02/01/2020, 14.12
TIERRA SANTA
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Tierra Santa, Mons. Pizzaballa: Evangelio, única vía de paz; las demás llevan a la violencia y al fracaso

En la homilía de la misa de año nuevo, el administrador apostólico invita a no dejarse llevar por una “actitud de resignación”. El diálogo es “una actitud espiritual” e indica una capacidad de “salir de sí mismo” para escuchar “las expectativas de los demás”. En un contexto marcado por heridas y contrastes, la Iglesia es el “lugar y la experiencia donde la paz es posible”. 

 

Jerusalén (AsiaNews) - A pesar de los muchos “fracasos” en lo que respecta a una perspectiva de paz, y pese a la “violencia continua” y a la “desconfianza generalizada”, sería una gran falta ceder, dejándose llevar por esta actitud de renuncia y resignación”. El diálogo es, “ante todo, una actitud espiritual, e indica la capacidad de salir de sí mismo para escuchar de verdad los intereses y las expectativas de los demás”. Es lo que afirma, en la homilía de la misa del nuevo año, el administrador apostólico del Patriarcado de Jerusalén de los latinos, Mons. Pierbattista Pizzaballa, quien recuerda que “adherir a la fe cristiana, no nos vuelve automáticamente capaces de diálogo y artífices de la paz”.

En el mensaje dirigido a los fieles de Tierra Santa, enviado a AsiaNews a título informativo, el prelado recuerda que “en un contexto social y político donde la opresión, la cerrazón y la violencia parecen ser la única palabra posible, nosotros continuaremos afirmando el camino del Evangelio”. El prelado afirma que ésta se presenta “como la única salida capaz de conducir a la paz”.  Para Mons. Pizzaballa, caridad, vocación y profecía, diálogo ecuménico y oración son, entre otros, “algunos caminos factibles de recorrer” desde el punto de vista de la paz. 

A continuación brindamos extensos fragmentos de la homilía del arzobispo Pizzaballa: 

La intuición del Papa Pablo VI sigue siendo plenamente actual y es significativo que se confíe la Jornada por la Paz a la intercesión de la Virgen María, cuya maternidad divina hoy celebramos.

El mensaje que el Santo Padre nos ha entregado este año es particularmente importante para nosotros: “La paz como camino de esperanza: diálogo, reconciliación y conversión ecológica”. 

Si somos honestos, debemos reconocer que estas palabras distan bastante de nuestra experiencia actual en este lugar, en nuestra Tierra Santa. En efecto, pareciera ser que no existe un diálogo real desde hace mucho tiempo, excepto por pequeñas aunque significativas instituciones, pequeños segmentos, pero no ciertamente entre las autoridades, sean éstas políticas o religiosas o a un nivel general. Además, aquí, donde vivimos, la palabra “reconciliación” es casi un tabú. ¿Cómo podemos hablar de reconciliación -se dice - mientras subsiste en nuestra tierra esta situación de injusticia? Por otro lado, ni siquiera comprendemos en qué consiste la conversión ecológica. Si bien tiene una importancia capital y una dimensión global, el debate sobre este tema se da casi exclusivamente en los países ricos, y no, por cierto, en el nuestro. 

¿Entonces hemos de quedarnos sin esperanza? Por supuesto que no. La primera parte del título del mensaje habla, justamente, de un “camino de esperanza”. Por tanto, podríamos decir que queremos colocarnos allí, en ese camino de esperanza que es la vocación misma de nuestra Iglesia, y que nos debe conducir a la paz.

Dado que no puedo reflexionar sobre todo el documento en esta ocasión, he pensado en concentrarme esta vez, sobre todo, en uno de los temas del mensaje de Papa Francisco, que es el diálogo. 

La Iglesia ha hecho del diálogo el eje central de su anuncio, sobre todo a partir del Vaticano II y con la Encíclica de Pablo VI Ecclesiam suam, que se centra casi exclusivamente en este tema.  

Habiendo pasado más de cincuenta años, debemos lidiar con los numerosos fracasos que nos empujan a mirar este tema con un mayor desencanto que el Papa Pablo VI. 

