04/06/2020, 15.40
CHINA-HONG KONG
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Xi Jinping y Occidente: cómo no olvidarse de Tiananmen

de Bernardo Cervellera

Pese a que han pasado 31 años, los controles sobre las noticias, la censura, la expulsión de los disidentes, la prisión, las torturas físicas y psicológicas, las ejecuciones y los muertos no logran sofocar los reclamos de los estudiantes y operarios de la plaza Tiananmen: democracia y el fin de la corrupción. Occidente está en enorme deuda con el horror de Tiananmen: los gritos, los sollozos y la sangre de los jóvenes acribillados por el ejército del pueblo se han convertido en el holocausto que ha exorcizado la violencia y la represión en Europa, tras la caída del Muro. Y después de la masacre, Occidente ha podido explotar la mano de obra a bajo costo que se servía por millones en el plato de la globalización. Urge exigir plena democracia para China y para Hong Kong. 

 

Roma (AsiaNews) - Hace 31 años que el Partido Comunista Chino recurre a las armas más sofisticadas y crueles para extirpar el recuerdo de la masacre ocurrida en la plaza Tiananmen, en aquella noche del 3 al 4 de junio de 1989. El control sobre las noticias, la censura, la expulsión de los disidentes, la prisión, las torturas físicas y psicológicas, las ejecuciones y los muertos no logran sofocar ni destruir los reclamos de los estudiantes y operarios de aquél entonces, que siguen vigentes: democracia y el fin de la corrupción.

La lucha contra la corrupción fue empuñada por el Partido y por Xi, convirtiéndola en un instrumento de su dominio, y atacando a sus enemigos políticos. La democracia pasó a ser rotulada como un elemento tóxico de Occidente, algo ajeno a la cultura china. En un intento por salvar la dictadura del partido único, Xi decretó que en las universidades chinas no se estudiarían los “valores occidentales”. Incluso en los seminarios católicos nacionales, se enseña la Doctrina Social de la Iglesia aplicando censuras evidentes, eliminando las partes referidas a la dignidad humana, la familia, la sociedad civil, la subsidiariedad y la democracia. 

Sin embargo, la democracia entró a China con el surgimiento de la modernidad, sostenida por el Movimiento del 4 de Mayo, que quería poner fin a la decadente cultura imperial. La China post-imperial, más allá de todas sus aproximaciones, está marcada por la democracia. Esta experiencia inicial fue abortada con la llegada de Mao Zedong, que impuso el imperio del Partido Comunista Chino, pese a que reivindicaba el legado del Movimiento del 4 de Mayo. 

Las ingenuas peticiones de los estudiantes de Tiananmen tuvieron como antesala innumerables estudiosos y académicos chinos que, dialogando con Occidente y revisando su propia historia, recordando las masacres del maoísmo, querían plasmar una China moderna, que Mao había hecho rodar atrás nuevamente, llevándola a un nivel pre-moderno

Luego de la masacre de Tiananmen, en los años ‘90, hubo varios intentos de fundar un partido democrático, cuyos paladines fueron arrestados y condenados a muchos años de prisión

Ya en los años del 2000, intelectuales y disidentes crearon la luminosa propuesta de la Carta ‘08. Entre ellos estuvo el gran Premio Nobel Liu Xiaobo, que luego fue dejado morir de cáncer, en prisión

En estos meses de pandemia, luego de los silencios y censuras del Partido respecto a la difusión del virus, sale nuevamente a flote la necesidad de una democracia, reclamada a viva voz por médicos, intelectuales, académicos y activistas.  

Gracias a los silencios de Beijing, el Covid-19 y su reguero de muerte se han difundido por todo el mundo: esto demuestra que la democracia en China salvaría la vida a los chinos y a la comunidad internacional. 

Aún así, es precisamente en Occidente donde encontramos políticos cansinos y a sueldo, que dicen que la democracia no es buena para China: es un país excesivamente poblado (¡como si la India fuese el Principado de Mónaco!); el autoritarismo paga en términos económicos y de seguridad (pero no en el caso del Covid-19); la cultura china es distinta de la occidental (como si los chinos fueran una comunidad de minusválidos).  

La contracara es que Occidente es el que más ha ganado a partir de Tiananmen. Estoy convencido de que si la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) y de otros muros comunistas en Europa se dio de un modo no-violento - o por así decir, “velado”- fue debido al horror que causó en el mundo la masacre de Tiananmen (4 de junio de 1989): los gritos, los sollozos, la sangre de los jóvenes acribillados por el ejército del pueblo se convirtieron en el holocausto que exorcizó la violencia y la represión en Europa. 

Las modernizaciones económicas impulsadas por Deng Xiaoping en los años ‘90 tenían por objetivo volver ricos a los chinos y, en nombre del bienestar, hacerles olvidar lo ocurrido en Tiananmen. También aquí, Occidente ha ganado; China se ha convertido en la fábrica del mundo y Occidente ha podido explotar la mano de obra a bajo costo, servida de a millones en el plato de la globalización. 

Ahora que China se ha vuelto un mercado muy apetecible - y su clase media, el target de todas las compañías-, Occidente se ha vuelto muy tímido en lo que respecta a los derechos humanos. Y al unísino con Xi Jinping, proclama las bondades de la globalización económica, en la cual sin embargo se excluye el diálogo entre las culturas, y por tanto, [el debate] sobre la democracia y la dignidad humana. Pero si esto no sucede, entonces la globalización solo sirve para esclavizar al pueblo chino, que es exactamente lo que están haciendo Xi Jinping y su Partido, embriagándolo de nacionalismo, pero condenándolo a las cadenas de un desarrollo económico frenético y sin derechos. 

Occidente, a pesar de estar en deuda, se ha olvidado de Tiananmen, justamente mientras los chinos se hallan nuevamente reclamando por la democracia y el fin de la corrupción. 

La lucha que Hong Kong ha estado librando en los últimos meses está en esta línea: plena democracia, el fin de la corrupción y de la violencia del gobierno y de las fuerzas del orden. La ley de seguridad, contra la “subversión, secesión, terrorismo y colaboración con fuerzas extranjeras” sirve para impedir que, desde Hong Kong, el “virus” de la democracia se propague también al continente, reavivando fuegos anteriores.  

Si Occidente, al menos por gratitud, no quiere olvidarse de Tiananmen, debe pedir cuentas a Beijing por los muertos arrollados por los tanques de aquél entonces y por los muertos de coronavirus de hoy, y debe hallar la forma de garantizar plena democracia para Hong Kong.

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