16/04/2016, 12.44
GRECIA - VATICANO
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Papa a los refugiados de Lesbos: no estáis solos, imploro al mundo por una solución

Junto al patriarca ortodoxo Bartolomé y al arzobispo de Atenas, Jerónimo, Francisco visita el gran campo de Moria, en la isla griega. Conmoción, dolor, pero también alegría, sobre todo, de parte de los más jóvenes. Muchísimos se arrojan a los pies del pontífice para narrar historias de dolor y sufrimiento. El Papa “No perdáis la esperanza”. Un agradecimiento al pueblo griego que “a pesar de sus sufrimientos”, “ha abierto sus corazones y hogares a quien huye del dolor”.

Lesbos (AsiaNews) – No estáis solos, nuestras voces son y serán las vuestras. Fue lo que dijo el Papa Francisco durante la visita al campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. Una visita llena de conmoción, y en algunos momentos, también de indignación por parte de Francisco y de los dos prelados ortodoxos: el patriarca ecuménico Batolomé y el arzobispo de Atenas, Jerónimo. Fue justamente el patriarca, en su discurso, quien advierte al mundo: “Seremos y seréis juzgados por cómo tratamos a los migrantes”.

En el campo viven entre 2.500 y 3.000 personas. El Papa saluda personalmente a cientos de personas, y se detiene un momento con cada una. Son varios los que se arrojan a sus pies y lloran, pidiendo oraciones y presentando situaciones personales dramáticas. Una niña cuenta, mezclando el inglés y el árabe, el deseo de llegar a Alemania con su familia. Francisco, Bartolomé y Hieronymos están visiblemente conmovidos.  

“Hoy – dice Francisco en su discurso – He querido estar hoy con vosotros. Quiero deciros que no estáis solos. En estas semanas y meses, habéis sufrido mucho en vuestra búsqueda de una vida mejor. Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños”.

“Vosotros, los migrantes”,  retoma, “habéis hecho grandes sacrificios por vuestras familias. Conocéis el sufrimiento de dejar todo lo que amáis y, quizás lo más difícil, no saber qué os deparará el futuro. Son muchos los que como vosotros aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.

He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma”

Como hombres de fe “deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común.  Dios creó la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis comprobado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades”.

Francisco dedica un pasaje al acogimiento y lo demuestra inmediatamente después: “También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros. Sí, todavía queda muchísimo por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos”.

A pesar de los dolores de la humanidad herida en el campo de Moria el pontífice quiere dejar un mensaje claro: “¡No perdáis la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que podáis intercambiar mutuamente este don”.

A nosotros, los cristianos, retoma, “nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en necesidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es «todo misericordia». Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudaros con aquel espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia”. 

“Queridos amigos”, es la conclusión, “que Dios os bendiga a todos y, de modo especial, a vuestros hijos, a los ancianos y aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Os abrazo a todos con afecto. Sobre vosotros y quienes os acompañan, invoco los dones divinos de fortaleza y paz”.

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