pensar en irse al extranjero y ser misionero de una religión a menudo etiquetada como "extranjera"?

Los misioneros del PIME (Instituto Pontificio de Misiones en el Extranjero) creemos que sí lo es.

La pandemia, su reguero de muertos, el drama de la inseguridad sanitaria, el confinamiento obligatorio, nos muestran de manera descarnada la precariedad de nuestra vida. Y frente a los amigos que desaparecen, con la soledad y la impotencia que sentimos surge nuevamente la pregunta: ¿qué valor tiene vivir? Para ser felices, ¿es suficiente con ese bienestar que hemos buscado y con la salud que hemos intentado cuidar?

La felicidad solo puede ser un gran amor que uno encuentra frente a sí, y en el cual uno se siente acogido y confortado. Este es el motivo de la fe y de la misión. La fe es, ante todo, descubrimiento, experiencia de haber sido amado como nunca antes, por alguien que es Hombre y es Dios, y que por eso no te traiciona; y en haber saboreado este amor, en la amistad de alguien que es suyo. 

Este amor hace que uno desafíe la pandemia. Durante este período ha habido sacerdotes que consolaron a los enfermos terminales y a veces murieron ellos mismos de Covid-19. También ha habido doctores y enfermeras que se han atrevido a mucho. En la India, que se ha convertido en el segundo país de Asia en número de contagios, en pleno confinamiento, cada parroquia abrió un comedor para los pobres, para los millones de jornaleros que, debido al cierre de tiendas y fábricas, en un abrir y cerrar de ojos se encontraron sin trabajo, sin salario, sin techo y sin comida.

Para muchos, la pandemia significó encierro, aislamiento, miedo de contagiarse, desinterés, depresión y nihilismo. Para muchos otros, significó salir, alimentar, confortar, consolar, llorar y anhelar con esperanza. 

En el Mensaje que papa Francisco difundió por la Jornada Misionera Mundial 2020, que en Italia será celebrada el 18 de octubre, escribe: “Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo, todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo”.

La misión es un salir de sí, porque se está llenos del “amor a Dios y al prójimo” y porque a uno lo invade la certeza de que Dios hecho Hombre está a nuestro lado. Este estar llenos e invadidos vale para siempre, incluso en medio de una pandemia, y sobre todo, en la pandemia. 

En este período – y el mes misionero es muy oportuno – necesitamos mirar a los misioneros. Papa Francisco ha definido a los misioneros y la misión como un “paradigma de la vida y de la pastoral de la Iglesia”.  

Paradigma quiere decir modelo, ejemplo, medida. ¿De qué? De este salir en nombre de un bien recibido, comunicando a los demás la raíz de la alegría que vive en nosotros. 

¿Y para qué ir al extranjero, con todo el bien que se podría hacer en Italia? Ir al extranjero significa redescubrir y ser testigo de lo que realmente permanece en la vida: más allá de los cambios en el clima, en la ropa, en la alimentación, en la cultura, en el idioma, lo que permanece es la fe, la persona de Jesús en el misionero. Y este testimonio también se vuelve importante para los que se quedan en casa, en Italia.

En Italia es bastante frecuente que se piense en los misioneros como trabajadores humanitarios: gente que construye pozos, escuelas, capillas u orfanatos. Por supuesto, esto también se hace, pero sólo si uno está motivado, empujado, apoyado por el deseo de comunicar el misterio de la vida de Jesús.

En Italia, precisamente porque tenemos un nivel de vida mucho más alto que numerosos países africanos, asiáticos o latinoamericanos, se piensa que en última instancia, el misionero sólo tiene que ir a los marginados, a las afueras de la ciudad. Pero también hay suburbios y soledad en el centro de las ciudades. Para los cristianos en Italia, el verdadero problema es redescubrir que el mayor regalo que podemos dar al mundo no es un poco de nuestro bienestar, sino la fe misma, el verdadero tesoro por el cual hemos dejado todo y hemos seguido al Señor.

Es impresionante ver las estadísticas de la Iglesia en el mundo. Las últimas estadísticas disponibles dicen que entre 2015 y 2016 el número de católicos bautizados en el planeta aumentó de 1285 millones a 1299 millones, con un aumento global cercano a 1,1 por ciento. Con dos excepciones importantes: en África, de 2010 a 2016, la población católica creció un 23,2%; en Asia, aumentó más de 1%, manteniéndose en el 11% de la población del continente (4.500 millones, o el 60% de la población mundial); en Europa, el crecimiento fue del 0,2%.

Papa Francisco dice que en la Jornada Misionera Mundial, cada cristiano debe sentir la llamada de Dios, que le dice: “¿A quién voy a enviar, quién irá por nosotros?” (Isaías 6, 8). Esperamos que en vez de dejarnos dominar por la indiferencia o el miedo, podamos responder como el profeta Isaías: “Aquí estoy. ¡Envíame!”. 

(Este artículo también fue publicado en el semanario  “Ortobene”, Nuoro)

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