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VATICANO
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Papa: no mantengamos a Dios a distancia, dejemos que también entre en nuestros ‘establos’ interiores

El llamado a hacer lugar a ese Dios que "no permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él". "Que cada uno de nosotros sea concreto y responda a esto. 'Sí, sí, me gustaría que viniera Jesús pero esto, que no lo toque; y esto, no, y esto...'. Cada uno tiene su propio pecado, llamémoslo por su nombre. Él no se asusta de nuestros pecados: ha venido a curarnos. Al menos dejemos que lo vea, que vea el pecado".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – No mantengamos a Dios a distancia, dejemos que también entre en esos “lugares” nuestros donde “no quisiéramos poner a Dios en medio”. Hagamos lugar a ese Dios que "no permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él". Este fue el tema que abordó hoy el Papa Francisco, antes del rezo del Ángelus.

En su reflexión frente a las 20.000 personas presentes en Plaza de San Pedro para el rezo de la oración mariana, Francisco se inspiró en una "hermosa frase" de la liturgia de hoy, una frase "que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que es la única que nos revela el sentido de la Navidad: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". (Jn 1, 14)". Estas palabras, dijo, “ponen juntas dos realidades opuestas: el Verbo y la carne. ‘Verbo’ indica que Jesús es la Palabra eterna del Padre, infinita, que existe desde siempre, antes de todas las cosas creadas; ‘carne’, en cambio, indica precisamente nuestra realidad creada, frágil, limitada, mortal. Antes de Jesús eran dos mundos separados: el Cielo opuesto a la tierra, lo infinito opuesto a lo finito, el espíritu opuesto a la materia".

En el Prólogo del Evangelio de Juan hay “otro binomio: luz y tinieblas (cfr. v. 5). Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado. ¿Qué quiere anunciar el Evangelio con estas polaridades? Una cosa espléndida: el modo de actuar de Dios. Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él. Lo hace porque no se resigna a que podamos extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, eso no lo detiene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos a recibirlo, prefiere venir de todos modos, y si le cerramos la puerta en la cara, Él espera.  Él es el Buen Pastor. ¿Y la imagen más bella del Buen Pastor? El Verbo que se hace carne para compartir nuestra vida. Jesús es el Buen Pastor que viene a buscarnos allí donde estamos: en nuestros problemas, en nuestra miseria... Él viene allí".

“A menudo nos mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por otros motivos”, continuó el Papa. “Y es verdad. Pero la Navidad nos invita a ver las cosas desde su punto de vista. Dios desea encarnarse. Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, desordenado, no te cierres, no tengas miedo. Piensa en el establo de Belén. Jesús nació allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu corazón, habitar en una vida desaliñada. Habitar. Es el verbo que utiliza hoy el Evangelio: expresa un compartir total, una gran intimidad. Esto es lo que Dios quiere. Y nosotros, ¿queremos hacerle espacio? Con palabras, sí, ¿pero concretamente? Tal vez haya aspectos de la vida que guardamos para nosotros, exclusivos, lugares interiores en los cuales tenemos miedo que entre el Evangelio, donde no queremos poner a Dios en medio”. “Hoy”, continuó, "los invito a ser concretos. ¿Cuáles son las cosas interiores que creo que no le gustan a Dios? ¿Cuál es el espacio que creo que es sólo para mí y al que no quiero que venga Dios? Que cada uno de nosotros sea concreto y responda a esto. Sí, sí, me gustaría que viniera Jesús, pero no quiero que me toque; y esto, no, y esto...'. Cada uno tiene su propio pecado, llamémoslo por su nombre. Y Él no tiene miedo de nuestros pecados: ha venido a curarnos. Al menos mostrémosle, dejémosle ver el pecado. Seamos valientes, digamos: 'Pero, Señor, estoy en esta situación pero no quiero cambiar'. Pero tú, por favor, no te vayas muy lejos'. Esa es una buena oración. Seamos sinceros hoy.

Cuáles son las cosas internas que creo que no le gustan a Dios. Cuáles son los lugares, los pecados, que no queremos que toque.

“En estos días navideños nos hará bien acoger al Señor precisamente allí. ¿Cómo? Por ejemplo, deteniéndose ante el pesebre, porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas: los pastores que trabajan duramente, Herodes que amenaza a los inocentes, una gran pobreza... Pero en medio de todo esto está Dios, que quiere habitar con nosotros. Y espera que le presentemos nuestras situaciones, lo que vivimos. Entonces, mientras estamos delante del pesebre, hablemos con Jesús de nuestras vicisitudes concretas. Invitémoslo oficialmente a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras: ‘Mira Señor que allí no hay luz, no llega la electricidad, pero por favor no lo toques, porque no tengo ganas de salir de esta situación’. Hablemos con claridad, seamos concretos en las zonas oscuras, nuestros ‘establos interiores’. Todos los tenemos. Y también contémosle sin miedo los problemas sociales y eclesiales de nuestro tiempo, y también los problemas personales, incluso los más feos, porque Dios ama habitar entre nosotros”.

Luego del rezo de la oración mariana, Francisco renovó sus "deseos de paz y bien en el Señor" y reiteró que "en los momentos alegres y en los tristes encomendémonos a Aquel que es nuestra fuerza y nuestra esperanza". "Invitamos al Señor a entrar dentro de nosotros, a venir a nuestra realidad, aunque sea fea, como un establo... Pero, bueno, Señor, no me gustaría que entraras, pero mírala, acércate".

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