En nuestro contexto local, debemos hacer frente a los fracasos de tantos coloquios sobre posibles acuerdos de paz entre israelíes y palestinos, lidiar con el fracaso de los acuerdos alcanzados anteriormente y con la violencia continua. Debemos lidiar con la desconfianza generalizada ante las perspectivas nuevas que asoman, por el deseo de paz, por un cambio posible. En síntesis, hablamos de diálogo y de paz cuando vienen los extranjeros y en los diversos convenios organizados desde el exterior, pero en nuestro corazón bien sabemos que la realidad de aquí difiere, y que el diálogo está lejos de nuestra vida real. 

¿Qué hacer, entonces? ¿Está todo perdido? ¿Nos hemos quedado sin esperanza? Por supuesto que no. Sería una grave falta de fe ceder a esta actitud de renuncia y resignación. El diálogo es, ante todo, una actitud espiritual, e indica la capacidad de salir de sí mismo para escuchar realmente los intereses y las expectativas de los demás. Adherir a la fe cristiana, por tanto, no nos vuelve automáticamente capaces de diálogo y artífices de la paz, es decir, automáticamente capaces de salir de nosotros mismos. 

Si bien a nivel personal, uno encuentra continuamente personas de fe, reconciliadas y llenas de vida y por tanto, constructoras de diálogo, es más difícil encontrar comunidades eclesiales que expresen este deseo. 

¿De qué manera puede nuestra Iglesia - en este contexto de desconfianza, de sospecha y de miedo de unos hacia otros - anunciar el diálogo y la paz de una forma seria, sin retórica, de manera concreta, y al mismo tiempo seguir siendo creíble? Aquí me permito resaltar solamente algunos caminos posibles: 

 

Reconocer la realidad

Por primera vez, se nos invita a aceptar la realidad en la que estamos, con sus particularidades, sus fatigas y sus conflictos. Imaginar que se puede ser Iglesia en Tierra Santa evitando los conflictos, huyendo de ellos, o intentando resolverlos con lógicas no evangélicas, quizás preservará nuestras estructuras, pero por cierto no alimentará la fe ni la esperanza de nuestros cristianos. 

 

Vocación y profecía

El punto de partida de nuestras estrategias pastorales debe ser, no tanto la situación de nuestras Iglesias y comunidades -que a veces puede preocupar - sino la vocación que nuestras Iglesias tienen en este contexto tan difícil. Seremos una Iglesia “interesante” en la medida en que nuestra profecía sea nuestro testimonio cotidiano. Vale decir, que en un contexto social y político donde la opresión, la cerrazón y la violencia parecen ser la única palabra posible, nosotros continuemos afirmando el camino del Evangelio como la única vía de salida capaz de conducir a la paz. 

 

La oración

Construir la paz significa entonces perseverar en la fe y en la intercesión. Rezar es el primer modo de estar como Iglesia “entre” los hombres y Dios, estando involucrados y siendo partícipes de su grito y de su invocación, y al mismo tiempo, con la mirada y el corazón dirigidos al Cielo. 

 

La caridad

Y el segundo servicio es similar al primero: compartir activamente la fatiga y el sufrimiento de las víctimas, de los débiles y de los pobres, con una caridad viva e inteligente, que testimonie una posibilidad distinta de estar en el mundo.

 

El diálogo ecuménico

En un contexto marcado por las heridas y los contrastes, la Iglesia puede devenir lugar y experiencia de la paz posible. Aunque tenemos escasas posibilidades de intervenir en los conflictos políticos o de sentarnos a las mesas internacionales, sí tenemos todas las posibilidades, y el deber, de construir comunidades reconciliadas y acogedoras, auténticos espacios de fraternidad compartida y de diálogo sincero. 

 

La parresia

Nuestros fieles esperan de nosotros una palabra de esperanza, de consolación, pero también de verdad. No se puede callar frente a las injusticias, ni invitar a los cristianos a la quietud y al desentendimiento. Sin embargo, la opción preferencial por los pobres y los débiles no hace de la Iglesia un partido político. La Iglesia ama y sirve a la polis y comparte con las Autoridades civiles la preocupación y la acción por el bien común, en el interés general de todos y especialmente de los pobres, alzando siempre la voz para defender los derechos de Dios y del hombre. Pero no entra en las lógicas de la competencia y la división.

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